Marito de la Muerte

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Dolorosamente demoledoras y filosas, como el más frío acero, noche a noche el Ministerio de Salud va dejando caer, como una guillotina, cifras de más del centenar de paraguayos y paraguayas muertos que van quedando como el testimonio más consumado de la inutilidad del Gobierno de la República del Paraguay. Ya hemos superado los 10.000 fallecidos, una cifra que como más cercano antecedente –y con una población mucho más reducida– ostentamos solamente en el primer año de la Guerra del Chaco (1932-1935).

En los devastadores informes de cada día no despiertan tanto la indignación ciudadana ni las miserables cantidades de test de covid que se están haciendo, ni los compatriotas que se van sumando a una silente procesión de contagiados, sino los muertos que van cayendo, golpeando a familias enteras, varias de ellas con más de una dolorosa pérdida familiar. Mientras otros países ya están destinando importantes soportes a los huérfanos que van quedando, ayudas económicas para rescatar cuando menos de los despojos monetarios en los que se cae buscando una milagrosa cura que a veces no llega, el Gobierno de Mario Abdo Benítez se muestra más lento y torpe que un elefante caminando en un cementerio de huevos de codornices.

Los muertos de cada día son la medalla más deshonrosa, el aplazo y la más oprobiosa condena de un Gobierno que encerró a su pueblo para, supuestamente, prepararse para el peor escenario. Mientras el pueblo se encerraba, algunos funcionarios públicos, como Patricia Samudio, pagaban descaradamente la deuda de sus parejas –acorde a la denuncia de Fiscalía–. Otros más avivados compraban tapabocas sobrefacturados para vender al Estado a un precio superior al contratado, como el extitular de la Dinac Édgar Melgarejo. El rosario de ignominias cometidas por funcionarios del Gobierno de Abdo Benítez fue más largo que las planificaciones que nunca hicieron: con espanto descubrimos que ni siquiera llegaron a hacer licitaciones para compra de fármacos destinados a mantener a los pacientes sedados durante sus intubaciones.

Los muertos de cada día ya no bajan del centenar para una población que sigue absolutamente indefensa, desprotegida y desnuda ante el avance del virus. Mientras la realidad mundial –incluyendo la latinoamericana– muestra y confirma que con vacunación se están revirtiendo los números, Paraguay está ahogado y chapoteando en el chiquitaje. Minúsculas y mendicantes partidas de vacuna van llegando y son celebradas como una conquista, pero ¡cuán equivocados están! Cada cuotita de vacuna que llega no son otra cosa que el merecido premio y la confirmación de que fueron improvisados, inútiles, voraces y, además de todo, buches.

Por si faltara más confirmación de lo que sostenemos, basta y sobra mirar los pomposos anuncios de vacunación que van dando las autoridades. Hacen proclamas rimbombantes en las que aseguran que vacunarán a todas las embarazadas a partir de determinadas semanas de gestación. Un par de días después, van saliendo las letritas negras, pequeñísimas, de los anuncios que hacen: no serán todas las embarazadas. Serán aquellas que tengan riesgo. Un poco después, filtran más todavía: no serán todas las que tengan riesgo, serán aquellas cuyos médicos dejen certificados médicos de los riesgos y sean subidos a los registros de las plataformas.

La última nueva ignominia del equipo “vacunador” fue convocar a los que tienen 60 años cumplidos. Generaron la algarabía de toda una generación que se preparó para ir a vacunarse, solamente para encontrarse con que si les falta un día, dos, cinco, ocho, quince días, un mes o más para cumplir 60 años, no califican para recibir la preciada fórmula de vida, la esperanza de no morir ahogado en alguna terapia intensiva.

En este escenario de una ciudadanía manoseada hasta lo indecible, golpeada por una pandemia que no deja tregua sanitaria ni económica, el Gobierno hace su mayor esfuerzo por recordarnos que ellos tienen la sartén por el mango. Que ellos ponen la música y la ciudadanía está bailando el más mortal de los ritmos que un Gobierno pueda poner a su gente: Paraguay ha pasado a liderar las tasas mundiales de defunciones. Somos un largo rosario de nombres y apellidos de amigos, familiares e historias truncas. Somos la larga noche de amaneceres donde descubrimos que un nuevo conocido, la vecina, el hermano, el abuelo o la tía querida se han sumado a ese muro invisible lleno de nombres y de lamentos.

En todo el mundo han muerto seres humanos por la pandemia, en algunos países más, en otros menos. Pero no en todo el mundo se ha tenido un fracaso tan estrepitoso como el de Paraguay para gestionar respuestas a un vía crucis que todo el mundo veía venir. El registro de nuestros muertos que duelen quedará escrito en las lápidas de los cementerios, pero también en los libros de historia que recordarán que Mario Abdo Benítez cosechó la mayor cantidad de difuntos en una sola gestión de Gobierno, apoyado por el Partido Colorado.

Mientras se escriben los capítulos que las futuras generaciones aprenderán, seguirá dando vueltas por las redes sociales una frase que debe ser más dolorosa y lapidaria que cualquier manifestación, protesta, escrache o revolución a los poderes fácticos. La frase que la gente ha articulado como única defensa, desaprobación, reclamo y grito ante la impotencia y el dolor: #MaritoDeLaMuerte.

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