El rol de los maestros en el futuro de la educación

La educación es hoy, más que nunca, uno de los principales pilares del desarrollo: la competitiva sociedad del conocimiento exige que sus miembros estén dotados de las competencias y habilidades necesarias para mejorar su nivel de vida. En otras palabras, la ignorancia implica un formidable obstáculo para derrotar a la pobreza que afecta al 23,5% de la población paraguaya, según la Encuesta Nacional de Hogares de 2019. El maestro juega un papel esencial para el futuro de los educandos, de modo que en un día como el de hoy resulta aún más necesario tener presente que de él depende que los alumnos lleguen a ser personas idóneas, en beneficio propio y en el del país. Se les agradece –y mucho– el trabajo que realizan, pero no parece excesivo esperar algo más de ellos, como el hecho de que se esfuercen por ser cada vez más idóneos. Muchas felicidades.

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La educación es hoy, más que nunca, uno de los principales pilares del desarrollo: la competitiva sociedad del conocimiento exige que sus miembros estén dotados de las competencias y habilidades necesarias para mejorar su nivel de vida. En otras palabras, la ignorancia implica un formidable obstáculo para derrotar a la pobreza que afecta al 23,5% de la población paraguaya, según la Encuesta Nacional de Hogares de 2019.

La educación supone también el modo idóneo de asegurar la igualdad de oportunidades en la participación de los beneficios de la naturaleza, de los bienes materiales y de la cultura, al decir de la Constitución, que también expresa que el sistema educativo, cuya organización es responsabilidad esencial del Estado, tiene como objetivos permanentes la erradicación del analfabetismo y la capacitación para el trabajo. Si ella no garantiza la igualdad al término de una vida laboriosa, tiene que hacerlo en la escuela, en los primeros años.

El maestro juega un papel esencial para el futuro de los educandos, de modo que en un día como el de hoy resulta aún más necesario tener presente que de él depende que los alumnos lleguen a ser personas idóneas, en beneficio propio y en el del país.

Como en sus manos está, en gran medida, el porvenir de los alumnos, pesa sobre sus hombros una enorme responsabilidad, que exige crear las condiciones adecuadas para que su tarea sea fructífera. En tal sentido, es de lamentar que los docentes no cuenten con las herramientas ni con el ambiente adecuados para formar a sus alumnos como sería deseable. Su formación profesional es defectuosa, según se desprende de los exámenes de evaluación a los que son sometidos periódicamente, lo que sugiere la necesidad de poner énfasis en su formación profesional.

La mejor manera de honrar al maestro es dotarlo de los conocimientos que requieren para estar a la altura de la enorme importancia de su misión. Por respeto a sí mismo, tendría que exigir que el Ministerio de Educación y Ciencias impulse su capacitación permanente y no solo limitarse a exigir aumentos salariales, recurriendo a paros frecuentes que perjudican a los educandos mucho más que al Poder Ejecutivo o al Congreso.

También deben reclamar, desde luego, que la infraestructura sea adecuada: es indignante que los docentes se vean obligados a enseñar en instalaciones ruinosas o incluso bajo un árbol, como si su labor fuera despreciable. En tal sentido, es deseable que alcen la voz, mucho más que hasta ahora, cuando los recursos del Fonacide son malversados en las municipalidades o en las gobernaciones.

No importa solo el salario, sino también la propia formación y las condiciones en que se enseña. En tal sentido, el magisterio tiene mucho que reivindicar, sin necesidad alguna de actuar como furgón de cola en campañas electorales: también se prostituye cuando quienes lo ejercen son movilizados por politicastros nada interesados en una mejor educación pública, por la simple razón de que no tendrían la menor posibilidad de instalarse en el poder si los electores fueran personas bien instruidas.

Esta cuestión tiene mucho que ver con la dignificación de los maestros, que depende, en última instancia, de ellos mismos. Duele que su formación sea deficiente y que deban dar clases en condiciones deplorables, pero también que se presten a ser manipulados, acaso con la pretensión de obtener alguna ventaja personal en forma de “rubro”.

El padrinazgo reinante en la educación pública, que se remonta al menos a la última dictadura, envilece al protegido y atenta contra el interés general de que los alumnos reciban una enseñanza acorde con las exigencias de la época. Se dirá que estas líneas no son las más apropiadas en este día, pero es franqueza mencionar ciertas cuestiones, incluso por el bien de los propios docentes. No es poco lo que depende de ellos, de modo que quienes pagan sus salarios con los impuestos que abonan tienen derecho a reclamarles es algo más de lo que vienen aportando.

No se desdeña, en absoluto, el rol que cumplen en un país que solo saldrá adelante si sus hijos han recibido una buena formación en las aulas. Su trabajo debe ser valorado, cabe insistir, no solo mediante el dinero, sino también mediante la capacitación permanente y unos centros educativos bien construidos y equipados. Se les agradece –y mucho– el trabajo que realizan, pero no parece excesivo esperar algo más de ellos, como el hecho de que se esfuercen por ser cada vez más idóneos y de que sean algo más moderados, por así decirlo, en lo que a sus demandas salariales respecta. Muchas felicidades.

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