“No hemos escuchado el grito de nuestro planeta gravemente enfermo”

En medio de la actual pandemia que viene soportando la humanidad, cuya manifestación va dejando profundas consecuencias en todos los ámbitos, hoy se conmemoran 50 años de la primera celebración del “Día de la Tierra”, iniciativa impulsada por el entonces senador estadounidense Gaylord Anton Nelson, preocupado por las agresiones que ya entonces sufría la naturaleza. A pesar del relativo aumento de la conciencia sobre el efecto de las acciones antrópicas sobre el entorno natural, el deterioro de los sistemas ambientales no se detiene, sino que, por el contrario, se incrementan a niveles que sobrepasan la capacidad misma de la Tierra para autorregularse. La pandemia del covid-19 ha demostrado claramente que el planeta necesita un cambio en el modo en que la humanidad interactúa con el medio natural, su hábitat. Ante el avance de los múltiples deterioros que se registran en la naturaleza, muchas han sido las voces que se han alzado para denunciar la agresión inmisericorde que sufre el planeta. Al respecto, el papa Francisco dijo recientemente que “no hemos escuchado el grito de nuestro planeta gravemente enfermo”.

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En medio de la actual pandemia que viene soportando la humanidad, cuya manifestación va dejando profundas consecuencias en todos los ámbitos, hoy se conmemoran 50 años de la primera celebración del “Día de la Tierra”, oficialmente “Día Internacional de la Madre Tierra”, iniciativa inspirada e impulsada por el entonces senador demócrata estadounidense Gaylord Anton Nelson. Sensible a las agresiones que sufría la naturaleza ya en ese tiempo, el legislador propuso que se dedique el 22 de abril de cada año a la reflexión sobre los graves temas medioambientales. El lema propuesto este año para el acontecimiento está vinculado al “cambio climático”, que, según Kathleen Rogers, actual presidenta de “Earth Day Network” (Red Día de la Tierra), “representa el mayor desafío para el futuro de la humanidad y los sistemas que hacen que nuestro mundo sea habitable”. En el Paraguay se han venido sintiendo manifestaciones de este cambio climático, con tremendas olas de calor, inundaciones, tormentas e incendios forestales.

Para muchos investigadores, la década de 1960 supuso un claro antecedente del inicio de las preocupaciones en torno al deterioro ambiental. Así, la corriente ecologista en el mundo tuvo como puntapié inicial la obra “Silent Spring” (Primavera Silenciosa), publicada el 27 de setiembre de 1962 por la botánica y ambientalista estadounidense Rachel Carson, quien centró sus escritos en los devastadores efectos de los pesticidas como el DDT. Este potente producto químico fue usado profusamente como insecticida y pesticida para combatir plagas agrícolas y hasta enfermedades humanas, hasta que se descubrieron sus tremendos efectos cancerígenos. En el ecosistema, contaminaba aguas y plantas, causando la muerte de peces y de aves. El uso del DDT ya fue prohibido en los años 70, pero recién en 2005, en la primera reunión del Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes (COP), fue catalogado en ese entonces como uno de los doce productos que pueden ser letales por dañar el sistema nervioso e inmunitario, provocar cáncer y desórdenes reproductivos, así como perturbar el desarrollo normal de lactantes y niños.

A pesar de un relativo aumento de la conciencia sobre el efecto de las acciones antrópicas sobre el entorno natural, el deterioro de los sistemas ambientales no se detiene, sino que, por el contrario, se incrementa a niveles que sobrepasan la capacidad misma de la Tierra para autorregularse. En ese sentido, el cambio climático es hoy una de las mayores preocupaciones de los expertos. La Organización de las Naciones Unidas considera ese fenómeno como el gran desafío de nuestro tiempo. Su impacto ya es perceptible en el sector agrícola, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria, con la persistente escasez del agua y la disminución de los bosques, afectando así la salud humana. Debido al aumento de la temperatura, se avizoran enfermedades y daños emergentes, además de inundaciones, tormentas e incendios por sequías. En este contexto, los expertos afirman que si no se adoptan ahora medidas drásticas para mitigar el cambio climático, será más difícil y costoso adaptarse a estos efectos en el futuro.

La pandemia del covid-19 ha demostrado claramente que el planeta necesita un cambio en el modo en que la humanidad interactúa con el medio natural, su hábitat. En efecto, en un reciente editorial dijimos que la pandemia, por encima de sus nefastas consecuencias, ha puesto en evidencia que la menor actividad humana “ha proporcionado un respiro a la naturaleza”. Así, en muchos países ha sido agradable ver la aparición de ejemplares de la fauna silvestre en grandes ciudades, una atmósfera limpísima y la autodepuración de cursos de agua habitualmente contaminados. Sorprendentes han sido las imágenes publicadas por la NASA, mostrando con gran nitidez lugares que solían ser invisibles por el espeso esmog. En nuestro editorial señalamos también que naturaleza y desarrollo no son incompatibles. Lo que hace falta es que los Gobiernos elaboren una agenda que conjugue la conservación del entorno y el crecimiento económico.

Ante el avance de los múltiples deterioros que se registran en la naturaleza a nivel mundial, en el que nuestro país suma su cuota negativa con la destrucción del entorno, muchas han sido las voces que se han alzado para denunciar la agresión inmisericorde que sufre el planeta. Las manifestaciones de alerta no han cesado. Al respecto, vale recordar que ya en su encíclica de 2015 sobre el “Cuidado de la casa común”, el papa Francisco hizo un llamado urgente para llegar a “un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta (…), porque el desafío ambiental que vivimos y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos”. Ahora, con toda razón, reiteró en la homilía de su reciente bendición “Urbi et Orbi“, que “no hemos escuchado el grito de nuestro planeta gravemente enfermo”. Es de desear que no sea tarde para emprender la gran tarea de recuperar la casa común.

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