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El gran objetivo estratégico de Brasil en Itaipú fue desde un comienzo asegurarse un porcentaje ampliamente mayoritario de disponibilidad de energía limpia a bajo costo durante mucho tiempo, lo cual fue el puntal del desarrollo industrial y productivo principalmente de los estados de São Paulo, Paraná y Mato Grosso do Sul, y que Paraguay se conformase, y hasta diera las gracias, con una participación minoritaria, casi marginal. Para ello históricamente ha hecho uso de dos herramientas que le resultaron infalibles: su proverbial astucia diplomática y el liso y llano soborno, ya sea directo, ya sea disfrazado con fondos sociales, multimillonarios contratos o altísimos salarios que están totalmente fuera de la realidad.
Brasil quería el 80% de Itaipú y alegaba que, alternativamente, podía construir una cadena de pequeñas represas en la cuenca alta del Paraná, enteramente dentro de su territorio, en vez de una gran central binacional. Terminó “aceptando” una partición del 50/50, pero puramente nominal. Para todos los efectos prácticos, por un lado, se cuidó de incluir en el Tratado cláusulas (copiadas posteriormente por Argentina en Yacyretá) que dificultaran a Paraguay el pleno aprovechamiento de su mitad y que le impidieran obtener un precio justo por sus excedentes, con el falaz argumento de que ellos garantizaron el financiamiento y Paraguay “solo puso el agua”. Por el otro, siempre mantuvo un hábil balance de presión y premios con gobernantes, políticos, técnicos, empresarios contratistas, tomadores de decisión y diversos sectores de la sociedad civil en Paraguay para que respaldaran sus artificios y se impusiera en el país un modelo acomodado a sus intereses.
¿Cómo se entiende, si no, que, siendo Paraguay supuestamente dueño condómino de dos de las principales centrales hidroeléctricas del mundo, después de 37 años de generación de Itaipú y 25 años de Yacyretá, el componente eléctrico apenas ocupe un 18% de la matriz energética nacional? ¿Por qué los gobiernos, los directores y consejeros paraguayos en las binacionales y el monopolio de la ANDE, de Enzo Debernardi en adelante, no le dieron la más alta prioridad a poner al país en condiciones de usufructuar al máximo su mayor riqueza? Esto solamente se explica porque Brasil necesitaba y necesita la energía de Itaipú y, por ende, no le convenía que Paraguay consumiera para su propio desarrollo una proporción mayor de la parte que le pertenece.
El Dr. Miguel Carter de la Universidad de Columbia calculó que Paraguay dejó de percibir 54.000 millones de dólares entre 1984 y 2016 por la diferencia entre la energía que cedió a Brasil y el valor de la misma en el mercado regional año a año, ya descontados los costos financieros y de operación. Eso le ha dado a nuestro vecino y socio un enorme margen para repartir migajas de ese despojo, lo que le ha sido más que suficiente para crear grandes fortunas individuales en Paraguay y tener comprados a amplios sectores de la política, de la diplomacia, de los estamentos profesionales y técnicos, para salvaguardar el statu quo y, a lo sumo, solo tener que hacer pequeños cambios para no cambiar nada, lo que probablemente es también su intención de cara a la renegociación de 2023.
Dos de los mecanismos sistemáticos con que cuenta para ese fin, replicados en Yacyretá, son los insólitos salarios y beneficios que se pagan, sobre todo a la plana mayor, que debido a ello no tiene ningún interés en que cambien las cosas, y los llamados “fondos sociales”, que no son más que una caja chica de uso discrecional para que los designados de turno gasten y dispensen a su antojo, tengan callados y contentos a quienes corresponda y se queden con su tajada por los servicios prestados.
El gran cuento al respecto es que se gasta lo mismo en los dos países y que se trata de un tema de “reciprocidad”. Algunos hasta ponen como una cuestión “patriótica” la de exigir un “trato igualitario”. Primero, eso es falso. Por ejemplo, como se acaba de revelar, los consejeros paraguayos en Itaipú ganan más del doble que los brasileños. Segundo, si los gastos sociales de Itaipú son aproximadamente unos 100 millones de dólares al año en cada margen, ese es un monto muy considerable para distribuir en Paraguay, pero es el 0,006% del producto bruto de Brasil. Tercero, el trato igualitario y el patriotismo en Itaipú consiste en hacer que ese activo sea un pilar del desarrollo nacional, no en conseguir buenos sueldos para algunos y en comprar lotes de camionetas.
No es de extrañar que salgan a defender con uñas y dientes estos privilegios, que encarguen dictámenes jurídicos a medida para evitar el control de los órganos constitucionales de la República, invocando una “binacionalidad” que Brasil cumple cuando quiere y cuando le conviene, y como si en virtud de ello Itaipú y Yacyretá pudieran erigirse en supraestados por encima de la Constitución, las leyes y la soberanía nacionales. Tampoco sorprende que Mario Abdo Benítez haya salido públicamente en un momento a decir que se iba a ocupar “personalmente” de poner topes a las ofensivas remuneraciones en las entidades, y luego no haya pasado absolutamente nada. Si el pueblo no los obliga, ellos no van a largar la teta.