La pésima formación docente es causa principal del drama educativo

El MEC evaluó la idoneidad de 12.017 docentes para elegir entre ellos a quienes ocuparán las vacancias en los centros educativos públicos. Los resultados fueron alarmantes, aunque nada asombrosos para quienes saben de los habituales reclamos para que los exámenes sean mucho más fáciles: se aplazaron 6.717, es decir, más de la mitad de los evaluados. La cuestión sube de punto al considerar que la mayoría de ellos fue reprobada por no haber comprendido lo transcrito en las hojas de evaluación. Podían deletrear los contenidos, pero no así entender lo leído. Conste que muchos de estos analfabetos funcionales egresaron nada menos que de un Instituto Superior de Educación (ISE) y que, por tanto, deberían estar en condiciones de brindar una buena enseñanza. Se habla a menudo –y con toda razón– de la necesidad de invertir más en el sistema educativo, pero cabe insistir en que no habrá de mejorar mucho aunque se tengan aulas bien construidas y equipadas, mientras los docentes sigan sumidos en la ignorancia.

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El Ministerio de Educación y Ciencias (MEC) evaluó la idoneidad de 12.017 docentes para elegir entre ellos a quienes ocuparán las vacancias en los centros educativos públicos. Los resultados fueron alarmantes, aunque nada asombrosos para quienes saben de los habituales reclamos para que los exámenes sean mucho más fáciles: se aplazaron 6.717, es decir, más de la mitad de los evaluados. La cuestión sube de punto al considerar que la mayoría de ellos fue reprobada por no haber comprendido lo transcrito en las hojas de evaluación. Fueron incapaces de interpretar e inferir los contenidos de unos textos que no habrán versado precisamente sobre metafísica. Podían deletrearlos, pero no así entender lo leído. Conste que muchos de estos analfabetos funcionales egresaron nada menos que de un Instituto Superior de Educación (ISE) y que, por tanto, deberían estar en condiciones de brindar una buena enseñanza.

La constatación se corresponde con que, en un examen realizado en 2018 en el MEC a alumnos del tercer grado, el 70% de ellos haya fracasado en lectura comprensiva. Si no puede darse por cierto que los educadores y los educandos entienden lo que leen, solo cabe concluir que la tasa de alfabetización del 95% es engañosa. Es sabido que la pésima calidad de nuestro sistema educativo responde a varias causas. Se suele poner el acento en la insuficiente infraestructura, en el pobre equipamiento, en la desnutrición del alumnado y en la baja carga horaria, pero es hora de enfatizar que de poco valdrá subsanar esas grandes dificultades si la formación de los docentes sigue siendo tan deplorable.

Pese a esta lamentable situación, el viceministro de Educación, Robert Cano, está satisfecho con las conclusiones de las referidas pruebas de evaluación, pues ellas habrían servido para “filtrar a los mejores”. En verdad, sirvieron más bien para detectar a los peores, lo que tiene una connotación algo distinta. Los reprobados, según dijo, tendrán una nueva oportunidad a fines de este año o en 2020, para que puedan seguir formándose e ingresar en el “Banco de Elegibles” para llenar las vacancias. Es improbable que, en tan poco tiempo, lean como nunca antes para enriquecer su vocabulario hasta el punto de poder descifrar los textos puestos a su consideración. Claro que podrían ser simplificados notablemente, a fin de que los resultados de la próxima vez no sean tan bochornosos.

El 78% de los docentes paraguayos tiene un título habilitante de instrucción pedagógica, pero de ello no se desprende que nuestra educación sea mejor que la impartida por los ecuatorianos, guatemaltecos y hondureños, que no alcanzan ese porcentaje. El probable inconveniente que se plantea es que tampoco sus formadores hayan estado calificados para cumplir con su tarea, en la medida en que ellos mismos recibieron una enseñanza defectuosa. Habría, pues, un círculo vicioso que urge empezar a romper, insistiendo en la formación docente. Los egresados del ISE, en especial, deben gozar del prestigio que otorga haber estudiado en un centro comprometido con la excelencia educativa. Pero los deplorables resultados no hablan mucho a favor de esa institución. Para enseñar, no basta con ser paciente con los niños y adolescentes, sino que es preciso disponer de ciertas herramientas intelectuales que solo se pueden obtener con la curiosidad y el estudio. La información resulta hoy más accesible que nunca gracias, sobre todo, a internet, de modo que los futuros docentes mal podrían quejarse de no poder recurrir, por propia iniciativa, a múltiples fuentes de conocimiento.

En consecuencia, los centros de formación deben ser muy exigentes con sus estudiantes para que la educación de las nuevas generaciones no siga en manos de tantos mediocres. Los docentes tienen la mala costumbre de exigir con frecuencia mejoras salariales recurriendo a medidas de fuerza que perjudican, en primer lugar, a sus alumnos. Pero no suelen reclamar con la misma insistencia que sean continuamente capacitados para estar a la altura de su relevante misión. No quieren saber más, sino solo ganar más. De los resultados de las últimas evaluaciones surge que no tienen el buen hábito de la lectura, pues si lo tuvieran, los examinandos podrían haber comprendido las palabras de unos textos no tan complicados, como los que habrán tenido a la vista.

Se habla a menudo –y con toda razón– de la necesidad de invertir más en el sistema educativo, pero cabe insistir en que no habrá de mejorar mucho, aunque se tengan aulas bien construidas y equipadas, mientras los docentes sigan sumidos en la ignorancia, sobre todo los de la educación básica. Es obvio que las carencias que los estudiantes arrastran desde la escuela ya no pueden ser eliminadas en la universidad, lo que de hecho conduce a bajar notablemente el nivel de la educación terciaria.

Para reducir el número de víctimas del sistema educativo es preciso fortalecer en gran medida los centros de formación docente. Se debe jerarquizar la noble profesión de los maestros y evitar así que los egresados sigan dando motivos para sentir vergüenza ajena, en vez de enorgullecernos por su competencia.

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