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Diarios tan importantes como Folha de São Paulo publicaron en los últimos días que “los brasileños pagaron íntegramente la deuda por la construcción de la central binacional”, haciéndose eco de un trabajo del Instituto Acende Brasil, un influyente think tank del sector eléctrico del vecino país. “Brasil pagó todo, pagó la deuda, la operación, los costos, todo fue pagado por los consumidores de energía del lado brasileño”, dijo Claudio Sales, presidente de Acende.
No es ninguna casualidad que se reflote el viejo argumento de que Brasil puso el dinero y Paraguay “solo” el agua en momentos en que se tiene que renegociar el Anexo C por haberse cumplido sus 50 años de vigencia. Solo indica que amplios sectores de la política, de los gremios y de la clase dirigente del Brasil, y no únicamente los más conservadores, se querrán volver a aferrar a esa engañifa para seguir apropiándose de la energía paraguaya a precio vil y, a lo sumo, hacer alguna pequeña concesión por “generosidad con el hermano pobre y pedigüeño”, por la que, encima, querrán que estemos agradecidos.
Es exactamente lo que hicieron con el llamado acuerdo Lula-Lugo de 2009, que generó un extenso y encendido debate en el Senado, cuando lo único que se trataba era de un ajuste en la “compensación” que recibe el Paraguay por la cesión de sus excedentes energéticos al Brasil, ínfima en comparación con su cotización de mercado. Los que estaban en contra, apoyándose justamente en datos engañosos del Instituto Acende, sostenían que Brasil había construido Itaipú y que el ajuste era “exagerado”, y los que estaban a favor lo justificaban como un acto de desprendimiento y grandeza. Incluso, la senadora Gleisi Hoffmann, que fue la vocera principal del Partido de los Trabajadores en defensa del ajuste, declaró tiempo después a un enviado especial de este diario que Brasil ya había cumplido con Paraguay y que este no tenía más nada que reclamar.
El que “Paraguay solo puso el agua” ya era una falacia hace cincuenta años y lo es con mayor razón ahora, a la luz de lo que terminó ocurriendo. Itaipú no es más que un emprendimiento para el aprovechamiento de un valiosísimo recurso natural compartido en partes iguales por Paraguay y Brasil, que es el gigantesco potencial hidroenergético creado por la diferencia de altura del río Paraná entre los desaparecidos saltos del Guairá y la desembocadura del río Yguazú. Por lo tanto, Paraguay puso nada menos que el agua. Pretender menoscabarlo equivale a señalar que un país petrolero pone solo el petróleo.
Pero también es falso que Brasil pagó la construcción de Itaipú, ya que la central se autofinanció de principio a fin hasta el último dólar. Es cierto que gran parte de la energía generada fue utilizada y abonada por los consumidores brasileños, pero eso ha sido en beneficio del Brasil, no en perjuicio. Durante todas estas décadas ha tenido amplio acceso a una fuente inmensa de hidroelectricidad a precio de costo, tanto su parte como la parte de Paraguay, lo cual ha sido el puntal del desarrollo de sus estados más ricos, desde São Paulo hasta Paraná.
Y no solamente Itaipú no le costó un centavo al Brasil, sino que se benefició enormemente con el cobro de intereses usurarios de una deuda que terminó siendo estratosférica, de alrededor de 63.000 millones de dólares, en gran medida espuria, cancelada total y completamente con el producto de la fuerza hidráulica del río Paraná que, insistimos, es paraguayo en un 50%.
La realidad hoy es que Paraguay todavía tiene 20 millones de megavatios/hora anuales de excedentes en Itaipú que se los lleva Brasil por 10 dólares el MWh por encima de la tarifa de costo, cuando los precios en la región superan los 100 dólares el MWh. Está claro que hará todo para alargar el mayor tiempo posible esta situación, que le es sumamente favorable, y que se recurrirá a toda clase de sofismas para boicotear una eventual aprobación parlamentaria de cualquier acuerdo que restablezca la equidad.
Paraguay no se puede quedar esperando con los brazos cruzados ni depender de la voluntad de Brasil, sino evaluar alternativas, como podría ser la subasta de sus sobrantes, o incentivos para electrointensivas, o campañas diplomáticas y mediáticas, o mediación de organismos multilaterales, o el arbitraje internacional, pero nada se hace, ni siquiera se conformó todavía un equipo negociador ni se establecieron los criterios estratégicos. Y mientras el Gobierno duerme y “lo duermen” –pareciera que se conforma con los “fondos sociales” y los jugosos salarios–, cada día que pasa es pérdida para el país.