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INTRODUCCIÓN
Hace algunos días leía asombrado las declaraciones de algunos plantadores de soja con relación a la pretensión de la transnacional Monsanto de cobrar regalías por la soja transgénica. Decían estas personas que sí, que estaban dispuestos a pagar lo que exigía la Monsanto, que sólo pedían alguna mejora en las condiciones de pago.
Lo que sorprende es la facilidad con que cambian de postura, según sea el interlocutor. Hace pocos meses demostraron una actitud soberbia, cuando el Gobierno pretendía cobrar un impuesto a la exportación de la soja. Pero cuando se trata de una multinacional, que además de monopolizar semillas y pesticidas pretende cobrar regalías sobre la cosecha, ellos agachan la cabeza como sumisos corderitos.
La verdad, uno no debería sorprenderse, pues se trata de la típica actitud de las burguesías criollas ante las imposiciones del imperio. El problema ahora radica en que el imperio no sólo quiere imponernos sus dictados como de costumbre, sino que quiere reducirnos definitivamente al estatus de colonia. Para ello utiliza una combinación de varios instrumentos, entre ellos los tratados de libre comercio (NAFTA, ALCA y otros), la militarización (Plan Colombia, bases militares), y la conversión de nuestros países en republiquetas forrajeras a través de la soja transgénica.
LA TRAMPA TRANSGÉNICA
El boom de la soja se inicia a mediados de la década de los 90, coincidente con la aparición de las primeras variedades transgénicas.
En nuestro país, el cultivo de la soja se inicia tímidamente. El crecimiento exponencial del cultivo que ocurre en la Argentina a mediados de la década de los 90 llama la atención de los productores locales. La estrategia de la Monsanto en el Cono Sur sudamericano fue diferente en cada país, según la aceptación de los transgénicos en cada uno de ellos. (Recordemos de paso que la Monsanto fue la empresa que desarrolló la mezcla de herbicidas 2.4D y 2-4-5-T, el Agente Naranja, utilizado indiscriminadamente durante la guerra de Vietnam).
En la Argentina, las autoridades autorizaron el cultivo de la soja transgénica en 1994. Inicialmente, Monsanto permitía el libre uso y reproducción de la semilla transgénica, pues aparentaba que su negocio era la venta, aparte de la semilla, del herbicida Round-up, imprescindible para el sistema de siembra de la misma. Además, los precios eran bien más bajos que en los Estados Unidos, con lo cual las ganancias de los productores eran muy buenas, lo que generó gran entusiasmo y facilitó el explosivo crecimiento del área cultivada.
Pero cuando el cultivo estuvo suficientemente extendido y ya bastante avanzado el fenómeno, derivado del monocultivo, de la desaparición de las semillas de cultivos alternativos y con ello también asegurada la dependencia de los productores, Monsanto realiza su jugada maestra, una clara maniobra monopólica: patenta la soja RR (Round-up Ready) y comienza a exigir regalías sobre la cosecha, además de impedir la libre reproducción y siembra de la soja RR.
La estrategia respecto del Brasil y del Paraguay, países que no habían autorizado los cultivos transgénicos, fue diferente. Con la complicidad del gobierno de Carlos Menem, la soja RR se introdujo de contrabando a nuestro país y al Brasil. Conocemos el final de la historia. Contradiciendo las promesas de su campaña electoral, Lula terminó autorizando el cultivo de transgénicos ante el hecho consumado de su penetración desde la Argentina. En nuestro país ocurrió lo mismo hace un par de años, cuando el 80% de los cultivos era ya transgénico, a pesar de la prohibición. Una vez que todo el mundo reconoce el uso de soja RR, la Monsanto, que hizo vista gorda a su uso ilegal mientras se expandía la superficie cultivada, se presenta exigiendo las famosas regalías.
Esta ha sido la trampa tendida por la transnacional, trampa en la que todos cayeron (caímos) como chorlitos.
