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Las elecciones internas de las organizaciones políticas ocurridas el pasado 18 de diciembre obligan a un exhaustivo análisis sobre lo que los afiliados de las mismas quieren y sobre lo que no quieren, sobre lo que aprobaron y sobre lo que rechazaron, sobre lo que premiaron y sobre lo que castigaron. Porque más allá de haber ganadores y perdedores, personas derrotadas y triunfadoras, importa lo que la gente pretende al confiar su voto a tal o cual candidato o fuerza política.
Conviene empezar remarcando lo obvio, porque ciertos sectores pretenden pasarlo por alto, y es que estas elecciones fueron internas de las organizaciones políticas y, por tanto, el peso del llamado “voto duro” fue mucho más importante de lo que será en las elecciones nacionales.
El “voto duro” se define como aquel integrado por militantes que son fieles a determinadas causas o determinados líderes, independientemente de las circunstancias que les afecten. Su característica es la lealtad grupal y, aunque siempre mantiene latentes sus posibilidades críticas, esta no se modifica fácilmente.
Pero hay también, en las internas de las organizaciones políticas, lo que podríamos llamar el “voto crítico”, que tiene especial importancia porque indica la posible tendencia del electorado en las elecciones nacionales. Es de desear que este tipo de votos sea incrementado, para ir mejorando la calidad de quienes ocupen los cargos electivos e ir arrinconando a los indeseables.
En el análisis del “voto crítico”, debe señalarse que los números indican que muchos candidatos sobre los que existen cuestionamientos morales y procesos judiciales fueron beneficiados por este tipo de votos, lo cual no debería leerse como que los electores no hacen discernimientos morales. Sí los hacen, pero en el marco de balances de costo-beneficio de las candidaturas.
Un ejemplo que confirma el discernimiento moral es el castigo que recibió el presidente Mario Abdo Benítez por su falta de integridad en el discurso: si uno denuncia durante meses a Horacio Cartes como jefe de la mafia, no puede luego abrazarse con él sin que su credibilidad se vea gravemente afectada como hizo el mismo Marito en 2017. El presidente volvió a denunciar este año que Cartes era el jefe de la mafia, pero mientras lo hacía, sus diputados votaban por salvar del juicio político a la fiscala general Sandra Quiñónez. Obviamente, cuando por tercera vez ensayó atraer a la gente denunciando a Cartes, ya pocos creyeron en su sinceridad.
Cabe preguntar cómo puede el elector castigar la falta de integridad del Presidente de la República mientras vota por una persona tan cuestionada como Cartes. La respuesta no es simple, pero conviene recordar algunos elementos de juicio que explican la situación: el descontento con el Gobierno es una fuerza de primer orden en todos los procesos electorales del mundo, pero es un proceso particularmente confirmado en la Asociación Nacional Republicana. No hubo otras alternativas para expresar ese descontento, frente a la incapacidad de la campaña de Fuerza Republicana, a la que pertenece Marito, de explicar a los electores la costosa y trágica conexión entre el contrabando de cigarrillos y la pérdida de fuentes de trabajo.
Cabe sumar a lo anterior que la declaración que sobre Cartes realizó la embajada de Estados Unidos, señalándolo como “significativamente corrupto”, sobre lo cual coinciden muchos actores políticos nacionales, como el candidato de la Concertación Nacional, Efraín Alegre, produjo un efecto que no se previó en un principio. En verdad, Honor Colorado capitalizó a su favor este episodio, presentándolo como una intervención de una potencia extranjera en nuestros asuntos internos.
A Efraín, y no a ninguna embajada extranjera, le toca ahora la responsabilidad de explicar claramente a millones de paraguayos por qué votar por Cartes perjudica sus posibilidades de trabajar y de prosperar.
El “voto crítico” se ejerció a lo largo y ancho del país, en todas las organizaciones políticas, usufructuando masivamente la libertad de elegir conquistada con el desbloqueo de listas y el voto preferencial.
Todas las listas de candidatos presentadas por los caciques políticos, sin excepciones de importancia, fueron modificadas por el electorado crítico, dejando fuera de carrera a unos cincuenta diputados actuales, a muchos senadores, a figuras que se creían importantes, lo cual confirma que la gente usó su derecho de preferencia premiando lo que le gusta y castigando lo que no le agrada.
Mimados de Cartes como Alicia Pucheta, por tomar un ejemplo muy notorio, fueron castigados por los propios cartistas, enviándolos a lugares inelegibles de las listas votadas. Pero eso le ocurrió a todos los caciques de todos las organizaciones políticas. Patria Querida vio a su candidato número 45 convertirse en el número dos. Y otros casos similares.
Si se pudieran sintetizar, al menos provisionalmente, los resultados del último domingo en términos de mandato electoral, tal vez pueda decirse sin temor que se castigó la no correspondencia entre lo que los candidatos dicen y lo que hacen, lo cual es una señal alentadora y positiva, pues el pueblo paraguayo no tiene por qué tolerar que los mentirosos le timen el voto para hacer lo contrario de lo que prometen.