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El claro triunfo electoral del “liberal libertario” Javier Milei en la segunda vuelta de las elecciones en la República Argentina alienta la esperanza de que ese país salga del pozo en el que lo han hundido el populismo y la corrupción, especialmente del kirchnerismo, hoy liderado de hecho por la expresidenta y actual vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Esta fue una de las promotoras de la suspensión de la membresía paraguaya en el Mercosur en 2012, que una década más tarde fue condenada a seis años de cárcel por el delito de administración fraudulenta, cometido por ella y su difunto esposo, Néstor Kirchner, durante doce años de desgobierno. La presidencia que Mauricio Macri ejerció entre 2015 y 2019 no mejoró sustancialmente las cosas y menos aún la de su reemplazante Alberto Fernández –a todas luces impuesto por la expresidenta–, que entrará en la historia argentina con mucha más pena que gloria.
Sin duda, la crítica situación económica del país vecino no habría mejorado con Sergio Massa –”chancho del mismo chiquero”– en la Casa Rosada, el fracasado ministro de Economía, que según voceros del Gobierno paraguayo mintió descaradamente a Santiago Peña con respecto al grave litigio de la hidrovía. No se puede asegurar que las cosas mejoren con Javier Milei ni que las medidas que tome vayan a ser las correctas, sobre todo porque la situación del vecino país no se podrá solucionar de un día para otro, y es sabido que la gente no tiene paciencia, más aún cuando las aguas le llegan al cuello. Pero no se puede negar que las alternancias son saludables, salvo que algún autoritario se apropie otra vez del Gobierno para encabezar uno de fachada democrática y no permita a la población asumir sus opciones en libertad.
Al presidente electo argentino le espera una dura tarea, ya que debe tomar medidas para al menos reducir notablemente la pobreza, que en el primer semestre de este año castigaba al 40,1% de los habitantes, en tanto que la indigencia llegaba al 9,3%. Duele que un país que a fines del siglo XIX y en las primeras décadas del XX figuraba entre los más prósperos del mundo, hoy esté sumido en una tremenda crisis, que también es de orden moral: allí, en estos tiempos, el sueño de muchos es vivir sin trabajar, gracias a los “planes sociales” que restan brazos a la actividad productiva y agudizan el crónico déficit fiscal, que alienta la inflación.
Una Argentina saneada le vendrá muy bien al Paraguay y a los centenares de miles de paraguayos y descendientes que allí viven. En sus primeros discursos, Javier Milei ha exhibido una actitud más prudente en relación a las radicales medidas que anunciaba inicialmente. Algunos de sus anuncios ya como presidente electo, como la privatización de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (IPF), han tenido buena repercusión en las bolsas internacionales. La confianza de los mercados es de suma importancia en un mundo cada vez más integrado.
Desde luego, la recuperación económica de un socio comercial tan relevante también beneficiará al Paraguay, que el año pasado destinó a la Argentina el 20,6% de sus exportaciones. Esto, pese a que las trabas a nuestro comercio exterior, algunos de larguísima data, han sido reiteradas, habiéndose llegado últimamente al extremo de que se haya impuesto un peaje violatorio del espíritu del Tratado del Mercosur y de la letra del Acuerdo de Transporte Fluvial por la Hidrovía Paraguay-Paraná.
En este contexto, es alentador que la economista Diana Mondino –futura canciller del futuro Gobierno– haya anunciado en octubre que el primer país que visitaría Javier Milei, si fuera elegido, sería el nuestro, “con el que se ha generado una rispidez innecesaria”, según dijo: “siendo un país vecino y hermano, no hay ninguna razón para que no tengamos la mejor de las convivencias”, sostuvo. Si bien en la posible agenda que se viene mencionando ahora no figure aún el Paraguay, es esperanzador que una influyente integrante del grupo ganador haya tenido tales manifestaciones.
En el campo de las relaciones bilaterales también figura el tema de la Entidad Binacional Yacyretá (EBY), con respecto a la cual siguen abiertos al menos tres serios problemas financieros: la deuda de más de veinte mil millones de dólares que Argentina reclama a la EBY y que el Acuerdo Cartes-Macri de 2017 –nunca sometido a la ratificación del Congreso argentino– redujo a cuatro mil millones; la suma de más de cien millones de dólares de la que el Paraguay se considera acreedor por la cesión de una parte de la energía hidroeléctrica, y la de mil quinientos millones que nuestro país exige en compensación por su territorio inundado a raíz de la construcción de la represa. Es de desear que en el tratamiento de estos problemas reine la sinceridad necesaria y que nuestras autoridades estén a la altura para conseguir los beneficios que le corresponden al Paraguay, y que no abdiquen a ellos al son de ventajas personales.
Cabe esperar que en el hermano país no afloren muy pronto los intereses creados y que se permita al nuevo Gobierno tener el tiempo suficiente para poner en práctica las posibles soluciones a la ya insostenible situación en que ha caído la otrora floreciente nación. “La reconstrucción de Argentina” y “el fin de la decadencia”, mencionados en su primer discurso por el presidente electo, no se harán de un día para otro, aunque Javier Milei haya dicho que “no hay lugar para gradualismos”. El duro camino a recorrer demandará su tiempo, porque hay mucho que corregir y los beneficiarios del actual “modelo empobrecedor del Estado omnipresente”, como lo calificó el mandatario electo, ofrecerán dura resistencia: habrá que enfrentarlos en el marco de la ley.
Sería muy plausible que los argentinos superen la “grieta”, como llaman ellos mismos a la división que ha impuesto el justicialismo con relación a las otras corrientes políticas, y que trabajen en paz y honestidad para que de nuevo la prosperidad y la felicidad reinen en ese país.