EL MECANISMO DE LA SOJA
El mercado internacional de la soja, como todo mercado de materia prima, se caracterizaba por fuertes fluctuaciones de precios, y esto era un problema para el productor.
Pero existía un mecanismo de autorregulación. Cuando los precios caían, los productores reducían el área cultivada, ya que con un precio bajo no vale la pena cultivar tanta soja. Esta era sustituida por otros cultivos. El resultado de la reducción de la producción de soja, era la elevación de los precios.
Otra forma de lidiar con los precios bajos es vender más, es decir, los grandes volúmenes compensan las bajas utilidades. Esto es imposible si los costos de abrir nuevas áreas de cultivo son elevados. Ahora bien, la introducción de la soja transgénica hizo que la apertura de nuevos terrenos de cultivo fuese más barata, bastaba una buena rociada del potente herbicida Round-up. La consecuencia fue un cambio del comportamiento de los productores frente a las fluctuaciones de precios. En vez de reducir el área de soja cuando el precio cae, la aumentan, usando herbicida para ganar nuevos terrenos, produciendo más soja para compensar las ganancias menores.
Esto ha disparado un mecanismo que se retroalimenta de manera incontrolable. Ante una caída de los precios, los productores aumentan la producción mediante el crecimiento del área cultivada, lo que a su vez produce caídas en los precios y los productores reaccionan de la misma manera, y el ciclo se perpetúa. Por ejemplo, en 1996, a poco de introducirse la soja transgénica en EE.UU., el precio estaba a unos 307 dólares la tonelada. Desde entonces, y a medida que aumentaba explosivamente el área cultivada, el precio ha ido cayendo, llegando a 200 en el 2003, sin signos de recuperación.
CONSECUENCIAS ECONÓMICAS
La voracidad de nuevos terrenos hace que la soja transgénica vaya desplazando a otros cultivos. La soja transgénica tiene costos muy bajos en cuanto a preparación de la tierra; no es necesario arar el terreno, sólo rociarlo con el herbicida. Otra consecuencia de esto es que las acostumbradas rotaciones anuales de cultivos, por ejemplo, soja/trigo, también son sustituidas por ciclos soja/soja. Esto implica duplicar el volumen de herbicida que anualmente se aplica al suelo.
La ganadería también va siendo sustituida. Al ganadero le resulta más rentable alquilar su tierra que ocuparla con pasturas. Muchos ganaderos abandonan o reducen drásticamente su actividad, contentos con las ganancias del alquiler. Los pocos que perseveran modifican sus métodos: en vez de alimentar y engordar el ganado con pasturas en amplias extensiones de terreno, lo hacen en establos con forrajes en base a... soja. De paso hablan de modernidad, ya que producen carne como se hace en Europa. Pero el balance final es aterrador, pasamos a exportar el forraje, como veremos enseguida cada vez más barato, que producirá la carne que los países industriales ya no nos compran.
Así como la ganadería, otras actividades agropecuarias también sucumben ante el avance de la soja. Los cultivos frutales, excepto los de terrenos escarpados, desaparecen muy rápidamente. Ni qué decir de los bosques que sufren presiones por dos vías: una directamente de la soja, la otra indirecta por parte de los ganaderos que han cedido sus tierras a la soja. En nuestro país nos resta menos del 5% de nuestros bosques originales, y si bien no toda la responsabilidad es de la soja, sus efectos han anulado los esfuerzos conservacionistas de los últimos tiempos.
En el Brasil, las selvas de la Amazonia y del Mato Grosso están fuertemente amenazadas. En una nueva traición a los intereses del país, el Gobierno está planteando la posibilidad de la inversión privada en la explotación restringida de la región amazónica.
La aplicación intensa y continua de herbicida, que mata todo lo que tenga clorofila, destruye la vida bacteriana permitiendo la proliferación de hongos que modifican la química de la mineralización del suelo, y así se destruye su fertilidad natural. Esta pérdida de fertilidad hace económicamente inviable su utilización para otros cultivos, fortaleciendo los lazos de dependencia de la soja transgénica.
