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Día a día Asunción se está desfigurando por las podas salvajes de los árboles que crecen debajo de los tendidos eléctricos de la ANDE, de Antelco/Copaco y de las empresas de televisión por cable. Esta depredación deja los árboles torcidos, inclinados, convertidos en verdaderos fantasmas desgarbados.
Pese a existir disposiciones municipales que prohíben las talas y las podas, en Asunción los árboles que flanquean las calles y avenidas se plantan, se cortan y se derriban sin que la Municipalidad se dé por enterada de quiénes lo hacen, lo que va dejando la ciudad en un estado de abandono anárquico en todo lo que se refiera a su ornato vegetal.
En toda ciudad medianamente ordenada se intenta mantener la uniformidad en las especies arbóreas alineadas en las veredas y paseos, lo cual parece ser imposible en nuestra capital, regida por el desorden y la falta de interés municipal. Y agregada a ello -posiblemente también como consecuencia del desinterés municipal- la belleza natural de Asunción queda oculta bajo el cableado aéreo, maraña que ensucia, afea y deprime la vista aun en las zonas más residenciales. Esto viene a sumarse a la poda desastrosa (muestras de la cual pueden observarse en las fotografías que publicamos en la página 29 de esta edición) que se efectúa por disposición arbitraria e inconsulta de los entes de servicios públicos, realizada sin tomarse las precauciones necesarias aconsejadas por la práctica forestal.
Todo propietario particular, antes de construir en un predio, debe cumplir exigencias burocráticas para conseguir la autorización municipal a fin de talar los árboles que interfieren con la edificación proyectada; pero cuando se trata de los árboles de la vía pública, la Municipalidad actúa como si no tuviera nada que ver, como si fueran bienes sin dueño.
Si en otras ciudades del Tercer Mundo se ven algunas bien arborizadas, sin cables aéreos ni la multiplicidad de columnas que se erigen en nuestras veredas y paseos, es porque tal cosa es posible. En Asunción continuamos con el mismo sistema de tendido aéreo de hace un siglo. Los voceros de la ANDE insisten en que el costo del tendido subterráneo es inalcanzable para sus recursos. Lo más probable es que a la ANDE le convenga mantener el tendido aéreo, caro, obsoleto y peligroso, por motivos que nada tienen que ver con el celo por el dispendio de los recursos públicos.
Pero ya que no muestran predisposición por recurrir al tendido subterráneo, que significaría la solución definitiva de este problema, al menos deberían cuidar que la poda de los árboles se realice de acuerdo a las recomendaciones científicas, y no al talante de un funcionario armado con un machete que tiene licencia para cortar lo que se le antoje y como se le antoje.
Es a la Municipalidad a la que compete hacerse respetar por ANDE, Antelco/Copaco y otras empresas que actúan como si la vía pública fuera suya y hacerles probar su autoridad a los comerciantes y hasta a los políticos que talan árboles de las veredas porque tapan sus carteles publicitarios, o a los propietarios que los derriban porque sus hojas ensucian su techo o sus raíces levantan las baldosas. Aquí nadie respeta a la Municipalidad porque esta institución no ha sabido todavía hacerse respetar.
Pese a existir disposiciones municipales que prohíben las talas y las podas, en Asunción los árboles que flanquean las calles y avenidas se plantan, se cortan y se derriban sin que la Municipalidad se dé por enterada de quiénes lo hacen, lo que va dejando la ciudad en un estado de abandono anárquico en todo lo que se refiera a su ornato vegetal.
En toda ciudad medianamente ordenada se intenta mantener la uniformidad en las especies arbóreas alineadas en las veredas y paseos, lo cual parece ser imposible en nuestra capital, regida por el desorden y la falta de interés municipal. Y agregada a ello -posiblemente también como consecuencia del desinterés municipal- la belleza natural de Asunción queda oculta bajo el cableado aéreo, maraña que ensucia, afea y deprime la vista aun en las zonas más residenciales. Esto viene a sumarse a la poda desastrosa (muestras de la cual pueden observarse en las fotografías que publicamos en la página 29 de esta edición) que se efectúa por disposición arbitraria e inconsulta de los entes de servicios públicos, realizada sin tomarse las precauciones necesarias aconsejadas por la práctica forestal.
Todo propietario particular, antes de construir en un predio, debe cumplir exigencias burocráticas para conseguir la autorización municipal a fin de talar los árboles que interfieren con la edificación proyectada; pero cuando se trata de los árboles de la vía pública, la Municipalidad actúa como si no tuviera nada que ver, como si fueran bienes sin dueño.
Si en otras ciudades del Tercer Mundo se ven algunas bien arborizadas, sin cables aéreos ni la multiplicidad de columnas que se erigen en nuestras veredas y paseos, es porque tal cosa es posible. En Asunción continuamos con el mismo sistema de tendido aéreo de hace un siglo. Los voceros de la ANDE insisten en que el costo del tendido subterráneo es inalcanzable para sus recursos. Lo más probable es que a la ANDE le convenga mantener el tendido aéreo, caro, obsoleto y peligroso, por motivos que nada tienen que ver con el celo por el dispendio de los recursos públicos.
Pero ya que no muestran predisposición por recurrir al tendido subterráneo, que significaría la solución definitiva de este problema, al menos deberían cuidar que la poda de los árboles se realice de acuerdo a las recomendaciones científicas, y no al talante de un funcionario armado con un machete que tiene licencia para cortar lo que se le antoje y como se le antoje.
Es a la Municipalidad a la que compete hacerse respetar por ANDE, Antelco/Copaco y otras empresas que actúan como si la vía pública fuera suya y hacerles probar su autoridad a los comerciantes y hasta a los políticos que talan árboles de las veredas porque tapan sus carteles publicitarios, o a los propietarios que los derriban porque sus hojas ensucian su techo o sus raíces levantan las baldosas. Aquí nadie respeta a la Municipalidad porque esta institución no ha sabido todavía hacerse respetar.