Cargando...
Las cifras de fallecimientos asociados al covid en Paraguay, que hasta ayer alcanzaron las 10.005, ya se pueden considerar catastróficas en un país que en condiciones normales promedia unas 31.000 defunciones al año y que en 2020 llegó a las 34.515, de las cuales 2.262 fueron atribuidas al SARS-CoV-2, el 6% del total. Este porcentaje se disparó al 22% en el primer trimestre de este año y la tendencia se fue acentuando aún más en abril y mayo, al punto de que hoy las muertes diarias por esta enfermedad en Paraguay están entre las mayores del mundo por millón de habitantes. ¿Qué hacer en esta situación? Cerrar todo es inviable, cerrar parcialmente no es eficaz, las medidas preventivas no son suficientes, la vacunación generalizada todavía va a demorar, por lo que solo resta apostar por una urgente masificación de los testeos, algo cuya importancia no se está comprendiendo en su justa magnitud.
Teóricamente el modo más efectivo de detener los contagios de coronavirus es el confinamiento total, de la misma manera que se podrían eliminar los accidentes de tránsito prohibiendo la circulación de vehículos. Es lo que están pidiendo diversos exponentes del estamento médico y muchos que se expresan en redes sociales o en conversaciones privadas, con argumentos tales como que primero está la vida y después la economía. Es fácil decirlo si uno se puede dar el lujo de quedarse en su casa y no verse forzado a salir para cubrir sus necesidades básicas y las de sus familias. Lamentablemente, esa no es la realidad de la gran mayoría de los habitantes del país.
Como parece que muchos no terminan de aceptarlo, podemos ilustrarlo con ejemplos. Pensemos en un albañil, una empleada doméstica, una limpiadora, un jardinero, un sereno, un guardia, un electricista, un gestor, un joven abogado en el tribunal, cualquiera cuyo oficio o profesión no se pueda hacer a la distancia. Son cientos de miles que tienen que ir necesariamente allí a donde se requieren sus servicios, para lo cual deben trasladarse, pasar horas aglomerados en el transporte público y mantener contactos diarios con un montón de personas que no son de su entorno directo. Si no lo hacen, sencillamente no cobran. Una peluquera que no va a la peluquería, no gana. Un panchero o lomitero o cantinero que no abre, pierde ese día y ya no lo recupera.
Si no hay clientes en los restaurantes, no hay trabajo para mozos, cocineros, limpiadores, igual que en los hoteles y los lugares de recreación. Incluso, cualquiera que tenga empleos formales, si las empresas donde trabajan no generan rentas, posiblemente quedarán cesantes.
Esta es la condición de la enorme mayoría de los trabajadores de nuestro país, donde la mitad de la población económicamente activa no tiene salario fijo, con un alto porcentaje de gente que vive al día, con lo que gana en la jornada, donde más de 2.300.000 personas trabajan en servicios y construcción y donde dos tercios de la mano de obra se emplea en el sector informal o cuasi informal. El confinamiento total es insostenible para esta gente, aun recibiendo un subsidio estatal, que en el mejor de los casos no excede los 500.000 guaraníes.
En contrapartida, las restricciones parciales y las limitaciones horarias son dañinas para la economía y no son efectivas para el covid, como lo demuestra el hecho de que seguimos con altos niveles de contagios y muertes después de casi 15 meses de cuarentena ininterrumpida. Ello es así por la sencilla razón de que el virus no distingue si es de día o de noche para propagarse, y porque el grueso de las interacciones, de hecho, se vincula con la actividad laboral en horario diurno.
Sin embargo, hay una tercera opción que sí puede ser a la vez realizable y eficaz, como lo han probado países como Taiwán o Corea del Sur, que es identificar más eficientemente a los portadores del virus para aislarlos a ellos y poder así liberar al resto. Lo que verdaderamente se necesita para evitar los contagios no es confinar a los sanos, porque no son ellos los que contagian, sino a los enfermos. De ahí la importancia de los testeos masivos y permanentes, no únicamente con las costosas pruebas PCR, sino echando mano complementariamente a test rápidos y a kits de autotest, que ya hay de varias marcas, miden los anticuerpos en 15 minutos, son de uso sencillo y seguro por uno mismo en la casa ante cualquier sospecha, y perfectamente pueden venderse en farmacias y supermercados.
Lo que ocurre actualmente es que hacerse el análisis en el sector público es sumamente engorroso y hacérselo en el sector privado es muy caro para la mayoría, debido a lo cual muchísimos con síntomas leves o asintomáticos no se hacen la prueba, no saben que están contagiados, continúan normalmente con sus vidas y así se multiplica la propagación. Si los test fueran fáciles y baratos, ello cambiaría drásticamente.
La solución de fondo para la pandemia es vacunar a una amplia porción de la población para crear una “inmunidad de rebaño” capaz de cortar la circulación del virus. Pero hasta tanto eso ocurra hay que tratar de contener los contagios. Con ese fin proponemos que se libere la importación de reactivos y de kits de autotest para que se masifiquen y se abaraten las pruebas en todo el territorio nacional.