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El novenario de este año empezó con la homilía del obispo Gabriel Escobar, titular del Vicariato Apostólico del Chaco, quien censuró a los políticos que llevan “una vida principesca”, mientras el pueblo debe organizar “polladas” para comprar remedios que faltan en el sistema sanitario. El obispo Francisco Pistilli apuntó a la moral pública al criticar que se acepte que las cosas se arreglen “bajo la mesa”, que no se intente hacerlas correctamente, que se tolere el engaño, que se malversen fondos públicos y que se prefiera al bribón antes que al honesto, como si ya nada importara. El obispo Joaquín Robledo fustigó la corrupción, que atenta contra el pobre, así como la indiferencia ante las paupérrimas condiciones de vida de los pueblos indígenas.
El presbítero Vicente Segovia lamentó que las esperanzas juveniles sean destruidas por autoridades que gozan de privilegios e impunidad, en tanto que jóvenes peregrinos lanzaron un manifiesto en el que se leía que la narcopolítica amenaza el futuro del Paraguay, donde el sicariato ya se hizo cotidiano debido a la fragilidad institucional. El sacerdote Miguel Fritz afirmó que “violar la naturaleza es como escupir en la cara de Dios”, al lamentar la falta de agua en el Chaco, donde un incendio destruyó 200.000 hectáreas boscosas, habiendo leyes e instituciones para proteger el medio ambiente. El padre Alberto Luna se quejó del transporte público, que obliga a los pobres a “viajar como animales” y que, además, deben formar largas filas para ser atendidos en precarios nosocomios,
El obispo Pedro Collar deploró la reducción de la natalidad: los jóvenes ya no quieren hijos, porque faltan “garantías laborales y tutelas sociales adecuadas” y existen “modelos sociales” centrados en la busca de beneficios, según dijo. El obispo Roberto Zacarías abogó por la vida e instó a evitar el mero subsistir que supone amoldarse al presente y limitarse a lo material. El obispo emérito Ignacio Gogorza cuestionó a las autoridades inescrupulosas que se aumentan sus dietas y sueldos, ignorando al pueblo que espera de ellas una respuesta adecuada para vivir con dignidad.
El obispo Miguel Ángel Cabello exhortó a rechazar que el país se torne un “narcoestado”, pidió más apoyo para los jóvenes drogadictos y censuró la “complicidad inmoral” de algunos fiscales, jueces y miembros de órganos de seguridad en la venta impune de estupefacientes.
En presencia del presidente Santiago Peña, el cardenal Adalberto Martínez sostuvo que “la corrupción pública y privada son inadmisibles”, y enfatizó que los administradores de recursos públicos deben cuidarlos para mejorar la vida de la gente. El robo de esos recursos condena a miles a una vida indigna de la condición humana, sostuvo.
En la misa de la víspera del 8 de diciembre, el obispo Juan Bautista Gavilán se ocupó también de la corrupción, expresó su contrariedad porque los indígenas son privados de sus tierras y habló de “producir políticos que amen su patria, luchen por el bien común y sepan entregar su vida en el servicio generoso y el desarrollo equitativo de nuestro país”.
Esta síntesis pretende mostrar el amplio temario de la homilías pronunciadas en la mayor festividad del país, que por repetidas indican que las cosas permanecen igual a lo largo de los años en lo que respecta a los privilegios que se autoasignan quienes se consideran dueños del país, mientras continúan intactas las aspiraciones no satisfechas de la gente. Es de esperar que las homilías de los próximos años en Caacupé nos hablen de que por lo menos se hizo un esfuerzo notable para que las cosas negativas vayan desapareciendo en nuestro país.