La función del Presidente es convencer y guiar a la sociedad

Paraguay tiene un nuevo Presidente electo, surgido en forma clara de la voluntad popular en las octavas elecciones libres desde la caída de la dictadura, un nuevo gran paso adelante en un proceso de 34 años de democracia, difícil pero inédito en la historia política del país. Una democracia imperfecta, como no puede ser de otra manera, que ha tenido sus crisis y altibajos, pero democracia sin dudas, por mucho que la intenten degradar o menospreciar. Para enfrentar los formidables desafíos que tiene por delante, es muy importante que el ciudadano que va a asumir semejante responsabilidad no pierda nunca de vista cuál será su función institucional y cuál será la posición que va a ocupar en la sociedad.

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El fallecido Prof. Dr. Jorge Seall Sasiain, uno de los más prominentes constitucionalistas que ha tenido el Paraguay, observaba que la figura del “Presidente de la República” fue parida por la Constitución de Estados Unidos. Los “Padres Fundadores” consideraron que, en ausencia de un rey, el pueblo necesitaría una persona visible que los representara directamente, que hablara por ellos y a ellos, que les mostrara el camino para tirar todos para un mismo lado.

De ahí que la tarea quizás más relevante del Presidente sea la de convencer, ni más ni menos. El gobierno en ningún caso reemplaza a la sociedad, cuyo funcionamiento depende, literalmente, de millones de voluntades. El Presidente tiene que ser un gran comunicador y un gran conciliador, para encontrar y mostrar intereses comunes entre los distintos sectores y corrientes que necesariamente interactúan en la vida social y política, con el fin de encaminar esas poderosas fuerzas hacia los grandes objetivos estratégicos de la nación. Es el político más cercano y directo del pueblo, por lo que tiene que estar en permanente contacto con este, explicarle cuál es el rumbo a seguir y por qué. Algo que notoriamente ha faltado en nuestra aún inmadura democracia.

En el mismo sentido, terminadas las elecciones, el elegido Presidente pasa a serlo de todos los habitantes del país, no solamente de su facción política ni de los que votaron por él. Para ello, es crucial que sepa leer el mensaje del electorado, algo que en ciencias políticas suele denominarse “interpretar el mandato”. Santiago Peña obtuvo con creces la mayoría exigida por la Constitución para formar gobierno, pero no se tiene que dejar engañar ni olvidarse de que casi el 60% votó en contra, incluyendo una importante porción que, evidentemente, manifestó su extremo hartazgo con un alto porcentaje de voto antisistema.

Si pretende llevar adelante un gobierno efectivo, tendrá que ganarse la confianza de la población, a través de acciones sensatas, factibles, transparentes, que sean conducentes al desarrollo nacional, la generación de empleos y oportunidades, la reducción de la pobreza, el equilibrio social y económico, el combate a la corrupción y la inseguridad.

Ello en ningún modo significa intentar simplemente agradar a ciertos grupos de presión con medidas populistas y demagógicas, que produzcan a lo mejor réditos políticos de corto plazo, pero que a la larga van en perjuicio de casi todos. El gobernante tiene que gobernar, lo que muchas veces supone tomar decisiones difíciles y aparentemente impopulares. Debe asumir ese papel con coraje y determinación, aún a costa del enojo temporal de algunos sectores, del mismo modo que a menudo deben hacer con los hijos los buenos padres y madres de familia. Pero, una vez más, el Presidente es el encargado de explicar a la gente, a los actores políticos, a los agentes económicos, a todos los ciudadanos, por qué esas decisiones son necesarias, cuáles son los objetivos, cuáles son las metas, los plazos, los mecanismos de control y de evaluación. Y, finalmente, estar dispuesto a asumir responsabilidades, como corresponde.

Por ejemplo, el próximo gobierno tendrá que restablecer el equilibrio fiscal, sin el cual es imposible avanzar a pie firme a una mayor prosperidad de esta y las siguientes generaciones. Ello ineludiblemente requerirá un duro ajuste en el sector público, para racionalizar y mejorar la calidad del gasto del dinero de los contribuyentes. El Presidente tendrá que explicar que algunas medidas quizás afecten en lo inmediato al 10% de la población económicamente activa, pero que se tienen que adoptar pensando en el otro 90%, que no vive del Estado, pero que tiene que trabajar para mantenerlo sin recibir una contraprestación equivalente a su esfuerzo.

La Constitución Nacional establece que el Poder Ejecutivo es unipersonal, ejercido por un solo ciudadano con el cargo de Presidente de la República. Santiago Peña jurará como tal el 15 de agosto, y ya desde ahora, durante el proceso de transición, tiene que empezar a mostrar su liderazgo. Más allá de dudas y diferencias, estamos seguros de que la gran mayoría le desea muchos éxitos por el bien del Paraguay. De él depende.

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