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Como si los alumnos del sistema educativo público no hubieran sufrido lo suficiente por las consecuencias que les causó la pandemia del coronavirus y por el empobrecimiento general y sistemático al que están sometidos, una nueva amenaza de huelga se cierne sobre ellos, propiciada por la Organización de Trabajadores de la Educación-Auténtica (OTEP-Auténtica).
Este sindicato anuncia –cuándo no– un paro total de actividades desde el 1 de octubre y por tiempo indefinido, si los docentes no reciben un reajuste salarial del 16%. El Ministerio de Hacienda ya adelantó que satisfacer este reclamo es “imposible” y se habla de un 8% de reajuste.
Más de uno sintió incomodidad y vergüenza ajena el 11 de setiembre pasado, al ver al ministro de Educación, Juan Manuel Brunetti, en las fotos del aniversario de la Asociación Nacional Republicana en Ybycuí. Vestido con una camisa roja, sonriente, se lo vio mezclado con gente de la peor ralea, corruptos y mafiosos. Quienes pensaban, o al menos anhelaban no ver nunca más a un ministro de Educación en esos menesteres, se sintieron decepcionados y defraudados al comprobar que nada cambió. El Ministerio de Educación sigue siendo una seccional del Partido Colorado, y no es de extrañar que allí pese más un pañuelo rojo anudado alrededor del cuello que la decencia, la calificación, la honestidad.
A partir de esa comprobación, todo es cuesta abajo. Ya nada bueno se puede esperar de esta administración del sistema educativo. Si la cabeza cree que su presencia en un acto político partidario es importante, el mensaje que irradia es que esa es su prioridad, y por ende la de toda la estructura que encabeza. Definitivamente su autoridad moral queda dañada con este tipo de comportamientos públicos, que ponen en tela de juicio su integridad.
¿Qué tiene que ver que un ministro de Educación use su tiempo en un acto político partidario y se deje ver con sus correligionarios con una huelga que perjudicará a los alumnos de la educación pública? Mucho.
Si el ministro estuviera abocado a la tarea de sacar a la educación del pozo, probablemente no sería necesario llegar a estos extremos en los que los más vulnerables, como siempre, son quienes sufren las consecuencias.
La huelga docente y la politiquería barata de Brunetti se cruzan además en otro plano. Según la denuncia del secretario general de la Otep Auténtica, Gabriel Espínola, el Ministerio de Hacienda cuenta con unos US$ 550 millones recaudados de forma extraordinaria que “podría utilizar para otorgar el aumento solicitado por los maestros”. Pero el sindicato cree que ese dinero será utilizado para la compra de votos en las próximas elecciones municipales del 10 de octubre.
Todo esto termina en una sola cosa: la calidad de la educación es cada día más pobre y atenta contra el futuro del país y el bienestar general. Las circunstancias excepcionales que vivió el mundo en el año 2020 y buena parte del 2021 hicieron que priorizar la vida y la salud estuviera por encima de cualquier otra cuestión. Y así, la educación de miles de estudiantes quedó de lado. Los más perjudicados fueron obviamente aquellos con menos medios y poco o nulo acceso a la tecnología. Los procesos educativos se cortaron para quienes no tenían conectividad a internet y fueron paupérrimos para los que apenas recibían tareas por WhatsApp, sin mayor aprendizaje. Ni siquiera se menciona aquí el abrupto corte que sufrieron la socialización de niños y jóvenes, recluidos y sin experimentar la vida en común y los vínculos de amistad y relacionamiento que forjan la personalidad.
Una nueva huelga de docentes los dejará sin clases y causará mella en la endeble formación de los alumnos de la educación pública, lo que aumentará la brecha con respecto a los del sistema educativo privado, cuyos procesos no se han paralizado en la misma manera. Además, volverá a cercenar la posibilidad de cultivar sus vínculos de amistad presencial, apenas restituidos hace unas semanas. Es casi como patear a un moribundo tirado en el piso.
Los estudiantes no se merecen ese destrato. Ni de los maestros ni del ministro. Ambos deberían sentarse a dialogar, preservando siempre lo más importante, que es su razón de ser: la educación. Podrían empezar por poner sobre la mesa los resultados del diagnóstico del sistema educativo hecho público por el propio Ministerio de Educación el pasado mes de agosto, en el cual se ponen de resalto la baja calidad docente y el pobre liderazgo del MEC. Esto, por lo menos, será un comienzo.