Cargando...
Se dice, con razón, que los líderes políticos deben ejercer un poder didáctico sobre los demás, razón por la cual los dirigentes, mandatarios o candidatos a serlo, tienen la obligación, no solo de cuidar el lenguaje y sus actitudes públicas, sino también sus comportamientos privados. Lo que digan, lo que hagan o dejen de hacer en la vida pública y privada tendrá repercusión en la colectividad, esté o no de acuerdo con ellos.
La mayoría de los integrantes de una sociedad carece de opinión propia sobre los acontecimientos de interés general y particularmente sobre los complejos problemas políticos, por lo cual es deseable que los discursos, los debates y las conferencias de los líderes políticos sean lo más concernientes posible a la verdad y que sus intervenciones públicas se ajusten a sus actuaciones. Es decir, que sean coherentes, honestos y transparentes en sus gestiones.
Los líderes políticos son actores de un teatro al que asiste una colectividad y al mismo tiempo son docentes de una clase llena de educandos. En ambos escenarios el público se ubica en una posición de escuchar, ver y aprender de alguien que sabe más y en quien, además, confía plenamente. Aquellos que utilizan la tarima política solo para defender sus posiciones, generalmente indefendibles, o solo para atacar a sus adversarios, la mayoría de las veces con argumentos falaces, podrían ser considerados inclusive como buenos, pero solo en la categoría de operadores partidarios, lo que se diría en lenguaje común, un político de cuarta, pero nunca un líder político.
Vienen al caso estas consideraciones a raíz de la actuación extraviada del exsenador, exministro de Obras Públicas y excandidato presidencial colorado, Arnoldo Wiens, quien fue pastor de su iglesia y al mismo tiempo ejerció el periodismo antes de tomar la decisión de saltar a la arena política militando en el Partido Colorado, de gobierno.
Tratando de reubicarse en la corriente ganadora del Partido Colorado, luego de su derrota en las internas partidarias como candidato a presidente de la República, Wiens ensayó en la tarima de un acto proselitista de su anterior adversario un sketch en el cual exhibió un billete de cien dólares que luego lo arrugó en las manos para después pisotearlo y mostrarlo nuevamente al público, a fin de sacar su antojadizo argumento de que “esta es la muestra de que las cosas no pierden su valor, por más daño que intenten hacerle”.
La conclusión a la que llegó es que en nada afectará al candidato presidencial Santiago Peña permanecer al lado de una persona “perseguida y a quien se busca causarle daño”, en alusión a la situación de algunos funcionarios y dirigentes partidarios del coloradismo, en especial a Horacio Cartes, calificado por el Gobierno de Estados Unidos de significativamente corrupto, además de obligarlo a liquidar algunas de sus empresas y vender otras.
La opción de Wiens por la política fue vista en su momento como una esperanza de que personas sanas ética y profesionalmente puedan mejorar la salud de la política nacional, atacada por el virus de la corrupción, de la mediocridad y de la falta de patriotismo. Tal vez por esa razón su nuevo partido lo premió con el cargo de senador y su movimiento interno lo eligió candidato presidencial, no solo para confrontar propuestas con el otro candidato sino para enfrentar la influencia nefasta de Horacio Cartes en el coloradismo.
Arnoldo Wiens trató legítimamente de complementar su prédica religiosa y periodística anterior con el poder político y lo consiguió, pero en vez de usar el poder conseguido para incidir positivamente sobre la ciudadanía, ahora se limita a tratar de ganar la voluntad de sus nuevos amos a través de una exagerada lisonja, ni siquiera para escalar posiciones sino para conservar sus privilegios.
El sketch que protagonizó en Ciudad del Este con el billete de cien dólares es una demostración de lamentable ignorancia con respecto a los valores humanos, presentados en una equiparación inconcebible con el valor de las simples cosas. Los valores humanos, como lo saben hoy día inclusive quienes asisten a la primaria, son adorno y lustre de las personas, que guían sus pasos para sus acciones y toma de decisiones, las cuales unidas a los valores de otros hacen que la sociedad avance hacia un estadio de respeto mutuo y de convivencia armónica. No tienen precio, por tanto, no se los puede comprar ni se los puede vender.
Los valores de las cosas, sin embargo, valen por sí lo que les asigna el mercado y pueden ser intercambiados por el dinero, arrugados o no, que las personas normales lo consiguen por su esfuerzo o por herencia legítima. Arrojar dinero a la multitud está lejos de aparentar siquiera una cátedra para el entendimiento fácil o una explicación gráfica que simplifique la comprensión de algo complejo que rodea y asfixia a Cartes y otras personas ubicadas al margen de la ley.
Por tanto, la explicación por medio de un teatro breve del excandidato presidencial Arnoldo Wiens de lo que sucede con Horacio Cartes en su controversia con el Gobierno de Estados Unidos, y la necesidad que tienen los cartistas de encontrar una razón válida para que Santiago Peña continúe prendido de su saco, cada vez más embarrado, ubica al orador del acto de Ciudad del Este en un triste papel de simple chupamedias, que además de terminar ofendiendo la dignidad de las personas presentes en el acto, dejó pasar la oportunidad de actuar como un auténtico líder político para convertirse en otro vulgar político de cuarta.