Contener la inflación es la primera prioridad

Ha surgido un debate entre los actores económicos sobre qué es más importante en este momento, si promover la reactivación con medidas expansivas o ajustar aún más la política monetaria para ir reduciendo la inflación. Ambas posiciones tienen sus pros y sus contras y el dilema no es de fácil solución, pero la suba generalizada de precios es el peor de los males en materia económica y el primero que debe ser atendido, porque afecta más a los que menos tienen, sobre todo en un contexto de alta informalidad y precariedad del mercado laboral. El BCP debe ocuparse de cumplir su mandato constitucional de preservar la estabilidad monetaria, sin importarle el resto.

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Ha surgido un debate entre los actores económicos sobre qué es más importante en este momento, si promover la reactivación con medidas expansivas o ajustar aún más la política monetaria para ir reduciendo la inflación. Ambas posiciones tienen sus pros y sus contras y el dilema no es de fácil solución, pero la suba generalizada de precios es el peor de los males en materia económica y el primero que debe ser atendido, porque afecta más a los que menos tienen, sobre todo en un contexto de alta informalidad y precariedad del mercado laboral. La inflación anualizada alcanzó los dos dígitos en marzo, con el 10,1%, volvió a saltar al 11,8% en abril y no hay razones para pensar que vaya a retroceder en mayo, con el agravante de que el encarecimiento es significativamente mayor (17,1%) en los artículos de la canasta básica de consumo, especialmente alimentos, que son en los que más gastan la mayoría de las familias, sobre todo las menos pudientes.

Si sube el precio de un producto concreto o de un grupo de productos en particular, como podría ser el combustible por la guerra en Ucrania, la causa puede ser coyuntural y pasajera. Pero cuando todos los precios tienden a subir, y por tanto ello se refleja en el promedio general, entonces la inflación siempre, en todos los casos, es un fenómeno de origen monetario. Sencillamente, hay más dinero en la economía del que debería haber.

Que haya más dinero no significa que haya más riqueza. El dinero es un simple medio de cambio, no tiene valor en sí mismo, por lo que en una economía debe circular la cantidad justa y necesaria de dinero para permitir intercambiar los bienes y servicios que produce esa economía, ni más ni menos. Si circula más de lo necesario, el valor de ese mismo bien o servicio será el mismo, pero el precio expresado en esa moneda pasará a ser mayor.

Es exactamente lo que está ocurriendo en Paraguay. En lo que va de este Gobierno, los billetes y monedas en circulación aumentaron más del 40%, mientras que en el mismo período el Producto Interno Bruto en guaraníes corrientes creció 14,5%. Es lógico que se dispare la inflación. La causa de fondo es el excesivo gasto público y, fundamentalmente, el continuado déficit fiscal.

Para ir contrarrestando la tendencia, el Banco Central del Paraguay ha estado elevando la tasa de interés de sus instrumentos de regulación, con el fin de retirar circulante del mercado. Su expectativa es reducir la inflación al 8,1% para el cierre de 2022.

El problema es que, en el corto plazo, ello afecta la actividad económica al encarecer el costo de los créditos y contraer la liquidez. Como Paraguay enfrenta un ciclo recesivo, debido mayormente al mal año agrícola por la severa sequía que afectó a la anterior cosecha, muchos reclaman medidas contracíclicas de carácter expansivo para acelerar la reactivación, con el argumento de que, aunque suban los precios, lo importante ahora es generar más movimiento en la economía.

Si bien teóricamente es cierto que un mayor crecimiento a la larga tendría que compensar la expansión monetaria, en la práctica no es tan matemático. Sin duda favorecería a varios sectores económicos, pero, si es a costa de inflación, golpearía duramente a los segmentos más pobres de la población.

Las capas medias y, con mayor razón, las personas de menos recursos típicamente gastan todo lo que tienen, no les sobra nada, por lo que la tasa de inflación es directamente proporcional a la pérdida del valor adquisitivo de todos sus ingresos. Por ejemplo, una inflación del 10% implica, literalmente, la pérdida de más de un aguinaldo completo para una persona que gana un sueldo mínimo. Y si consideramos que la inflación en la canasta básica es del 17%, la pérdida es mucho mayor.

Ante esta situación, previsiblemente habrá un ajuste del salario mínimo a mediados de año, pero eso no solamente no solucionará el problema, sino que lo agravará. En primer lugar, menos de un tercio de la mano de obra, ya incluidos los funcionarios públicos, se desempeña en el sector formal y se beneficiaría en lo inmediato con el ajuste. En segundo lugar, ello provocará a su vez más expansión monetaria y más inflación, lo que volverá a perjudicar a los trabajadores formales y doblemente a los informales.

Por lo tanto, contener los precios es lo primero y el BCP debe ocuparse de cumplir su mandato constitucional de preservar la estabilidad monetaria, sin importarle el resto. Crecimiento con inflación no es una fórmula justa ni realista de desarrollo. El desafío es lograrlo sin inflación, para lo cual la única vía es realizando reformas, reduciendo el gasto público y recuperando el equilibrio macroeconómico.

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