Más allá de las estrecheces económicas y de las ambiciones políticas que imperan en nuestra sociedad, el milagro de la fe cristiana encarnado en el nacimiento del Niño Jesús renueva nuestra fe en lo más puro y trascendente de los seres humanos: el amor a la familia.
Desde el seno de nuestros hogares, en espíritu de confianza en la sabiduría de los designios del Altísimo, debemos celebrar la Nochebuena orando por la paz y la prosperidad tan necesitadas por nuestro Paraguay, pidiendo a Dios que ilumine el alma de los hombres que sean llamados a regir los destinos del país.
En esencia, la Nochebuena es la fiesta de la familia, del cariño y del regalo, por más modesto que este sea. En cada pesebre doméstico se renueva la historia del Nacimiento, simbolizando en cada personaje la importancia del núcleo familiar cuya fortaleza y permanencia constituyen la columna vertebral de toda sociedad.
Más allá de la historia navideña que relatamos a nuestros niños, del humilde nacimiento y del homenaje de los pastores y de los reyes por igual al Hijo de Dios, el mensaje navideño no puede escamotear la universalidad del significado. Desde esa estrella de Belén se esparce la luz del cristianismo con sus enseñanzas rectoras para la búsqueda del bien común.
Por lo tanto, es preciso que los valores de los que Cristo dio ejemplo en su existencia terrenal sean reforzados y revitalizados en cada Navidad, reflexionando sobre las responsabilidades que tenemos como cristianos. Así como somos responsables de nuestra conducta ante Dios, lo somos también del bienestar material y moral de nuestras familias y de la sociedad, desde el lugar que nos quepa actuar.
Pareciera, sin embargo, que las tareas que Dios nos encomienda en esta Navidad son difíciles de cumplir en los tiempos actuales, cercados por la codicia y la corrupción, acosados por la pobreza o cegados por las apariencias. Pero como la historia nos enseña, ninguna época ha sido fácil, y si desde sus humildes orígenes en un establo de Belén el Niño Dios inició un movimiento que ha cambiado el mundo, no puede el hombre acobardarse ante las pruebas que le toque enfrentar.
Si los paraguayos conseguimos fortalecer nuestras almas y nuestras familias apoyándonos en la fe, ¿no seremos acaso capaces de levantar de sus actuales adversidades a un país que agoniza?
En esta fiesta de Navidad, es preciso hacer un llamado a todos los ciudadanos que esperan un porvenir mejor para sus familias y su patria, para que se conviertan en líderes, para enarbolar las banderas de la decencia y la honradez, para que el mensaje de amor que nos da la Navidad fructifique en obras duraderas.
Desde el seno de nuestros hogares, en espíritu de confianza en la sabiduría de los designios del Altísimo, debemos celebrar la Nochebuena orando por la paz y la prosperidad tan necesitadas por nuestro Paraguay, pidiendo a Dios que ilumine el alma de los hombres que sean llamados a regir los destinos del país.
En esencia, la Nochebuena es la fiesta de la familia, del cariño y del regalo, por más modesto que este sea. En cada pesebre doméstico se renueva la historia del Nacimiento, simbolizando en cada personaje la importancia del núcleo familiar cuya fortaleza y permanencia constituyen la columna vertebral de toda sociedad.
Más allá de la historia navideña que relatamos a nuestros niños, del humilde nacimiento y del homenaje de los pastores y de los reyes por igual al Hijo de Dios, el mensaje navideño no puede escamotear la universalidad del significado. Desde esa estrella de Belén se esparce la luz del cristianismo con sus enseñanzas rectoras para la búsqueda del bien común.
Por lo tanto, es preciso que los valores de los que Cristo dio ejemplo en su existencia terrenal sean reforzados y revitalizados en cada Navidad, reflexionando sobre las responsabilidades que tenemos como cristianos. Así como somos responsables de nuestra conducta ante Dios, lo somos también del bienestar material y moral de nuestras familias y de la sociedad, desde el lugar que nos quepa actuar.
Pareciera, sin embargo, que las tareas que Dios nos encomienda en esta Navidad son difíciles de cumplir en los tiempos actuales, cercados por la codicia y la corrupción, acosados por la pobreza o cegados por las apariencias. Pero como la historia nos enseña, ninguna época ha sido fácil, y si desde sus humildes orígenes en un establo de Belén el Niño Dios inició un movimiento que ha cambiado el mundo, no puede el hombre acobardarse ante las pruebas que le toque enfrentar.
Si los paraguayos conseguimos fortalecer nuestras almas y nuestras familias apoyándonos en la fe, ¿no seremos acaso capaces de levantar de sus actuales adversidades a un país que agoniza?
En esta fiesta de Navidad, es preciso hacer un llamado a todos los ciudadanos que esperan un porvenir mejor para sus familias y su patria, para que se conviertan en líderes, para enarbolar las banderas de la decencia y la honradez, para que el mensaje de amor que nos da la Navidad fructifique en obras duraderas.