Del imperio español al imperio brasileño

Este artículo tiene 12 años de antigüedad

El Paraguay celebra en la fecha el 202º aniversario de su emancipación política del reino de España. Hoy, al igual que ayer, son diversos y siempre desafiantes los retos que enfrentamos como nación para asegurar nuestra Independencia. La sagrada misión de sacudirnos los yugos que pretenden sojuzgarnos no ha concluido, y debemos estar preparados para librar las batallas que aún sean necesarias a fin de garantizar un futuro de libertad y bienestar a las generaciones presentes y futuras. Es de esperar que el nuevo gobierno sea integrado por los ciudadanos más capaces y honestos para asumir el desafío histórico de asegurar nuestra Independencia. No nos hemos independizado del imperio español, hace más de dos siglos, para permitir que sus intolerables cadenas fueran reemplazadas por las de otro amo, el angurriento y despiadado imperio del Brasil.

El Paraguay celebra en la fecha el 202º aniversario de su emancipación política del reino de España. A ello se le suma este año la conmemoración de nuestra proclamación como República, la primera de las que existieron en el Sur del continente americano. Estos dos hechos constituyen de por sí un motivo de gran orgullo para las paraguayas y los paraguayos. Sin embargo, la historia no ha sido precisamente dadivosa con la Patria, nada nos ha entregado de manera gratuita, razón por la cual en el transcurso de estos más de dos siglos hemos debido enfrentar obstáculos mayúsculos para consolidar nuestra soberanía nacional. Mucha sangre fue derramada en pos de esa noble y heroica misión.

Hoy, al igual que ayer, son diversos y siempre desafiantes los retos que enfrentamos como nación para asegurar la Independencia del Paraguay. La sagrada misión de sacudirnos los yugos que pretenden sojuzgarnos no ha concluido, preciso es reconocerlo, y debemos estar preparados para librar las batallas que aún sean necesarias a fin de garantizar un futuro de libertad y bienestar a las generaciones presentes y futuras.

La coyuntura actual nos demuestra con absoluta claridad lo difícil que es para un país como el nuestro, rodeado por dos naciones enormes y con pretensiones altamente hegemónicas, consolidar la independencia que nuestros padres proclamaron el 14 y 15 de mayo de 1811.

Por el solo hecho de ejercer un acto de plena soberanía política, casi un año atrás fuimos testigos atónitos y víctimas inocentes a un tiempo de la más brutal intervención en los asuntos internos de la República que se haya conocido desde la Guerra de la Triple Alianza.

Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy

Sin concedernos siquiera el legítimo derecho a defendernos, tal como está prescripto en los acuerdos internacionales de carácter regional, el 29 de junio de 2012 se procedió en Mendoza (Argentina) a nuestra sumaria y arbitraria suspensión del Mercosur y la Unasur.

En el mismo acto, despreciando completamente el derecho internacional y menoscabando nuestra condición de país fundador del Mercosur, se procedió a la ilegal incorporación del totalitarismo chavista venezolano al proceso de integración regional. El mundo entero fue testigo de esos atropellos infames, así como de la sistemática persecución a la que nos sometieron nuestros vecinos y “socios” ante cuanto organismo internacional existe, bajo la acusación de que aquí se había “alterado el orden democrático”. ¿Por qué? Por cumplir los mandatos de nuestra propia Constitución; una Ley Fundamental de la que ellos, arbitraria y prepotentemente, se erigieron en “legítimos intérpretes”.

Parecería insólito, pero no lo es. La historia, para oprobio de nuestros comunes verdugos, recoge un siniestro antecedente. El ultrajante Tratado Secreto de la Triple Alianza, suscrito por los enemigos de la Nación paraguaya el 1 de mayo de 1865, sostenía en su artículo 7º: “No siendo la guerra contra el pueblo paraguayo sino contra su gobierno…”. Paradójicamente, el mismo argumento que repitieron los don Pedro, Mitre y Flores de hoy –en las personas de Dilma Rousseff, Cristina Fernández de Kirchner y José Mujica– para sancionar arbitrariamente a la primera República del Sur: el castigo, dijeron, no tenía por objeto al pueblo, sino a su dirigencia. ¡Hipócritas!

Todo, desde luego, comandado por el codicioso imperio brasileño, hoy travestido bajo los ropajes de una supuesta república democrática, pero con la misma insaciable voracidad imperialista de hace un siglo y medio. El mismo que ahora, por boca de sus más descarados personeros, como el infatuado asesor presidencial de Relaciones Internacionales, Marco Aurelio García, sostiene que si deseamos “reingresar” al Mercosur debemos convalidar todas las tropelías que su gobierno y el de sus aliados cometieron en desmedro de nuestra dignidad.

Sí, el mismo imperio, poderoso y soberbio, que desde hace 40 años, en virtud de un oprobioso tratado suscrito entre dos tiranos sangrientos, viene robándonos descaradamente la energía hidroeléctrica que producimos en Itaipú, y nos impide disponer libremente de ella para comerciarla con quienes mejor nos la paguen.

El mismo cruel opresor que cada vez que puede ejerce un desalmado neocolonialismo comercial, adoptando cuestionadas medidas para asfixiar con controles, de supuesto carácter tributario, la actividad de nuestras principales ciudades del área fronteriza, contradiciendo de esta forma su retórica adhesión a los principios del libre comercio proclamados en el Tratado de Asunción, que dio origen al Mercado Común del Sur.

Por eso es que la independencia es todavía una tarea inconclusa. Es un desafío que debe ser emprendido siempre con la mayor dedicación, sagacidad e inteligencia por todos los paraguayos y las paraguayas sin excepción alguna, y en particular por aquellos que nos gobiernan, los que ejercen la representación del noble pueblo guaraní dentro y fuera de la Patria. Se impone imitar los patrióticos ejemplos de un José Gaspar Rodríguez de Francia y de un Carlos Antonio López.

En pocos días más, esta tarea de consolidación de nuestra soberanía recaerá, sin duda, en las manos del mandatario al que una indiscutida mayoría de paraguayos decidió entregar la conducción de los destinos del país, Horacio Cartes.

Es de esperar, pues, que este sepa rodearse de los ciudadanos más capaces y honestos para asumir el desafío histórico de asegurar nuestra Independencia, restañar el honor nacional vilmente vulnerado por el imperio del Brasil, y hacerle entender al prepotente actual gobierno de ese país que el Paraguay no aceptó antes ni aceptará ahora otro trato que no sea el de dos repúblicas iguales, respetuosas de sus tradiciones históricas y de la inmarcesible dignidad de sus respectivos pueblos. No hemos declarado formalmente nuestra independencia del imperio español, hace más de dos siglos, para permitir que sus intolerables cadenas fueran reemplazadas por las de otro amo, el angurriento y despiadado imperio del Brasil.