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Políticamente, es cierto que el Mercosur ayudó en su momento al Paraguay a reinsertarse en el mundo tras salir de una larga dictadura y de un estado de profundo aislamiento internacional y que, en tal sentido, fue importante para consolidar su democracia. Pero también es cierto que el bloque fue responsable de una de las mayores humillaciones que ha sufrido nuestro país en su historia, cuando lo apartaron prepotente e ilegalmente por la aplicación estricta y autónoma de disposiciones previstas en su Constitución Nacional en una cuestión de política interna, lo que fue usado como pretexto para el verdadero fin de dejar entrar por la ventana al dictatorial régimen chavista de Venezuela, pese a la oposición institucional de Paraguay como socio fundador y pleno.
Económicamente, lejísimo ha estado de servir al interés nacional en la medida de las expectativas. Cuando se inició el Mercosur en 1991, mucho se hablaba de si se convertiría en una plataforma para abrirse a la economía internacional, tener más peso en los organismos multilaterales y poder proyectar las magníficas potencialidades de nuestra región hacia afuera, o bien se constituiría en un cerco hacia adentro, en el que Brasil y Argentina se repartirían las cuotas de un mercado cautivo y se protegerían mutuamente ante la competencia extranjera. Todos sabemos lo que terminó ocurriendo.
El más perjudicado por esta situación ha sido Paraguay, que fue el único que tuvo que elevar considerablemente el promedio de sus tarifas aduaneras para converger con el Arancel Externo Común, lo cual ha limitado sus posibilidades de aprovechar sus ventajas competitivas en el campo comercial.
Sus defensores alegan que alrededor del 60% de las exportaciones paraguayas van al Mercosur, pero eso no es necesariamente bueno. Por un lado, la cifra es engañosa porque refleja las “escalas” que necesariamente deben hacer muchas mercaderías por nuestra mediterraneidad. En segundo lugar, el flujo comercial con Argentina y Brasil habría ocurrido de todos modos, como lo demuestra el caso de Chile, que nunca quiso ser socio pleno. Y, finalmente, esa relativa dependencia no es más que la confirmación de que el Mercosur ha encapsulado al Paraguay y ha reprimido sus posibilidades de diversificar sus exportaciones y de vincularse más directamente con el mercado global. La cruda verdad es que Paraguay solamente ha podido acceder a los mercados de sus vecinos de manera parcial y concesiva, bajo sus reglas y condicionamientos, a menudo notoriamente contrarios a la letra y al espíritu del Tratado de Asunción.
Asimismo, en otras áreas de extrema importancia para nuestro país, principalmente en el campo energético, el Mercosur no le ha servido a Paraguay para nada. Nuestro país es el único de la región con excedentes de energía limpia y barata, pero está impedido de comercializarlos a precios de mercado, y extraer así los legítimos beneficios del aprovechamiento de sus recursos naturales, mientras Brasil y Argentina abiertamente se apropian, se intercambian y lucran con la energía paraguaya.
Probablemente lo más concreto que ha hecho el Mercosur en sus más de treinta años de historia es su reciente firma de un acuerdo comercial con la Unión Europea, pero tampoco eso avanza, principalmente debido a los reparos proteccionistas de uno de sus grandes socios. Ahora Uruguay llega con la propuesta de negociar por su cuenta un tratado de libre comercio con China, como ya lo han hecho todos con distintas áreas del mundo, excepto Paraguay, a quien nunca se lo permitieron. Brasil exige una “modernización” del Mercosur, que implica reducir o eliminar el Arancel Externo Común, a lo que se opone férreamente Argentina. Es este, a no dudarlo, el motivo de la ausencia del presidente brasileño en esta cumbre.
En síntesis, sin romper formalmente con el bloque, cada cual busca hacer las cosas por separado ante la realidad de un Mercosur agotado. Paraguay debería hacer lo mismo.