La oposición de cartón

Uno de los problemas que tiene nuestra sociedad es que el poder político se concentra en un solo sector, el Partido Colorado. Y esto no tiene que ver únicamente con el triunfo en las elecciones, sino con la actitud de poder. Los otros sectores políticos no demuestran siquiera intenciones de disputar espacios seriamente, y se limitan a esperar las migajas que caigan de la mesa donde los colorados se reparten impunemente beneficios. La película, con guion y actores colorados, sigue repitiéndose periodo tras periodo, a costa del sufrido pueblo paraguayo. Tal como ocurre actualmente en los partidos de fútbol, a los que el público no puede asistir por la pandemia, y paga para que su imagen aparezca en impresos de cartón que se colocan en los asientos, los integrantes de los sectores de la oposición miran desde las gradas la disputa colorada. Son como hinchas de cartón, sin expresión, sin capacidad de acción, y por lo tanto, sin ninguna chance de incidir en la realidad nacional, debido a sus mezquindades.

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Uno de los problemas que tiene nuestra sociedad es que el poder político se concentra en un solo sector, el Partido Colorado. Y esto no tiene que ver únicamente con el triunfo en las elecciones, sino con la actitud o vocación de poder. Los sectores políticos, fuera del partido de Gobierno, no demuestran siquiera intenciones de disputar espacios seriamente, y se limitan a esperar las migajas que caigan de la mesa donde los sectores colorados se reparten impunemente beneficios.

Por un lado, el principal partido de oposición –solo debido a su caudal de afiliados, con el mismo criterio prebendario que la ANR–, el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), no ofrece una verdadera alternativa, ya que ni siquiera puede subsanar su división interna. Los liberales tienen a dos líderes con intereses propios: Blas Llano, quien dirige un grupo dependiente del cartismo, y siempre atento a lo que necesite Horacio Cartes, con quien le une una fuerte amistad, tan sólida que se jugó por este en el intento inconstitucional de la enmienda sangrienta del 2018. El otro referente, Efraín Alegre, sólo se preocupa por ser el eterno candidato del partido. Superar a Llano en las internas es su gran logro y le resulta suficiente, aunque sepa que no tiene chances de ganar las elecciones generales, y se compromete en alianzas electorales sin importar su origen, que luego no le permiten contar con una bancada sólida en ninguna de las Cámaras del Congreso. En síntesis, el partido de oposición con mayor cantidad de adherentes no logra tener identidad, ya que muestra los mismos vicios que sus adversarios cromáticos.

Luego está la denominada tercera fuerza, que en algún momento fue ocupada por Patria Querida y que ha vuelto al Congreso, logrando bancas, detrás de la figura del ganadero Fidel Zavala, quien más allá de algunos discursos sin mucho contenido, no ha mostrado capacidad de construir un liderazgo trascendente. El desafío de Patria Querida, luego de haber estado casi ausente en el periodo anterior, fue captar la atención de un sector menos oligárquico y exclusivo, pero no lo ha logrado. No tiene apoyo popular, lo cual le quita fuerza representativa, más allá de las élites de clase media alta, y de ganaderos o sojeros, con quienes se identifica.

El Frente Guasu es básicamente un sector “fernandoluguista”, sin identidad y con discursos radicales excluyentes. El único objetivo de sus congresistas, en el Senado, donde tienen representación, es agradar en todo momento a Lugo, quien se sigue creyendo el único capaz de salvar al país, con su estilo mesiánico.

Quedan otros espacios de poca trascendencia, como el Encuentro Nacional, con la figura llamativa de sus diputadas; o el exintegrante del grupo cómico Ab Ovo en el Senado, de la agrupación Hagamos, quien tampoco ha demostrado ser una opción distinta a lo que ya se conoce. Similar situación se da con otros sectores minoritarios, como el PDP, sin trascendencia, más que nada, debido al criterio excluyente de la senadora Desirée Masi, a quien se identifica en demasía con el presidente de la República, y eso le quita autoridad en muchas ocasiones.

Los sectores políticos no colorados, tanto aquellos que tienen representación parlamentaria como los que no la tienen, son incapaces de ofrecer algo atractivo en época de elecciones. Pero tampoco desarrollan estrategias en periodos no eleccionarios que insinúen algo que la sociedad interprete como positivo o diferente a lo que ofrecen los colorados.

En estas condiciones, se repite la historia de hace décadas: el Partido Colorado es el oficialismo, y la oposición más férrea la tiene internamente. En la versión actual, Añetete sería teóricamente el oficialismo, y Honor Colorado –iniciales del nombre de su creador, Horacio Cartes– sería supuestamente la oposición. Y esta puja tragicómica está llegando a su fin, con el abrazo que se dieron (fuera de cámaras), Mario Abdo Benítez, retoño del estronismo más rabioso, “supuesto dueño de la lapicera”, y el empresario tabacalero Cartes, el “dueño de la billetera” en los círculos del poder.

Esta película, con guion y actores colorados, sigue repitiéndose periodo tras periodo, a costa del sufrido pueblo paraguayo. Tal como sucede actualmente en los espectáculos de fútbol, a los que el público no puede asistir debido a la pandemia, y paga para que su imagen aparezca en impresos de cartón que se colocan en los asientos, los integrantes de los sectores de la oposición miran desde las gradas la disputa colorada. Son como hinchas de cartón, sin expresión, sin capacidad de acción, y por lo tanto, sin ninguna chance de incidir en la realidad nacional, debido a sus mezquindades.

Si los actores políticos que se consideran distintos a los colorados continúan en sus esfuerzos aislados, auténticos o simulados, sin ofrecer alternativas reales, o planes educativos, de salud, o económicos serios, la sociedad paraguaya seguirá secuestrada por los grupos mafiosos que colocan sus marionetas en el Congreso, para decidir el futuro del país, según sus intereses, y contra el bien común.

Es hora de que aquellos partidos políticos, y sus dueños, que reciben recursos del pueblo, dejen sus proyectos personales y tomen en serio su tarea como contrapeso al poder del oficialismo y su oposición interna, desarrollando estrategias y planes en favor del bien común. Es hora de que abandonen sus cómodos asientos de espectadores, desde donde no aportan nada, a pesar de que es el pueblo paraguayo quien les paga su salario. Ya es tiempo de que dejen de ser la oposición de cartón.

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