Petrodólares, el engrudo que pega a los países bolivarianos

Durante el gobierno de Hugo Chávez, lo que más ha perjudicado al pueblo venezolano es el dinero despilfarrado en la “exportación” de la carnavalesca farsa del bolivarianismo marxista del Socialismo del Siglo XXI inventado por el mismo, una mezcla ecléctica de los peores componentes del comunismo castrista y del populismo tradicional latinoamericano, tanto de izquierda como de derecha. Dispuesto a expandir su influencia usando el petróleo y los petrodólares, Chávez asumió el liderazgo de los países de la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA) y extendió su influencia en otros gobiernos a cambio de la generosa provisión de combustible medio gratis y la asistencia económica directa en efectivo contante y sonante. Pero todo apunta a que ese castillo de naipes de la ilusión bolivariana seguirá la suerte de su fundador.

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Se estima que en sus 14 años de gobierno el finado dictador Hugo Chávez exportó a Estados Unidos petróleo y derivados del petróleo por un valor cercano a los ¡345.000 millones de dólares! Si esta extraordinaria suma de dinero hubiera sido invertida en la consolidación de su desarrollo económico y social, ciertamente Venezuela, con sus apenas 30 millones de habitantes, se contaría hoy sin deuda entre las naciones del Primer Mundo. Sin embargo, el empobrecido y desarticulado país que Chávez dejó de pesada herencia al pueblo venezolano detrás de su dispendiosa administración gubernamental, se encuentra acogotado por una preocupante deuda, déficit fiscal, galopante violencia, acelerada espiral inflacionaria, una alta dependencia de importaciones, sobre todo de alimentos y, aunque esto último resulte irónico, ¡hasta gasolina!

Durante su mandato, Chávez lanzó más de 27 programas sociales, supuestamente para ayudar a los pobres, pero nadie en su gobierno se preocupó jamás de asegurar que los retornos de tales inversiones fueran compensadores, ni de que sus beneficiarios fueran realmente los más desposeídos. Los resultados están a la vista, prueban que la pobreza y la desigualdad no han retrocedido en proporción a la inversión realizada por el gobierno a tal efecto, pero su derroche en casa le ayudó a ganar elecciones, verdadero objetivo encubierto de los programas. Otro gran despilfarro del dinero del petróleo fue la masiva compra de armamentos y equipos militares de Rusia, China, Francia y otros países en el contexto de una imaginaria amenaza del “imperio” –en alusión a los Estados Unidos–, su principal comprador del petróleo que produce.

La verdad es que bajo el régimen de Chávez, Venezuela se tornó más dependiente que nunca de Estados Unidos para la venta del petróleo. La quijotesca megalomanía política que lo dominaba lo llevó a representar la infatuada y ridícula pantomima de ser el más antinorteamericano de los líderes del continente. Un legado que su sucesor Maduro y su camarilla quieren seguir vendiendo a la región. Ciertamente, Chávez disfrutaba –así como hace ahora el “presidente” Maduro– provocar a los norteamericanos con sus bravuconadas, pero solo hasta cierto punto nomás, y nunca hasta el extremo de hacer que los Estados Unidos, cansados de tantos insultos, le aplicaran en la frente el portazo de un embargo petrolero.

Sin embargo, lo que más le ha perjudicado al pueblo venezolano es el dinero despilfarrado en la “exportación” de la carnavalesca farsa del bolivarianismo marxista del Socialismo del Siglo XXI inventado por Chávez, una mezcla ecléctica de los peores componentes del comunismo castrista y del populismo tradicional latinoamericano, tanto de izquierda como de derecha, revestido publicitariamente con el aura del sueño incumplido del Libertador Simón Bolívar de una América del Sur unida, como en su tiempo lo fuera la Gran Colombia. En realidad, no fue Chávez el ideólogo de este giro geopolítico regional, sino el expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva y los hermanos Castro de Cuba. Este nuevo cálculo político estratégico estaba enderezado en sacar partido del gradual debilitamiento de la influencia de los Estados Unidos en la región a partir del fin de la Guerra Fría, el conflicto que convirtió a América Latina en campo de batalla entre Washington y Moscú, y que dejó a la Cuba de Fidel Castro como el único refugio de esa trágica confrontación bipolar en nuestro Hemisferio.

