Cargando...
En su más reciente informe publicado sobre la carrera armamentista, el prestigioso Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés) revela un dato altamente preocupante y comprometedor para la paz: el volumen de las transferencias mundiales de armas en el periodo 2007-2011 fue 24% superior que en el anterior ciclo medido (2002-2006). Ese estudio revela un impactante aumento de la adquisición de material bélico en América del Sur, sobre todo por parte de tres países: Venezuela, Brasil y Chile.
Las cifras dadas a conocer por SIPRI son realmente alarmantes. Las importaciones de armas de Venezuela aumentaron un 555% entre 2002-2006, y en el ciclo siguiente (2007-2011) ese país sudamericano dio un espectacular salto del puesto 46º al 15º en el ranking de naciones compradoras de armamento. Se destaca asimismo el acuerdo de “cooperación” militar celebrado entre Venezuela y Rusia para la concesión, por parte de esta última nación al régimen de Hugo Chávez, de una línea de crédito de 4.000 millones de dólares destinados a la futura adquisición de armas.
Pasando a otro país, el documento indica que “Brasil tiene un amplio rango de pedidos de armas que resultarán en un dramático aumento en el volumen de sus importaciones en los próximos años”, advierte SIPRI. Al mismo tiempo, los acuerdos alcanzados entre este país y Francia incluyen la licencia para la producción de 4 submarinos, 1 submarino nuclear y 50 helicópteros artillados de alta tecnología.
Las adquisiciones de Chile también merecen una consideración especial en el informe. De hecho, se explica que la nación trasandina juntamente con Venezuela suman el 61% de las compras de pertrechos militares de toda América del Sur. En el caso chileno, esta política se origina en épocas de la dictadura pinochetista, pero fue mantenida prácticamente intacta durante los gobiernos que se sucedieron con posterioridad, tanto los de la denominada Concertación (centro-izquierda), como en el actual (conservador).
La pregunta central que surge ante esta decepcionante realidad fue planteada por el entonces presidente peruano, Alan García, en ocasión de la celebración en Lima de la 40ª Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA): “¿Para qué hemos comprado tantas armas? ¿Dónde está la hipótesis de guerra que estamos manejando para terminar beneficiando a unas cuantas fábricas de armas en el mundo?”.
Por esa misma época, el entonces mandatario fustigaba a sus pares, en el curso de una cumbre de la Unasur, por destinar hasta 35.000 millones de dólares en la compra de armas, y señalaba, no sin un toque de ironía: “Todo esto suena absurdo cuando al mismo tiempo los presidentes se sientan a la mesa a tomar café y a compartir almuerzos y comidas. ¿Si son tan amigos, para qué se arman?”.
Desde nuestro punto de vista, este es precisamente un planteamiento de fondo que debe ser encarado con honestidad, no solamente por parte de nuestros gobernantes, sino también de los pueblos; no solo porque la escalada en la compra de armas derivará inevitablemente en una innecesaria y absurda carrera armamentista en nuestra región, sino también porque no es moralmente aceptable que, mientras por un lado pronuncian edulcorados discursos integracionistas de “hermandad”, nuestros presidentes estén embarcados en una actividad que compromete seriamente la vigencia de la paz en nuestro subcontinente.
Desde este punto de vista, el informe dado a conocer por SIPRI constituye el más contundente mentís a esa retórica “integradora” tan hipócritamente preconizada por los mandatarios en todas y cada una de sus reuniones cumbres.
Es preciso decirlo con total claridad: América Latina en general, y América del Sur muy particularmente, tienen agudos problemas económicos y, sobre todo, sociales como para seguir aceptando que nuestros gobernantes dilapiden preciosos recursos financieros en la adquisición de armas a los grandes centros de la tenebrosa industria que los produce, fundamentalmente Estados Unidos, Rusia, Alemania, Francia y el Reino Unido.
Mucho más productivo, y también más ecuánime desde el punto de vista humano, sería que esos dineros fueran utilizados de manera productiva en la implementación de programas de salud y vivienda para nuestra gente, invertidos en su preparación intelectual, mediante la compra, por ejemplo, de una laptop para cada niño de América del Sur.
Es más que seguro que cuando los pueblos de esta parte del mundo eleven su nivel educativo, no solamente se multiplicarán las oportunidades para su desarrollo personal y colectivo, sino que irán disminuyendo radicalmente todas las hipótesis de conflicto entre naciones hermanas. Los sudamericanos merecen y deben ser preparados para librar las grandes batallas de la vida en el campo del trabajo, no en el de la guerra.