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La chikunguña brotó en octubre último, se ha extendido a casi todo el país y se está volviendo cada vez más preocupante: las camas de terapia para niños afectados por ella y otras patologías ya se hallan saturadas, mientras guardan reposo dos de cada cinco enfermeras, así como tres de cada siete médicos; tan grave se ha vuelto el fenómeno viral que la Dirección General de Vigilancia de la Salud debió emitir una alerta epidemiológica ante su “comportamiento atípico”, pues los más de treinta mil casos de la actual epidemia quintuplican el registro histórico. Además, ya son 33 los fallecidos, cifra lamentable que podría ir en aumento si la sociedad civil, las municipalidades y el Estado no enfrentan la situación con la debida seriedad.
Dado que el sistema sanitario podría verse desbordado, urge que la población se esfuerce por impedir una difusión aún mayor de la dolencia, eliminando las condiciones ambientales que favorecen la proliferación de su agente transmisor, el mosquito Aedes aegypti, capaz de contagiar hasta a tres personas por día. En realidad, se trata de medidas higiénicas que deberían ejecutarse durante todo el año, sin necesidad de esperar que aparezca esa enfermedad viral o el ya bien conocido dengue. Como de tales medidas depende preservar tanto la salud propia como la ajena, es grande la responsabilidad que recae en cada uno de los hogares, uno de los principales sitios donde el insecto instala sus criaderos.
Siendo así, asusta que el Dr. Gustavo Chamorro –director del Servicio Nacional de Erradicación del Paludismo (Senepa)– haya revelado que el mosquito se procrea en el 95% de las casas de Asunción, porcentaje idéntico al de Fernando de la Mora, según dijo su intendente Alcides Riveros (PLRA). Está visto que, pese a la experiencia de más de tres décadas desde la aparición del dengue y a las campañas de concienciación sobre los criaderos, el común de la gente aún no ha advertido la necesidad imperiosa de evitar la acumulación de agua –limpia o sucia–, en recipientes, entre otras cosas. Algo no está haciendo bien el Ministerio de Salud Pública y Bienestar Social (MSPBS) en cuanto a convencer de que es imprescindible que cada uno adopte ciertas sencillas medidas para no convertirse en un paciente más de sanatorios u hospitales colapsados, precisamente porque la displicencia es generalizada. En este sentido, el Ministerio de Tecnologías de la Información y Comunicación (Mitic) podría cumplir un papel relevante, pero esta dependencia no se destaca mucho por su utilidad.
No hace falta ponerse una mascarilla ni lavarse las manos con frecuencia: basta con poner la casa en orden, pero aún así son muchos los que no se ocupan de sí mismos, acaso confiando en el paternalismo sanitario estatal. Así como hay personas renuentes, también hay numerosas municipalidades que no aplican las medidas aconsejadas por el Senepa, al decir de su director. Es decir, se desentienden del problema y lo dejan en las exclusivas manos del MSPBS, aunque entre sus funciones legales figure la de fiscalizar los estándares que garanticen la calidad ambiental y el cumplimiento de las normas nacionales respectivas. Es sabido, por ejemplo, que las cubiertas desechadas, que se arrojan en cualquier lugar, contribuyen notablemente a la proliferación del mosquito, sin que las Municipalidades se ocupen de retirarlas y sancionar a los desaprensivos; claro que ellas, por su parte, deben tener un servicio regular de recolección y vertederos “oficiales” adecuados: las “mingas” organizadas cuando ya estalla una epidemia son tardías e insuficientes. La Ley N° 716/95, que castiga delitos contra el medio ambiente, contiene claras medidas punitivas, que no son aplicadas por las autoridades respectivas, por lo que nadie se ocupa de cumplirlas.
Hace casi un mes, ministros, intendentes y autoridades sanitarias se reunieron en el Palacio de López para intercambiar opiniones en torno a la nueva crisis; tal vez sea prematuro exigir que el encuentro ya tenga consecuencias prácticas visibles, pero no así que, de una vez por todas, se coordinen medidas para no tener que resignarse con tristeza a que la chikunguña vuelva con igual fuerza en 2024, suponiendo que la actual epidemia haya sido de algún modo controlada.