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La ciudadanía debe estar agradecida al ministro de Justicia Daniel Benítez por haber dicho lo que ninguno de sus antecesores se atrevió a admitir, pese a las claras evidencias acumuladas durante décadas. En efecto, afirmó que el sistema penitenciario es “totalmente inútil” y “no da para más”, como volvió a constatarse en la tarde del último jueves, cuando Milciades Pedra Gómez, alias Oso Riquillo, un supuesto narcotraficante brasileño –presuntamente implicado en el asesinato de la conocida Vita Aranda en San Bernardino, en enero de 2022–, festejó su cumpleaños en la cárcel de Tacumbú, con música en vivo y bebidas alcohólicas o algo más. Por ende, fueron apartados de sus respectivos cargos el director Domingo Amarilla y el jefe de seguridad Isabelino Godoy. Además, se analizará el papel que jugó cada funcionario en la magna celebración.
Las medidas tomadas son las habituales, siendo presumible que otras similares se repitan en breve, atendiendo el historial disciplinario de tan solo el año pasado: la penitenciaría fue intervenida el 14 de marzo porque un enjuiciado tenía las llaves de sus esposas en la billetera. Poco después, el 31 de mayo, lo fue de nuevo porque dos reclusos se fugaron por la entrada principal, y el 10 de noviembre porque otros cuatro pasaron por dos portones, cortaron una reja y escaparon, sin que lo advirtieran los policías y militares que vigilan el perímetro ni los detectaran las cuatro cámaras de seguridad instaladas en los alrededores. Por cierto, este último escándalo condujo al nombramiento del hoy defenestrado Domingo Amarilla, quien –sin embargo– ya fungía como director del penal de Tacumbú cuando en febrero de 2021 estalló un motín en el que murieron siete internos, razón por la que pasó a ocuparse de una granja penitenciaria; en mayo de 2022 dejó de dirigir la cárcel de Ciudad del Este, tras hallarse un túnel en el pabellón ocupado por miembros del Primer Comando da Capital (PCC). Dados los antecedentes, no sorprendería que este personaje vuelva muy pronto por sus fueros, para seguir atentando contra el sistema penitenciario. Los frecuentes traslados que se producen en ese ámbito, en consecuencia, no son para una mejor organización, sino todo lo contrario, porque quien ha sido enviado a otro cargo parecido no va para desempeñar con mayor eficiencia sus nuevas funciones, sino que llega allí con todos sus vicios ya conocidos. De modo que se repite el mismo círculo sin esperanza alguna de un mejor resultado.
En cuanto a los grandes delincuentes que viven y farrean como reyes en las penitenciarías, no hay nada que decir, pues es natural que con el inmenso dinero malhabido que han acumulado pretendan corromper todo lo que está a su alcance. Hasta suelen contar con celdas vip, con todas las comodidades de un moderno hotel. Para contrarrestar esa situación, a sabiendas de que la tentación es grande, las autoridades nacionales del sector deberían preparar o buscar a funcionarios idóneos y con antecedentes de honestidad, que además reciban el salario adecuado, y no seguir trasladando y volviendo a trasladar en los mismos lugares a personas que ya han demostrado su ineficiencia o presunta corrupción.
De modo que nada nuevo dijo el ministro al afirmar que el principal problema del sistema penitenciario es la “corrupción y la falta de preparación” del personal. A más de los jefes, habrá que ocuparse también de los atributos morales de los guardiacárceles para que, entre otras fechorías, no sigan estropeando los escáneres de control, según reveló en su momento Cecilia Pérez, exministra de Justicia y exasesora de seguridad de la Presidencia de la República.
Las prisiones del Paraguay de hoy no sirven para readaptar a los condenados, que son la minoría de los reclusos, ni para proteger a la sociedad, dado que desde allí hasta se encargan asesinatos a través de teléfonos móviles, al decir del comandante de la Policía Nacional, Gilberto Fleitas. En suma, el sistema penitenciario no cumple con sus funciones esenciales: ha colapsado. Algo hay que hacer porque la sociedad entera está en peligro, y en estas condiciones, son todos los ciudadanos quienes corren el peligro de vivir en una gran cárcel, temerosos de quienes desde sus lugares de reclusión dictan orden sobre su vida y sus bienes.