Clases presenciales son insustituibles

A poco del inicio de las clases, es momento para reflexionar profundamente como sociedad sobre los graves perjuicios para las familias y para el país de estos dos últimos años lectivos prácticamente perdidos. Aunque resulte crudo, es preciso reconocer a la luz de los hechos que la educación virtual ha sido mayormente eso, “virtual”, pero en su tercera acepción de la Real Academia de la Lengua Española: “que tiene existencia aparente, pero no verdadera”, sobre todo para amplias mayorías de las capas más pobres y vulnerables de la población. Por lo tanto, es impensable un tercer año consecutivo de interrupción de clases presenciales o de sistemas híbridos de cualquier índole.

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A poco del inicio de las clases, es momento para reflexionar profundamente como sociedad sobre los graves perjuicios para las familias y para el país de estos dos últimos años lectivos prácticamente perdidos. Aunque resulte crudo, es preciso reconocer a la luz de los hechos que la educación virtual ha sido mayormente eso, “virtual”, pero en su tercera acepción de la Real Academia de la Lengua Española: “que tiene existencia aparente, pero no verdadera”, sobre todo para amplias mayorías de las capas más pobres y vulnerables de la población, que son precisamente las que más necesitan una educación básica continua y persistente para poder salir adelante y mejorar su situación.

Esta interrupción sin precedentes de la educación formal a nivel global, donde el 90% de los niños y adolescentes del planeta dejaron de ir a las escuelas y se calcula que millones de ellos ya no volverán, ha tenido un tremendo impacto a largo plazo que es irreversible o que costará muchísimo revertir. Por mucho que se haya intentado reemplazar las clases presenciales con métodos a distancia, el grado de aprendizaje ha caído abruptamente, especialmente en los países menos desarrollados. Hay quienes tratan de desmentir este hecho con hipótesis no probadas o ejemplos anecdóticos, pero lo cierto es que todos los estudios que se han hecho en la región y en el mundo confirman la tendencia, y obviamente Paraguay no es la excepción.

Un trabajo conjunto presentado en diciembre de 2021 por el Banco Mundial, el Unicef y la Unesco, con robusta metodología estadística, calcula que estos dos años les costarán a los actuales estudiantes 17 billones (millones de millones) de dólares en términos de pérdidas de lo que iban a ganar a lo largo de sus vidas, equivalentes al 14% del PIB mundial. Si extrapolamos la cifra al caso paraguayo, los niños y adolescentes a quienes les ha tocado esta infausta circunstancia ganarán en sus futuras vidas adultas 5.000 millones de dólares menos (unos G. 35.000.000.000.000), con el agravante de que será peor para los que menos tienen.

El estudio ratifica la reducida eficacia –o el fracaso para llamarlo por su nombre– de la educación a distancia. En una amplia muestra en países de ingresos bajos y medios, donde se ubica Paraguay, se encontró que el porcentaje de niños de 10 años con dificultades para leer y comprender textos acordes con su edad creció del de por sí altamente preocupante 53% antes de la pandemia al 70% en la actualidad. En el estado brasileño de São Paulo, donde se realizaron varias mediciones importantes, los estudiantes, en promedio, aprendieron apenas el 28% de lo que habrían aprendido si hubieran asistido a clases presenciales.

También en el estado de São Paulo, otro estudio, este de la Organización de Estados Iberoamericanos, concluyó que el desempeño de los estudiantes retrocedió a los niveles de 2005 o 2007, y que se requerirán al menos once años de refuerzos y tutorías especiales para recuperar el aprendizaje perdido en este lapso.

Esta es solo parte de la vasta evidencia que están recolectando diversos organismos especializados y que apunta consistentemente a la misma dirección. Es imposible pretender que en Paraguay haya sido diferente. La calidad de la educación básica (y en general) en Paraguay ya era muy mala antes de la pandemia, y sin ninguna duda lo ha sido mucho peor desde que se desató la crisis.

La última prueba PISA (sigla en inglés del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes), una metodología estandarizada impulsada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), se realizó en Paraguay entre septiembre y octubre de 2017 y abarcó una muestra de 4.510 estudiantes de 15 años, de 205 establecimientos educativos, además de 2.300 docentes y directivos.

La enorme mayoría no alcanzó siquiera el nivel básico, que es aquel donde los estudiantes “empiezan a demostrar competencias para participar de manera efectiva y productiva en su vida como estudiantes, trabajadores y ciudadanos”. De los que “aprobaron”, el mayor porcentaje lo hizo “raspando”; solo una ínfima minoría consiguió elevarse por encima. En contrapartida, el 68% no logró las competencias básicas en lectura, el 92% en matemática y el 76% en ciencias.

La larga interrupción total o parcial de las clases presenciales, con toda seguridad, empeoró fuertemente estos tristes resultados. No porque la educación a distancia sea mala en sí misma, o que la experiencia de utilizarla sea desechable, o que no pueda ser efectiva en determinadas circunstancias, pero lo que ha quedado claramente demostrado es que, si bien puede ser complementaria, no es ni mínimamente suficiente.

Las razones son múltiples, y por supuesto una de ellas es el limitado acceso a internet, computadoras y teléfonos inteligentes de muchos, sobre todo los más pobres y en las comunidades más aisladas, pero probablemente ni siquiera eso sea lo principal. No debemos olvidar de que estamos hablando de niños y adolescentes. Cualquier docente sabe que en una clase siempre tendrá un grupo de alumnos dedicados y cumplidores, quienes seguramente van a aprender de todos modos, sea con clases presenciales o virtuales. Pero la mayoría no es así y justamente una de las tareas más importantes del docente en el aula es buscar la manera de que estos también participen y atiendan, algo prácticamente imposible de conseguir a distancia.

Por lo tanto, es impensable un tercer año consecutivo de interrupción de clases presenciales o de sistemas híbridos de cualquier índole. Todos los alumnos deben volver a las aulas, sin excepción, no hay excusas que valgan, ni el covid, ni la reticencia de los gremios docentes ni el calamitoso estado de algunas escuelas; es preferible dar clases debajo de un árbol que no darlas. El Ministerio de Educación debe evidenciar más liderazgo. No basta con decir que esta es una de las máximas prioridades nacionales, hay que demostrarlo.

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