La siembra directa, es decir, la no-roturación del suelo, que al principio se veía como una práctica benéfica, termina produciendo compactación, acumulación excesiva de residuos orgánicos que no pueden ser mineralizados, resultando todo ello en una disminución de la temperatura del suelo. Una consecuencia es la disminución de la fijación del nitrógeno por parte de la soja, y la necesidad de usar fertilizantes, que son también fabricados por las mismas multinacionales.
El balance final nos muestra lo siguiente. Semillas y herbicidas monopolizadas por unas pocas transnacionales. El monocultivo y sus consecuencias impiden romper el círculo vicioso. Los ingresos que podría captar el Estado vía impuestos se van para afuera como regalías, la burguesía local está a favor de este flujo como lo demuestran sus recientes declaraciones.
Los riesgos son asumidos exclusivamente por los productores, las ganancias siempre están garantizadas para Monsanto. El precio de la soja baja continuamente empujado por el aumento de la producción, pero la disminución de los precios de semillas y herbicidas no es tan pronunciada, además los beneficios resultantes para la multinacional se incrementan por el crecimiento del mercado. Las regalías se refieren al volumen producido, no al monto de la venta de la soja, es decir, su incidencia en los costos se incrementa con el tiempo. Lo recaudado en concepto de regalías es creciente así como la producción.
En el ciclo de la soja, el flujo de capitales hacia el centro imperial es constante y creciente, y los beneficios locales son cada vez más marginales. Nuestros países exportan cada vez más y al mismo tiempo el número de pobres crece.
CONSECUENCIAS SOCIALES
Una de las fuentes principales para alimentar la expansión del área cultivada con soja resulta de la expulsión de los pequeños propietarios rurales. Esta expulsión puede ser natural, resultado de la lógica del mercado; por ejemplo, cuando el campesino es convencido de vender su tierra por montos que para los empresarios del negocio de la soja son irrisorios.
Hay también formas fraudulentas que cuentan con la complicidad de los organismos estatales responsables de la problemática de la tierra. Casos de este tipo ocurren casi a diario en nuestro país, y no son más que la prolongación del proceso de privatización de las tierras públicas, iniciado a finales del siglo XIX.
Si lo anterior no funciona se recurre a los métodos violentos, bajo pretexto de defensa de la propiedad privada. Cuando los gremios empresariales pierden la paciencia, los discursos presidenciales populistas mudan de la noche a la mañana y los campesinos son encarcelados por centenares, con alguno que otro muerto de yapa.
Muchos se preguntan, ¿por qué esos campesinos haraganes no se ponen a cultivar soja en vez de vender su tierra y beberse el poco dinero que reciben a cambio? La respuesta es simple. El negocio de la soja no funciona sobre pequeñas extensiones. Además requiere de la inversión inicial en semillas y herbicidas, y en las costosísimas maquinarias para cultivo y cosecha. El negocio de la soja es eso, agro-negocio, agro-bussines. Y sabemos que los negocios los maneja el capital, no los trabajadores. Además, los requerimientos de mano de obra del cultivo de la soja son mínimos. Se trata de una agricultura sin agricultores.
Comunidades enteras se trasladan a las ciudades para convertirse en parias. Esta es una realidad que podemos ver todos los días, apenas abrimos la puerta de casa.
Al eliminar el monocultivo de la soja a las demás actividades agropecuarias, una consecuencia social inmediata es la inseguridad alimentaria. No se producen alimentos, y los campesinos desocupados no tienen dinero para comprar los alimentos que han dejado de producir. La soja transgénica no es apta para consumo humano, pero tanto productores como autoridades gubernamentales, en un gesto tan demagógico como macabro ofrecen vacas mecánicas para producir leche de soja, o soja texturizada para sustituir a la carne. La soja es el nuevo maná caído del cielo para alimentar a los pobres producidos por la soja.
