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En estos últimos diez años de gobierno colorado la población paraguaya ha debido aprender a convivir con dos facciones de un mismo partido –el abdismo y el cartismo– viéndolos acusarse mutuamente de crímenes y de latrocinios con nombre y sin fin. Ante la inminencia de juicios políticos o de la mismísima cárcel, ambas corrientes coloradas se han abrazado para salvarse, para posteriormente volver a acusarse nuevamente de los mismos hechos punibles en un rulo temporal sin fin. Hemos asistido a develaciones mutuas de delincuencias y delincuentes. Los hemos visto y oído denunciarse mediáticamente por crímenes que son pasibles de cárcel y han llegado al colmo de realizar denuncias ante el mismo Poder Judicial o la Fiscalía. Sin embargo hoy, esas mismas facciones se abrazan como el borracho al poste, para prometer a la República del Paraguay que pueden entregar un mejor país que aquel en el que nos han forzado a vivir en los últimos años. Difícil de creer.
Es tan insultante la cotidianeidad que nos forzaron a aceptar que la violencia imperante ya no es solo el sicariato que ha llegado desde la frontera hasta la capital del país. Del día a la noche nuestros criminales se han globalizado en tenebrosas ramificaciones internacionales de cargamentos de drogas y han llegado al extremo de asesinar impunemente y en el extranjero a nuestro fiscal antimafia, Marcelo Pecci. Hemos alcanzado el intolerable límite de que un gobierno como el de Estados Unidos califique de significativamente corruptos a un vicepresidente en ejercicio –Hugo Velázquez (ANR, abdista)– y a un expresidente de la república, Horacio Cartes (ANR). La lista, por cierto, alcanza a otros políticos y autoridades nombradas y electas de la República del Paraguay, todos ellos bajo el signo del mismo partido.
Tras diez años de gobierno colorado, hoy día el país tiene en su galería de procesados a excongresistas, otros ejerciendo la legislatura pese a estar imputados, procesados o acusados y haber estado presos.
Varias de estas autoridades actuales –como el diputado Erico Galeano– llegan a estas elecciones con la desfachatez de pedir nuevamente votos con el maloliente equipaje de estar investigados por varias sospechas que incluyen lavado de dinero y hasta complicidad con prófugos del narcotráfico. Los candidatos que hoy sacan la cabeza de la inmundicia que han rodeado sus gestiones para pedir nuevamente votos explican perfectamente por qué nuestra República está rendida ante la impunidad. Hechos punibles, que por cierto, no han encontrado ni un atisbo de justicia sino la desvergüenza de pasearse impúdica y orondamente al punto de volver a postularse como si fueran santos de altares cuando todos conocemos sus hediondas catacumbas.
Reclamar y reformar. Rescatar y resurgir. Remodelar y restaurar. La ciudadanía paraguaya necesita renovarse para resurgir, reclamar para exigir reformas, remodelar y restaurar para innovar. No es mucho lo que se pide, apenas sensibilidad patriótica, mucha honestidad y empeño, sabiduría y voluntad firme para recuperar el tiempo, los valores y la justicia perdidos. Que haya bienestar y prosperidad garantizada sin muchos discursos, con menos promesas pero con más realidades.
No son ambiciones desmedidas ni pretensiones extraordinarias aquellas a las que aspira el pueblo paraguayo. Es el deseo de salir a trabajar y estudiar cada día, vivir dignamente, tener lo suficiente para comer, estudiar, tener salud y la certeza de un futuro digno en la jubilación. No es demasiado pedir esperar un país donde se viva en paz, donde se pueda circular libremente y sin miedos, donde haya una administración financiera acorde a los ingresos de quienes solventan con sus impuestos al sector público. Que no nos enfrenten cada día a la existencia de dos categorías, la de paraguayos de primera y de segunda.
Dicen que a los políticos y a los pañales se han de cambiar a menudo… y por las mismas razones. El enquistamiento en los cargos nos ha dado certezas irrebatibles: el acostumbramiento y el poder deben ir divorciados. Solo la rotación y el recambio de líderes pueden evitar la corrupción y los abusos de poder. La salud de una democracia está en la representatividad del gobierno, y esta última depende de alternancias donde ningún político ni autoridad se sienta poderosamente propietario del sistema por acostumbramiento. Que todo hombre o mujer que sea electo o nominado para un cargo sepa que la llanura es aquel lugar con el que se castigan las promesas hechas y rotas.
Salgamos hoy a votar con esperanzas de que los cambios se pueden dar, que las ofertas se pueden cumplir, que a quienes ya nos mintieron antes los podemos castigar. Quienes hoy se postulan tienen una oportunidad única para cumplir todo lo que han prometido; tendrán una única chance para esforzarse y realizar los proyectos que han ofrecido.
A lo largo y ancho de la República del Paraguay hoy podemos llenar las urnas con el voto firme y seguro que diga no más a todo lo que nos está socavando como nación. Quienes se queden en sus casas en la creencia de que nada se puede cambiar realmente alientan a que no haya cambio; quienes se acomoden en el confort de que no es posible un nuevo país serán los responsables de que no haya esperanzas de uno nuevo. Quienes se ausenten de esta única posibilidad cada cinco años de decir NO a quienes roban, saquean y mienten, son en el fondo, involuntariamente cómplices de que la misma historia continúe.
La llanura puede ser inhóspita y despiadada para un político, más allá del color partidario, pero necesaria para una nación. Hoy puede ser un buen día para expulsar del templo de nuestra democracia a todos aquellos fariseos y mercaderes, sepulcros blanqueados de la política que tras una sonrisa esconden sus crímenes. A salir a votar en paz, con conciencia cívica y con convicciones de que los buenos de este país pueden unirse para poner de pie a la República del Paraguay y conseguir para el bienestar común esa patria soñada.