Sin escuelas dignas no habrá educación de calidad

La llegada de las lluvias y las bajas temperaturas vuelven a poner en el tapete la triste realidad de miles de escuelas y colegios públicos a lo largo y ancho del país. Pasa en todos lados y no son excepciones. En Asunción, la comunidad educativa de 16 instituciones espera el inicio de obras que ya fueron adjudicadas a la empresa Engineering, pero nunca arrancan; en la escuela Teniente Fariña de Caacupé, minada de termitas, el director hubo de renunciar, o en la escuela Mbokajaty Sur de Itauguá los alumnos se ven obligados a refugiarse en la galería, porque no tienen aulas. Estos son apenas tres ejemplos publicados por nuestro diario en los últimos días, que reflejan una realidad penosa de la que no se salva ningún departamento.

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Las escuelas pasan así de ser lugares feos y desagradables a convertirse incluso en un peligro, una verdadera amenaza para la integridad y salud de quienes acuden a ellas. A veces hasta cuesta llamar escuela a lo que se presenta como tal, dado que ni siquiera tienen aulas.

Lo más indignante es pensar en la valiosa oportunidad perdida, el “regalo” escondido de la pandemia de covid que tanto daño causó pero que a la vez brindó un tiempo que se pudo haber aprovechado para bien y se terminó desperdiciando. En miles de escuelas fueron dos años enteros sin la presencia de niños y jóvenes, sin nadie adentro.

¡Todo lo que se pudo haber hecho en este tiempo y no se hizo! Da rabia de solo pensarlo. Las aulas estaban vacías, había tiempo y holgura para hacer todas las reformas edilicias necesarias. Quien haya tenido un alumno matriculado en una escuela en obras entiende esta problemática. La presencia de materiales de construcción, herramientas y obreros vuelve a una escuela un lugar peligroso. Y no se hizo, porque la educación nunca es la prioridad.

Uno de los motivos de tanta dejadez y abandono puede atribuirse a la permanente movilidad de ministros de Educación. Este turbulento movimiento se da en muchos casos porque desde el advenimiento de la democracia la cartera educativa ha sido utilizada como trampolín político. Una tras otra se han sucedido en el cargo personas que tenían ambiciones políticas, que se valieron de su cargo para darse a conocer, figurar, participar de actos públicos o ubicarse en destaque, hasta que llegara el momento de liderar una campaña política.

Así se puede mencionar al expresidente de la República Nicanor Duarte Frutos, quien se perfiló como candidato aún siendo ministro; la hoy senadora del partido de gobierno Blanca Ovelar de Duarte, quien también se candidató a la presidencia del país y perdió; al político liberal Víctor Ríos o a los colorados Enrique Riera y Eduardo Petta. El más reciente ejemplo es el de Juan Manuel Brunetti, quien apenas permaneció en el cargo por un año y un día antes de renunciar para convertirse oficialmente en precandidato a vicepresidente de la República, como dupla de Hugo Velázquez.

Según un informe preparado por el exministro de Educación Raúl Aguilera, en los últimos 33 años hubo 22 administraciones al frente de la cartera estatal. Eso porque dos ministros, Nicanor Duarte Frutos y Horacio Galeano Perrone, fueron titulares tres y cuatro veces, respectivamente.

A la luz de los resultados obtenidos, está claro que todos estos personajes jugaban su propio partido, y no el de la patria. Y a la vista están los logros.

El cargo de ministro de Educación le da una plataforma soñada a quienes tienen pretensiones proselitistas, porque les brinda contacto y ascendencia sobre 80.000 educadores y unos 500.000 jóvenes. Es una mina de oro para un político a la caza de simpatizantes. Por lo tanto, es perverso que este cargo sea consuetudinariamente asignado a personas con esas pretensiones.

Responsables de esta debacle son entonces todos esos presidentes y esos ministros que permitieron ese manoseo del cargo de titular de la cartera de Educación. Hoy tampoco estamos mejor, con un ingeniero agrónomo, Nicolás Zárate, como titular. La educación paraguaya necesita ser liderada por un especialista, que además tenga como premisa fundamental el bienestar y la dignidad de la comunidad educativa.

Ofrecer espacios dignos y seguros para el aprendizaje debe ser la prioridad del gobierno. Está claro que mientras que las escuelas sean una amenaza para los alumnos no se podrá hablar de un sistema educativo de calidad y, por ende, tampoco de un futuro promisorio para el país.

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