Como una muestra de los nefastos efectos sociales, considérese la Argentina, laboratorio preferido de los experimentos neoliberales, fue convertida, en el breve lapso de una década, de granero del mundo en republiqueta forrajera, y su población de ser una de las mejor alimentadas cuando la Europa de posguerra se debatía ante el fantasma del hambre, presenta ahora casos dramáticos de desnutrición crónica en niños y adultos. En esto último nuestro país no es muy diferente.
Un argumento publicitario de las transnacionales es que los transgénicos solucionarán el hambre en el mundo. Lo que se constata es que a medida que aumentan los volúmenes de exportación de soja transgénica, el número de hambrientos y desnutridos también crece.
A todo esto súmense los problemas de salud pública, enfermedades de la piel, alergias, etc., entre la población expuesta a las fumigaciones en las regiones de siembra.
Un país reducido a estas condiciones, carece de las energías necesarias para oponerse a las pretensiones de dominación colonial del imperio a través de sus programas neoliberales y de sus empresas multinacionales, respaldadas por una presencia militar cada vez más numerosa.
CONCLUSIONES
Hemos analizado apenas el aspecto económico del cultivo de soja transgénica, como uno de los elementos del esquema de dominación colonial, y también algunos de sus impactos sociales directos. Hay mucha tela que cortar en otros aspectos que ni siquiera hemos mencionado: propiedad intelectual, los riesgos alimentarios de la soja en general y, particularmente, de la transgénica, los impactos ambientales y ecológicos, y otros.
Los cultivos de soja transgénica establecen un mecanismo de dominación colonial al convertirse en un monocultivo en el que los insumos son monopolio de empresas y la mayoría de los beneficios fluye hacia las potencias neocoloniales, al mismo tiempo que destruye sistemáticamente todas las condiciones que podrían favorecer la diversificación de la producción.
Los productores locales que creen que hacen un bien al país, sólo hacen de conducto para la expoliación de sus riquezas. En el caso local, ellos mismos han declarado del lado de quién están.
Hace algunos días leía asombrado las declaraciones de algunos plantadores de soja con relación a la pretensión de la transnacional Monsanto de cobrar regalías por la soja transgénica. Decían estas personas que sí, que estaban dispuestos a pagar lo que exigía la Monsanto, que sólo pedían alguna mejora en las condiciones de pago.
Lo que sorprende es la facilidad con que cambian de postura, según sea el interlocutor. Hace pocos meses demostraron una actitud soberbia, cuando el Gobierno pretendía cobrar un impuesto a la exportación de la soja. Pero cuando se trata de una multinacional, que además de monopolizar semillas y pesticidas pretende cobrar regalías sobre la cosecha, ellos agachan la cabeza como sumisos corderitos.
La verdad, uno no debería sorprenderse, pues se trata de la típica actitud de las burguesías criollas ante las imposiciones del imperio. El problema ahora radica en que el imperio no sólo quiere imponernos sus dictados como de costumbre, sino que quiere reducirnos definitivamente al estatus de colonia. Para ello utiliza una combinación de varios instrumentos, entre ellos los tratados de libre comercio (NAFTA, ALCA y otros), la militarización (Plan Colombia, bases militares), y la conversión de nuestros países en republiquetas forrajeras a través de la soja transgénica.
LA TRAMPA TRANSGÉNICA
El boom de la soja se inicia a mediados de la década de los 90, coincidente con la aparición de las primeras variedades transgénicas.
En nuestro país, el cultivo de la soja se inicia tímidamente. El crecimiento exponencial del cultivo que ocurre en la Argentina a mediados de la década de los 90 llama la atención de los productores locales. La estrategia de la Monsanto en el Cono Sur sudamericano fue diferente en cada país, según la aceptación de los transgénicos en cada uno de ellos. (Recordemos de paso que la Monsanto fue la empresa que desarrolló la mezcla de herbicidas 2.4D y 2-4-5-T, el Agente Naranja, utilizado indiscriminadamente durante la guerra de Vietnam).
