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Las cifras de fallecimientos asociados al covid en Paraguay se han disparado y, ante el grave retraso en el programa de vacunación, desde el Ministerio de Salud y de parte de varios exponentes del estamento médico se intensifica el pedido de volver a una fase cero de encierro estricto. Si viviéramos en un mundo de fantasía, donde pudiéramos subsistir del aire, sin duda esa sería la mejor opción. Pero en el mundo real, en un país como Paraguay, por las particulares características de nuestro mercado laboral y de nuestra economía, después de más de 14 meses de costosas restricciones, es sencillamente inaplicable.
Desde un punto de vista puramente teórico, obviamente que los aislamientos estrictos son efectivos para cortar la propagación del coronavirus o de cualquier otro virus o bacteria, exactamente de la misma manera que se podrían evitar los accidentes de tránsito prohibiendo la circulación de vehículos. Pero dejar de lado la realidad no solo es absurdo, sino ilusorio, con mayor razón en algo tan complejo como el funcionamiento de una sociedad, con las prioridades y las necesidades específicas de, literalmente, millones de familias.
La mitad de la población económicamente activa en Paraguay obtiene sus ingresos de manera independiente, lo que significa que si no trabaja, no come, y dos tercios de los trabajadores se desempeñan en el sector informal o cuasi informal, lo que implica que, aun si son asalariados en micro o pequeñas empresas, que son la gran mayoría en el país, si no van a trabajar no les pagan. Hay 267.000 desocupados buscando activamente trabajo que tienen que salir a procurar algún dinero, 236.000 empleados domésticos cuya actividad es necesariamente presencial, más de 1.200.000 se emplean en comercios, hoteles, restaurantes y construcción, sectores que frecuentemente pagan por día trabajado y donde hay muy poca estabilidad.
Solamente una pequeña minoría se puede dar el lujo de quedarse en sus casas, compuesta por patrones que pueden manejar sus negocios a la distancia, gente que puede desarrollar sus labores electrónicamente, empleados de grandes empresas con espalda para sostenerlos (y aun así, solo temporalmente), empleados públicos que seguirán cobrando pase lo que pase, o personas que tengan ahorros y decidan retirarse momentáneamente del mercado. Todo el resto tiene que salir a trabajar, a buscar ingresos, ya sea en una obra o vendiendo panchos o en una tienda o en un taller o en lo que fuera, tiene que movilizarse, interactuar, y necesita que los demás también lo hagan para que se mueva la economía, para que haya consumo y circulante.
El aislamiento estricto solamente pudo ser viable al principio por un muy corto plazo y con programas extensivos de auxilios paliativos por parte del Estado, que no son sostenibles en el tiempo. Hoy ya es de cumplimiento imposible, y esa es la razón por la que han fracasado uno tras otro los intentos de ponerlos en práctica. No es un problema de “control”, como lo quieren hacer ver algunos. La gente no lo va a cumplir ni aunque se ponga a todo el ejército en las calles, no porque sea perversa, rebelde o inconsciente, sino lisa y llanamente porque no está en condiciones de hacerlo. Y si se pretende de todos modos imponerlo a la fuerza, la derivación no puede ser otra que el estallido social.
Tampoco es un problema “del Ministerio de Hacienda”, como lo dijeron el ministro de Salud, Julio Borba; el Dr. Carlos Morínigo o el neumólogo José Fusillo o algunos parlamentarios, insinuando que solo es una cuestión de decisión y voluntad la de compensar y cubrir las necesidades de los diversos sectores con dinero público. El Estado no puede reemplazar a la sociedad ni al funcionamiento de la economía. Desde que se desató la pandemia el Estado paraguayo ha repartido más de 1.000 millones de dólares en subsidios directos, sin considerar los testeos y tratamientos gratuitos en salud, algo sin precedentes en la historia del país.
Con un déficit del 6,2% del PIB en 2020, un endeudamiento público del 35% del PIB, es imposible continuar distribuyendo fondos estatales sin poner en riesgo la sostenibilidad fiscal. En redes sociales y otros ámbitos algunos alegremente proponen que se suban los impuestos, ¿pero cómo recaudar más si la economía está paralizada, si hay decenas de miles de empresas con pérdidas, muchas al borde de la quiebra o sin saber cómo van a pagar sus deudas?
Por otro lado, tal como queda suficientemente demostrado con las cifras de contagios y fallecimientos, así como el encierro total es impracticable, así también las restricciones parciales, sobre todo las limitaciones horarias, son totalmente ineficaces e inconducentes, por la sencilla razón de que el virus no distingue si es de día o de noche, o si es feriado o día hábil, o si la persona está trabajando o si está celebrando. Nos quieren convencer de que la mayor parte de los contagios se dan en reuniones sociales, cuando evidentemente el grueso de la actividad se produce en horario diurno en situaciones relacionadas con el ámbito laboral. En un solo redondo de un solo ómnibus, ya suponiendo que se cumpla el límite de pasajeros, se aglomeran más personas que en varios cumpleaños juntos.
Por lo tanto, hay que dejar de desviar la atención y concentrar los esfuerzos en traer de una vez por todas las vacunas necesarias para crear una inmunidad de rebaño capaz de cortar la transmisión del covid en el país, complementándolo con testeos masivos que permitan aislar más eficientemente a los enfermos y a los portadores del virus, no a los sanos, a la par de insistir con las medidas preventivas de lavado de manos, uso de tapabocas y distancia prudencial. El encierro total es imposible y las restricciones parciales son inservibles. Aceptemos la realidad.