Brasil, que siempre había pretendido fungir como Gran Visir de Estados Unidos en Sudamérica, con su arrogante pero siempre sagaz diplomacia, percibió la importante utilidad estratégica del petróleo de Venezuela para financiar económicamente la concertación de un consenso regional “socialista, antiimperialista y anticapitalista”. De ese modo, tras la asunción de Chávez al poder, bajo la complaciente mirada del presidente Lula de Brasil, se conformó un primer núcleo regional de países con gobiernos autoritarios, la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA), integrada por Venezuela, con Chávez; Cuba, con los hermanos Castro, y Nicaragua con Daniel Ortega, al que se unieron con posterioridad Bolivia con Evo Morales y Ecuador con Rafael Correa. Dispuesto a expandir su influencia usando el petróleo y los petrodólares, Hugo Chávez asumió el liderazgo del bloque a cambio de una generosa provisión de combustible medio gratis y asistencia económica directa en efectivo contante y sonante para obras de infraestructura y adquisición de armamentos. Cuba recibe 100.000 barriles de petróleo diarios a cambio del servicio de 30.000 médicos, 60.000 maestros y varios miles de militares “asesores”. Otros 100.000 barriles diarios son para los demás miembros de la alianza a cambio de cualquier cosa menos dinero. El único cliente que paga al contado el petróleo que compra es Estados Unidos.

Ampliando la Alianza Bolivariana, Hugo Chávez creó PetroCaribe, una asociación que, a más de los países que integraban ALBA, incluye a varios pequeños países del Caribe, a los que suministra petróleo pagadero a 25 años de plazo, con el 1% de interés y dos años de gracia. Simultáneamente, siempre cobijado bajo la sombrilla diplomática del presidente Lula da Silva de Brasil, Chávez ganó la adhesión del presidente Kirchner, de Argentina, y de Tabaré Vázquez, de Uruguay, sacándolos de serios aprietos financieros con la compra de bonos de deuda externa al primero y de suministro de petróleo a cambio de alimentos al segundo. Por supuesto, Brasil no dejó de sacar su tajada de la generosa piñata bolivariana chavista, mediante acuerdos comerciales e inversión financiera directa con intereses tipo Itaipú en varios proyectos.

Mientras tanto, en el 2008, Brasil aportó su interesada contribución estratégica a la causa del bolivarianismo marxista, impulsando la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), con el decidido propósito de reemplazar a la Organización de Estados Americanos (OEA), que por más de 60 años ha servido de foro democrático de las naciones del Hemisferio. Afortunadamente, este sectario intento geopolítico continental no prosperó y, para desilusión de Brasilia y frustración de los autoritarios regímenes de ALBA, hasta ahora la OEA ha demostrado su importancia, como cuando ayudó a coordinar la respuesta diplomática regional a raíz del golpe de Estado en Honduras en 2009 y que salvó a ese país de un mayor conflicto. Lo mismo puede decirse de su intervención a favor de nuestro país en ocasión de la crisis política desatada con motivo de la destitución del expresidente Fernando Lugo –un miembro del club de mandatarios bolivarianos– mediante un juicio político constitucional.

La segunda jugada maestra de Brasil a favor de Chávez y del bloque de países mantenidos por los petrodólares del pueblo venezolano se dio con la arbitraria “suspensión” del Paraguay del Mercosur por parte de Brasil, Argentina y Uruguay al solo efecto de admitir a Venezuela como socio pleno del mismo, el sueño dorado de Chávez largamente postergado debido a la renuencia del Senado paraguayo a aprobar la admisión del país caribeño por el carácter autoritario de su gobierno. Los tres países hicieron tabla rasa del Tratado de Asunción que le dio origen, así como Unasur hizo lo propio con su Carta constitutiva al sancionar a nuestro país por igual motivo.

Pese a las rimbombantes promesas de cooperación económica y comercial lanzadas por el presidente Nicolás Maduro en su reciente visita a los países del Mercosur, cuya presidencia pro témpore se apresta a asumir ilegalmente, ahora que se ha agotado el caudal de petrodólares que financió con largueza el panchavismo en Suramérica y el Caribe, todo apunta a que ese castillo de naipes de la ilusión bolivariana seguirá la suerte de su fundador.

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