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En su retórico discurso de 37 minutos, en el que nada dijo sobre su presunta intervención en una vil maniobra que llevó a la firma de un acuerdo entreguista con el Brasil, el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, renovó su compromiso contra la corrupción con la ya conocida frase “¡caiga quien caiga!”. Esto podría entenderse como que va a remover a quienes incurran en corruptelas o cometan graves errores. Así, puede presumirse también que haya prometido distanciarse de todos aquellos que podrían embadurnarlo políticamente debido a su pésima fama, por estar encausados o por haber respaldado desde sus altos cargos a unos sinvergüenzas.
En efecto, entre quienes estaban con él aplaudiendo sus palabras en el Palacio de López figuran, entre otros, los legisladores colorados Ulises Quintana, Miguel Cuevas, Enrique Bacchetta, Juan Carlos Galaverna y Silvio Ovelar.
El primero está imputado por los delitos de enriquecimiento ilícito, asociación criminal, tráfico de influencias y tráfico de drogas, en calidad de cómplice; el segundo lo está por los delitos de enriquecimiento ilícito, tráfico de influencias y declaración jurada falsa de bienes y rentas; el tercero –presidente del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados– se solidarizó con su “querido amigo” Quintana ante la “injusticia” que sufría en la prisión de Viñas Cue; el cuarto es autor confeso de un fraude electoral, que se hizo de un notable patrimonio estando en la función pública; el último se hizo célebre por haber sido pillado comprando cédulas de identidad antes de unos comicios, operación que calificó de “trato apu’a”.
Lo expuesto revela claramente el contraste que conlleva anunciar una campaña moralizadora, en compañía de actores de dudosa moralidad. Es lo que se ha visto en los últimos días. El Jefe de Estado agradeció en un mensaje al extitular de la ANDE Ing. Pedro Ferreira, por “decir la verdad”, es decir por haber denunciado lo que se cocinó en Itaipú, permitiendo así revertir lo acordado con Brasil. Por su parte, “Calé” Galaverna trató al mismo de “personajillo de cuarta” y “traidor”. No puede haber mejor demostración de que el Primer Mandatario y el cuestionado legislador no hablan el mismo idioma, suponiendo que Marito fue sincero con su promesa de aplicar el “caiga quien caiga” contra los corruptos e ineptos. Por estas cosas es que la ciudadanía da poco crédito al compromiso del Presidente y lo someten a toda clase de burlas y repudios en las redes sociales.
“El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”, dijo Aristóteles. Sin duda alguna, la gente le recordará a Marito sus palabras en cada ocasión que se presente. En cuanto a los personajes que mencionamos, es cierto que el Presidente no tiene potestad alguna para removerlos de sus cargos. Tampoco puede apartar al poderoso vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, que tanto daño causa a la imagen del Gobierno. Pero puede eludir sus repudiadas compañías si quiere tener la credibilidad de la que hoy carece. Viene a cuento aquí aquello de “dime con quién andas y te diré quién eres”.
El apoyo de presuntos delincuentes no es el mejor camino para conseguir réditos, sino todo lo contrario. A esta altura de nuestro proceso democrático, tampoco lo es arrear a funcionarios para llevar una adhesión forzada a alguna autoridad. Esas prácticas comunes durante la dictadura de Alfredo Stroessner, hoy solo merecen la repulsa de la gente. Si Marito quiere comenzar a poner en práctica su famosa promesa, debería comenzar por destituir a la ministra de Trabajo, Carla Bacigalupo, que instó a funcionarios a ir como ella, en horas de oficina, a hacer hurras durante el discurso presidencial.
A este paso, Marito corre el riesgo de culminar su gestión y formar parte de la galería de presidentes mentirosos que han pasado por el Palacio de López. En ese sentido, cabe recordar que su antecesor, Horacio Cartes, prometió alguna vez “cortar la mano” de los corruptos, pero culminó su Gobierno sin que se conozca que haya dejado algún manco en el país.
Cabe reconocer que el Jefe de Estado hizo bien en desprenderse de José Alberto Alderete como director paraguayo de Itaipú, pero allí sigue campantemente Nicanor Duarte Frutos, como titular de la otra entidad binacional, Yacyretá, como si no tuviera nada que ocultar en cuanto a la fortuna que acumuló en la función pública. Tan solo su casa del barrio Herrera, de Asunción, despierta sospechas sobre este antiguo periodista deportivo de limitados recursos.
Nuestro pueblo está harto de la grandilocuencia estéril y reclama medidas concretas con respecto a los bandidos que tanto abundan en la administración pública. ¿Cómo esperar que las ponga en práctica quien ejerce el Poder Ejecutivo si no tiene ningún empacho en codearse con sinvergüenzas? Hechos y no palabras es lo que se quiere. Sostuvo también, en otra circunstancia, que el Paraguay debía ser un “país serio”. No se podría estar más de acuerdo con tal afirmación, pero difícilmente se llegue a eso si nuestro Presidente continúa exhibiéndose sin pudor con impresentables de tomo y lomo.