En la Argentina, las autoridades autorizaron el cultivo de la soja transgénica en 1994. Inicialmente, Monsanto permitía el libre uso y reproducción de la semilla transgénica, pues aparentaba que su negocio era la venta, aparte de la semilla, del herbicida Round-up, imprescindible para el sistema de siembra de la misma. Además, los precios eran bien más bajos que en los Estados Unidos, con lo cual las ganancias de los productores eran muy buenas, lo que generó gran entusiasmo y facilitó el explosivo crecimiento del área cultivada.
Pero cuando el cultivo estuvo suficientemente extendido y ya bastante avanzado el fenómeno, derivado del monocultivo, de la desaparición de las semillas de cultivos alternativos y con ello también asegurada la dependencia de los productores, Monsanto realiza su jugada maestra, una clara maniobra monopólica: patenta la soja RR (Round-up Ready) y comienza a exigir regalías sobre la cosecha, además de impedir la libre reproducción y siembra de la soja RR.
La estrategia respecto del Brasil y del Paraguay, países que no habían autorizado los cultivos transgénicos, fue diferente. Con la complicidad del gobierno de Carlos Menem, la soja RR se introdujo de contrabando a nuestro país y al Brasil. Conocemos el final de la historia. Contradiciendo las promesas de su campaña electoral, Lula terminó autorizando el cultivo de transgénicos ante el hecho consumado de su penetración desde la Argentina. En nuestro país ocurrió lo mismo hace un par de años, cuando el 80% de los cultivos era ya transgénico, a pesar de la prohibición. Una vez que todo el mundo reconoce el uso de soja RR, la Monsanto, que hizo vista gorda a su uso ilegal mientras se expandía la superficie cultivada, se presenta exigiendo las famosas regalías.
Esta ha sido la trampa tendida por la transnacional, trampa en la que todos cayeron (caímos) como chorlitos.
EL MECANISMO DE LA SOJA
El mercado internacional de la soja, como todo mercado de materia prima, se caracterizaba por fuertes fluctuaciones de precios, y esto era un problema para el productor.
Pero existía un mecanismo de autorregulación. Cuando los precios caían, los productores reducían el área cultivada, ya que con un precio bajo no vale la pena cultivar tanta soja. Esta era sustituida por otros cultivos. El resultado de la reducción de la producción de soja, era la elevación de los precios.
Otra forma de lidiar con los precios bajos es vender más, es decir, los grandes volúmenes compensan las bajas utilidades. Esto es imposible si los costos de abrir nuevas áreas de cultivo son elevados. Ahora bien, la introducción de la soja transgénica hizo que la apertura de nuevos terrenos de cultivo fuese más barata, bastaba una buena rociada del potente herbicida Round-up. La consecuencia fue un cambio del comportamiento de los productores frente a las fluctuaciones de precios. En vez de reducir el área de soja cuando el precio cae, la aumentan, usando herbicida para ganar nuevos terrenos, produciendo más soja para compensar las ganancias menores.
Esto ha disparado un mecanismo que se retroalimenta de manera incontrolable. Ante una caída de los precios, los productores aumentan la producción mediante el crecimiento del área cultivada, lo que a su vez produce caídas en los precios y los productores reaccionan de la misma manera, y el ciclo se perpetúa. Por ejemplo, en 1996, a poco de introducirse la soja transgénica en EE.UU., el precio estaba a unos 307 dólares la tonelada. Desde entonces, y a medida que aumentaba explosivamente el área cultivada, el precio ha ido cayendo, llegando a 200 en el 2003, sin signos de recuperación.
CONSECUENCIAS ECONÓMICAS
La voracidad de nuevos terrenos hace que la soja transgénica vaya desplazando a otros cultivos. La soja transgénica tiene costos muy bajos en cuanto a preparación de la tierra; no es necesario arar el terreno, sólo rociarlo con el herbicida. Otra consecuencia de esto es que las acostumbradas rotaciones anuales de cultivos, por ejemplo, soja/trigo, también son sustituidas por ciclos soja/soja. Esto implica duplicar el volumen de herbicida que anualmente se aplica al suelo.
