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Definitivamente, resulta penoso vivir en la capital del país u observar de paso el estado en que se halla, tanto en lo que atañe a su infraestructura como a la prestación de servicios municipales. Las calles y avenidas con baches, las aceras rotas, los baldíos con yuyales y alimañas, la basura acumulada, los arroyos polucionados, el mayor mercado como una bomba de tiempo, los “espacios verdes” mal equipados, peor mantenidos y periódicamente ocupados, la basura no recogida, el tránsito desordenado y las aguas servidas que fluyen por las vías públicas, entre otras calamidades, hacen de Asunción una ciudad inhóspita, que está muy lejos de ofrecer la mejor imagen del Paraguay.
Ni las sucesivas administraciones municipales de diverso color ni la Ley de Capitalidad, dictada en 2010 para asegurar los servicios públicos de Asunción, desarrollar su territorio y mejorar la calidad de vida de sus pobladores, así como la de sus visitantes diarios, han servido hasta hoy para que la “Madre de Ciudades” sea acogedora: la decadencia del Centro Histórico, acentuada por la instalación de centros comerciales en zonas periféricas, coincide con la inseguridad allí reinante, sobre todo en horas de la noche, al influjo del consumo de drogas ilícitas. Las viviendas o los locales allí abandonados dan cuenta del marcado declive del microcentro.
El derroche derivado de la falta de planificación y de consulta a la ciudadanía no es menos nocivo que la corrupción desaforada, como bien tendrían que saberlo los grandes responsables del desastre financiero municipal, también provocado por el prebendarismo feroz y la considerable evasión impositiva. Desde luego, la Municipalidad debe ocuparse también de la situación en los barrios marginales, donde muchos sectores están abandonados a la mano de Dios y a la de los microtraficantes. No se sabe que haga mucho al respecto, como si sus pobladores no tuvieran los mismos derechos y obligaciones que los demás, y solo sirvieran para ser movilizados por “operadores políticos” rentados de cara a unas elecciones, a fin de que el intendente y los 24 ediles lo pasen muy bien durante al menos cinco años y acaso los contraten como jornaleros.
En verdad, la Municipalidad no se ocupa de mejorar la calidad de vida de nadie, salvo la de quienes recargan el Presupuesto con “servicios personales” que agravan cada año el endeudamiento crónico. Y así van “tirando”, sin que ni los intendentes ni los concejales tengan la honradez y el coraje cívico de atender las necesidades de los vecinos antes que las suyas y las de sus respectivas clientelas. Claro que el drama no empezó con los desmanejos del intendente Óscar “Nenecho” Rodríguez (ANR), ya que se viene arrastrando desde hace largos años, sin que –lamentablemente– las víctimas se hayan defendido con el voto, como si no residieran en una ciudad tan poco atractiva, más allá de lo que hayan dicho sus poetas.
Ante la deserción de hecho del jefe de la administración municipal y de los ediles, ni siquiera se cuenta con el auxilio de unas Juntas Comunales de Vecinos o Comisiones Vecinales, encargadas de cooperar con la Municipalidad, de transmitir a la Intendencia las necesidades del vecindario y de desarrollar actividades sociales, culturales y deportivas. Un buen ejemplo del desquicio reinante fue el nombramiento de Juan Villalba como director de la Policía Municipal de Tránsito: el ex director general de Mercados, que se lio a golpes con unos “permisionarios” del N° 4 e impidió que funcionarios de la Subsecretaría de Estado de Tributación hicieran su trabajo en vísperas del último 6 de enero, fue multado por haber dado positivo en un alcotest de la Patrulla Caminera, solo días antes de asumir su nuevo cargo el 1 de marzo: huelgan los comentarios.
El desastroso estado de la capital paraguaya tiene que ver, en última instancia, con la pésima calidad moral e intelectual de las autoridades municipales elegidas y la de los “servidores públicos” nombrados o contratados. En última instancia, de los pobladores depende acabar con su infortunio votando mucho mejor que hasta hoy: es justo y necesario que protesten pacíficamente contra las acciones u omisiones que atenten contra su bienestar, pero es mejor que las prevenga con el sufragio informado y razonable, para que no se perpetúen los males ya conocidos. El triste ejemplo de Asunción debería aleccionar en el sentido de que la culpa del desgobierno municipal puede ser compartida por la ciudadanía indiferente, resignada, ingenua o fanática, para bien de los indecentes, ineptos, haraganes y oportunistas de siempre.