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Dadas las innumerables acusaciones que pesan en perjuicio del TEI, así como su comprobada parcialidad, es menester que los líderes del PLRA se pongan de acuerdo para designar una comisión que se aboque inmediatamente a un nuevo conteo de los votos, juzgamiento de las actas y verificación de las impugnaciones. Se debe volver a certificar acta por acta, número por número, persona por persona, a fin de dilucidar la compleja situación planteada para ofrecer una versión totalmente fidedigna del proceso. Esta es la única forma de evitar las suspicacias y devolver credibilidad a la institución partidaria en la crítica situación generada.
En tanto y en cuanto este sistema de depuración no sea echado a andar y terminado, será imposible para el PLRA restañar las heridas abiertas a partir de la compulsa del domingo 1 de abril. Tal como sucedió con el Partido Colorado a raíz del fraude cometido en diciembre de 1992 en perjuicio del entonces precandidato presidencial Luis María Argaña, la ilegitimidad y el desprestigio se abatirán inexorablemente sobre su reputación, comprometiendo seriamente sus chances electorales.
Entonces, quedará para siempre grabado en el imaginario colectivo la idea de que el “triunfo” de Llano es una trampa más. Un nuevo robo, una candidatura “trucha” que una dirigencia política inescrupulosa impone a la ciudadanía para que esta se limite a certificar con su voto los caprichos de un liderazgo corrupto. En suma, que la democracia no vale nada ni sirve para solucionar nada, que es la idea que promueven los totalitarios.
Ahora bien, ¿a quién beneficia la existencia de un candidato de dudoso origen democrático al interior del PLRA? Sin ninguna duda, al luguismo bolivariano, que desde el primer día que puso un pie en el Palacio de López empeñó sus mejores esfuerzos para lograr la división tanto del partido Liberal como del Colorado.
Es en el desgaste y en el desprestigio de estas colectividades que el oficialismo saca ventaja, porque así logra hacerle creer a la ciudadanía que la única opción política válida la representan ellos mismos, los “iluminados”, los llamados a ejercer un liderazgo “nuevo y al margen de los vicios de los partidos tradicionales” dentro del país.
Es evidente que Fernando Lugo y sus seguidores ganan si en el Partido Liberal logran imponer una candidatura “trucha”.
Es el mejor camino para que, a fuerza de debilitar la honorabilidad de esa colectividad, ellos puedan forzar la aceptación de una figura de su propia extracción ideológica en lo que podría constituir una alianza electoral de cara a los comicios generales del año próximo. Un PLRA fracturado y con un candidato “trucho” les viene como anillo al dedo en esta pretensión.
La estrategia de los luguistas apunta, claro está, a la división de los partidos tradicionales, de modo que ellos puedan, con los retazos de uno y otro, más los votos que logran comprar con sus planes de “ayuda” en efectivo, conformar un frente político que les reditúe importantes beneficios electorales. Así podrán tener la plataforma propia de la que hoy carecen y, eventualmente, constituir las mayorías parlamentarias que les facilitarán no solamente la imposición de un programa de gobierno de tipo netamente bolivariano chavista, sino también la reforma de la Constitución Nacional, a fin de consolidar en el Paraguay la implantación de un régimen totalitario de corte marxista.
Por lo tanto, si los líderes del PLRA realmente están interesados en evitar que el partido se convierta en un vulgar instrumento de quienes pretenden establecer una tiranía izquierdista en el Paraguay, si en algo valoran su legado histórico y su honorabilidad, deben evitar a cualquier precio que su credibilidad sea embadurnada como actualmente lo está siendo a causa de un proceso electoral viciado, plagado de sospechas y con un irregular juzgamiento de sus resultados.
La imposición de una candidatura sustentada en tan controvertidos actos de ninguna manera contribuirá a consolidar la democracia en el Paraguay. Quienes participaron en la compulsa del domingo 1 de abril –Federico Franco, Blas Llano y Efraín Alegre– tienen la obligación moral de empeñarse en que el proceso culmine como corresponde. De lo contrario nunca lograrán evitar que la ciudadanía y su millón de correligionarios los consideren unos tramposos; los idiotas útiles de los que el poder se sirvió para dar cumplimiento a sus maquiavélicos designios de instaurar en nuestro país un modelo político retrógrado y totalitario.