La ganadería también va siendo sustituida. Al ganadero le resulta más rentable alquilar su tierra que ocuparla con pasturas. Muchos ganaderos abandonan o reducen drásticamente su actividad, contentos con las ganancias del alquiler. Los pocos que perseveran modifican sus métodos: en vez de alimentar y engordar el ganado con pasturas en amplias extensiones de terreno, lo hacen en establos con forrajes en base a... soja. De paso hablan de modernidad, ya que producen carne como se hace en Europa. Pero el balance final es aterrador, pasamos a exportar el forraje, como veremos enseguida cada vez más barato, que producirá la carne que los países industriales ya no nos compran.
Así como la ganadería, otras actividades agropecuarias también sucumben ante el avance de la soja. Los cultivos frutales, excepto los de terrenos escarpados, desaparecen muy rápidamente. Ni qué decir de los bosques que sufren presiones por dos vías: una directamente de la soja, la otra indirecta por parte de los ganaderos que han cedido sus tierras a la soja. En nuestro país nos resta menos del 5% de nuestros bosques originales, y si bien no toda la responsabilidad es de la soja, sus efectos han anulado los esfuerzos conservacionistas de los últimos tiempos.
En el Brasil, las selvas de la Amazonia y del Mato Grosso están fuertemente amenazadas. En una nueva traición a los intereses del país, el Gobierno está planteando la posibilidad de la inversión privada en la explotación restringida de la región amazónica.
La aplicación intensa y continua de herbicida, que mata todo lo que tenga clorofila, destruye la vida bacteriana permitiendo la proliferación de hongos que modifican la química de la mineralización del suelo, y así se destruye su fertilidad natural. Esta pérdida de fertilidad hace económicamente inviable su utilización para otros cultivos, fortaleciendo los lazos de dependencia de la soja transgénica.
La siembra directa, es decir, la no-roturación del suelo, que al principio se veía como una práctica benéfica, termina produciendo compactación, acumulación excesiva de residuos orgánicos que no pueden ser mineralizados, resultando todo ello en una disminución de la temperatura del suelo. Una consecuencia es la disminución de la fijación del nitrógeno por parte de la soja, y la necesidad de usar fertilizantes, que son también fabricados por las mismas multinacionales.
El balance final nos muestra lo siguiente. Semillas y herbicidas monopolizadas por unas pocas transnacionales. El monocultivo y sus consecuencias impiden romper el círculo vicioso. Los ingresos que podría captar el Estado vía impuestos se van para afuera como regalías, la burguesía local está a favor de este flujo como lo demuestran sus recientes declaraciones.
Los riesgos son asumidos exclusivamente por los productores, las ganancias siempre están garantizadas para Monsanto. El precio de la soja baja continuamente empujado por el aumento de la producción, pero la disminución de los precios de semillas y herbicidas no es tan pronunciada, además los beneficios resultantes para la multinacional se incrementan por el crecimiento del mercado. Las regalías se refieren al volumen producido, no al monto de la venta de la soja, es decir, su incidencia en los costos se incrementa con el tiempo. Lo recaudado en concepto de regalías es creciente así como la producción.
En el ciclo de la soja, el flujo de capitales hacia el centro imperial es constante y creciente, y los beneficios locales son cada vez más marginales. Nuestros países exportan cada vez más y al mismo tiempo el número de pobres crece.
CONSECUENCIAS SOCIALES
Una de las fuentes principales para alimentar la expansión del área cultivada con soja resulta de la expulsión de los pequeños propietarios rurales. Esta expulsión puede ser natural, resultado de la lógica del mercado; por ejemplo, cuando el campesino es convencido de vender su tierra por montos que para los empresarios del negocio de la soja son irrisorios.
