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El día de hoy comienza en Buenos Aires la VII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), un “mecanismo intergubernamental de diálogo y concertación política” creado en 2011, del que forman parte 33 países, entre ellos el nuestro. Se trata de una de las varias costosas pero poco útiles organizaciones regionales creadas a lo largo de las décadas, que han aportado menos a la democracia y al desarrollo de los pueblos que a la escenificación de postulados de izquierda. Se la considera el equivalente a la Organización de Estados Americanos (OEA), pero sin Estados Unidos y Canadá, sin las atribuciones de ese organismo madre de la región.
Entre las tantas organizaciones inservibles que han surgido y que han desviado la atención de los gobernantes de la región se puede mencionar la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América (Alba), fundada en La Habana en 2004 bajo los auspicios de las dictaduras cubana y venezolana, como alternativa frente al Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA), promovida por los Estados Unidos. También la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), constituida en Brasilia en 2008 para –supuestamente– reforzar la integración suramericana, pero que acentuó de hecho el factor ideológico de la mano de Hugo Chávez, Cristina Fernández de Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva, y que más adelante se esfumó como el alcanfor una vez que sus mentores perdieron preeminencia. Este es uno de los organismos que suspendió en 2012 la membresía paraguaya tras la destitución de Fernando Lugo vía juicio político constitucional, iniciando además una “cruzada de persecución” contra el Paraguay, tal como denunció nuestra Cancillería en la oportunidad. Estos mismos Gobiernos también politizaron el Mercosur, de donde expulsaron a nuestro país, a pesar de ser uno de los cuatro países fundadores, para meter “por la ventana”, como se dijo en la ocasión, a Venezuela, que no cumplía los requisitos para incorporarse al bloque, de donde fue nuevamente excluido en 2017, por ser un país dictatorial, encabezado ya entonces por Nicolás Maduro.
Pues bien, se anunció la presencia de este siniestro personaje en la nueva cumbre de la Celac –aunque al parecer desistió ante manifestaciones de repudio–, al igual que la de Miguel Díaz-Canel, que encabeza la sangrienta dictadura de Cuba, y posiblemente también la del dictador nicaragüense Daniel Ortega, todos invitados por su amigo, el presidente argentino Alberto Fernández. Es de esperar que el primer mandatario paraguayo, Mario Abdo Benítez, repita la digna actitud que tuvo dos años atrás en Ciudad de México, en otra reunión de la Celac, cuando dijo: “Mi presencia en esta Cumbre en ningún sentido ni circunstancia representa un reconocimiento al Gobierno del señor Nicolás Maduro”. Varias organizaciones políticas y sociales de la Argentina se han pronunciado sobre la posible presencia de estos oscuros personajes en la reunión, y una de ellas sostuvo en un comunicado: “Estas visitas hieren la sensibilidad republicana de la Argentina y son inaceptables”.
Pues bien, siendo así, lo más factible es que las onerosas reuniones de la Celac repitan vacíos comunicados que exaltan los principios democráticos y el progreso de las naciones, mientras mantienen en su seno a los conculcadores de las libertades y empobrecedores de sus pueblos. En consecuencia, mucho ganarían los países de la región si van prescindiendo de organismos inútiles, como lo han hecho con el Alba y la Unasur, que resultan costosos, pero poco aportan para el desarrollo de los países, salvo para que sus presidentes, en encendidos discursos, vayan a hacer gala de sus logros, que ni ellos mismos los creen.