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Comenzando por lo bueno, 2024 cerró con un crecimiento económico estimado en torno al 4%, la inflación anual fue del 3,7% y, según el Ministerio de Economía, se cumplió la meta de un déficit del 2,6% del PIB para el año, aunque esto último aún está por confirmarse, ya que a noviembre el saldo rojo anualizado todavía era del 3,8% del PIB, apenas por debajo del 4,1% de 2023.
Más allá de la cifra final, lo que debe tenerse en cuenta es que ese supuesto menor déficit no es producto de una racionalización del gasto público, sino de un incremento de los ingresos, es decir, de un mayor volumen de dinero extraído a la ciudadanía a través de impuestos. Según la información oficial, las recaudaciones se incrementaron 20% en relación con el año anterior. Por más que se le reconozca parte del mérito a la gestión de la Dirección Nacional de Ingresos Tributarios, la causa principal es, justamente, el crecimiento económico.
Este modelo no es sostenible porque no está basado en un verdadero saneamiento de las cuentas públicas. Si bien la economía paraguaya está atravesando una etapa de crecimiento, los ciclos económicos, como su nombre lo indica, son cíclicos. Es bien conocido en ciencias económicas que a períodos de expansión necesariamente les siguen otros de estancamiento o depresión. De hecho, ya se está desacelerando. La economía creció 4,7% en 2023, 4% en 2024 y se proyecta un máximo de 3,5% en 2025, toda vez que no se produzca algún imponderable, como un fenómeno climático o alguna situación de emergencia o algún shock externo, que acentúe la caída aún más.
Es cierto que en julio el país recibió un voto de confianza por parte de Moody’s Investor Services, que elevó la calificación de los títulos soberanos paraguayos a largo plazo a Baa3, el primer escalón del grado de inversión. Pero también es cierto que las otras dos grandes, Standard & Poor’s y Fitch Ratings, decidieron mantener por ahora la calificación en el grado especulativo.
Fitch ha dejado muy claro por qué. Entre otras razones, mencionó la debilidad institucional, el deterioro en términos reales de las finanzas públicas desde la última evaluación en 2018, con una duplicación del endeudamiento público y una triplicación de la cuenta de intereses como proporción de los ingresos en ese lapso, y un decepcionante comportamiento tanto del crecimiento como de la atracción efectiva de inversiones extranjeras directas, muy por debajo de otros países de la región con el mismo nivel de calificación, lo que, a criterio de esta consultora, es incompatible con el rango de inversión.
Este crecimiento moderado y esta capacidad limitada de atracción de inversiones y de captación de capitales de calidad es el tope de la economía paraguaya, no puede ir más allá, y ello es debido a que no se hacen reformas. Así también lo señala Fitch, con el ejemplo de la cada vez más deficitaria Caja Fiscal, ante lo cual el Gobierno, en los hechos, prefiere hacer la vista gorda para no enfrentarse con la clientela política.
Al principio parecía que quería aprovechar el envión, pero se fue apagando. Hizo aprobar una ley de supervisión del sistema previsional que hasta hoy no se aplica. Publicitó y promovió un plan de reorganización administrativa, con fusiones de entidades y eliminación de superposiciones, que quedó en la nada. Modificó dos veces el proyecto de ley de la función pública y de la carrera del servicio civil, para terminar aceptando una versión completamente desnaturalizada, mientras hace oídos sordos ante la indignación ciudadana por los escándalos de planillerismo y “nepobabies”. Puso todo su énfasis en conseguir “fondos sociales” en Itaipú por diferencia tarifaria, pero se sigue postergando lo fundamental, que es la restitución de los derechos paraguayos en la binacional a un año y cuatro meses del cumplimiento del plazo de revisión del Anexo C del Tratado, mientras Brasil hasta el día de hoy se sigue quedando con los excedentes paraguayos a precio irrisorio.
En todo este casi año y medio que lleva de mandato, el Gobierno ha hecho poco más que navegar con el viento favorable de unas buenas condiciones coyunturales y seguir con más de lo mismo, sin concretar prácticamente ningún cambio profundo para afianzar y realmente catapultar el prospecto económico nacional. Esta es la principal mala noticia.