Hay también formas fraudulentas que cuentan con la complicidad de los organismos estatales responsables de la problemática de la tierra. Casos de este tipo ocurren casi a diario en nuestro país, y no son más que la prolongación del proceso de privatización de las tierras públicas, iniciado a finales del siglo XIX.
Si lo anterior no funciona se recurre a los métodos violentos, bajo pretexto de defensa de la propiedad privada. Cuando los gremios empresariales pierden la paciencia, los discursos presidenciales populistas mudan de la noche a la mañana y los campesinos son encarcelados por centenares, con alguno que otro muerto de yapa.
Muchos se preguntan, ¿por qué esos campesinos haraganes no se ponen a cultivar soja en vez de vender su tierra y beberse el poco dinero que reciben a cambio? La respuesta es simple. El negocio de la soja no funciona sobre pequeñas extensiones. Además requiere de la inversión inicial en semillas y herbicidas, y en las costosísimas maquinarias para cultivo y cosecha. El negocio de la soja es eso, agro-negocio, agro-bussines. Y sabemos que los negocios los maneja el capital, no los trabajadores. Además, los requerimientos de mano de obra del cultivo de la soja son mínimos. Se trata de una agricultura sin agricultores.
Comunidades enteras se trasladan a las ciudades para convertirse en parias. Esta es una realidad que podemos ver todos los días, apenas abrimos la puerta de casa.
Al eliminar el monocultivo de la soja a las demás actividades agropecuarias, una consecuencia social inmediata es la inseguridad alimentaria. No se producen alimentos, y los campesinos desocupados no tienen dinero para comprar los alimentos que han dejado de producir. La soja transgénica no es apta para consumo humano, pero tanto productores como autoridades gubernamentales, en un gesto tan demagógico como macabro ofrecen vacas mecánicas para producir leche de soja, o soja texturizada para sustituir a la carne. La soja es el nuevo maná caído del cielo para alimentar a los pobres producidos por la soja.
Como una muestra de los nefastos efectos sociales, considérese la Argentina, laboratorio preferido de los experimentos neoliberales, fue convertida, en el breve lapso de una década, de granero del mundo en republiqueta forrajera, y su población de ser una de las mejor alimentadas cuando la Europa de posguerra se debatía ante el fantasma del hambre, presenta ahora casos dramáticos de desnutrición crónica en niños y adultos. En esto último nuestro país no es muy diferente.
Un argumento publicitario de las transnacionales es que los transgénicos solucionarán el hambre en el mundo. Lo que se constata es que a medida que aumentan los volúmenes de exportación de soja transgénica, el número de hambrientos y desnutridos también crece.
A todo esto súmense los problemas de salud pública, enfermedades de la piel, alergias, etc., entre la población expuesta a las fumigaciones en las regiones de siembra.
Un país reducido a estas condiciones, carece de las energías necesarias para oponerse a las pretensiones de dominación colonial del imperio a través de sus programas neoliberales y de sus empresas multinacionales, respaldadas por una presencia militar cada vez más numerosa.
CONCLUSIONES
Hemos analizado apenas el aspecto económico del cultivo de soja transgénica, como uno de los elementos del esquema de dominación colonial, y también algunos de sus impactos sociales directos. Hay mucha tela que cortar en otros aspectos que ni siquiera hemos mencionado: propiedad intelectual, los riesgos alimentarios de la soja en general y, particularmente, de la transgénica, los impactos ambientales y ecológicos, y otros.
Los cultivos de soja transgénica establecen un mecanismo de dominación colonial al convertirse en un monocultivo en el que los insumos son monopolio de empresas y la mayoría de los beneficios fluye hacia las potencias neocoloniales, al mismo tiempo que destruye sistemáticamente todas las condiciones que podrían favorecer la diversificación de la producción.
Los productores locales que creen que hacen un bien al país, sólo hacen de conducto para la expoliación de sus riquezas. En el caso local, ellos mismos han declarado del lado de quién están.