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–La descripción de Miguel Carter no se ajusta a la imagen clásica del “especialista extranjero” que estudia desde afuera a otro país.
–Yo llegué al Paraguay con un año de edad. Nací en México; mi padre es norteamericano, de Minnesota. Mi madre nació en Buenos Aires, se crió en Uruguay, hija de pastores calvinistas suizos. Incluso mi abuelo conocía el Paraguay durante la Guerra del Chaco, porque era el responsable por la Cruz Roja y visitaba a los prisioneros tanto del lado de Paraguay como el de Bolivia.
Mis padres fueron a México a estudiar, y nací ahí, en un pueblito indígena llamado Patzcuaro. Luego, a mis padres les ofrecieron venir a trabajar en Paraguay. Yo tenía un año y poco cuando llegamos, en febrero de 1966. Mis padres fueron invitados para ser directores de la Misión de Amistad, y se quedaron desde entonces.
–Noto que tu castellano es el paraguayo, porque solo nosotros usamos frases como “mi hermana nació luego acá”; el “luego”, en otros países, no saben qué función cumple en la frase como la que usaste…
–Yo hablo, pero con orgullo, con todos los modismos paraguayos, y me encanta que, a pesar de mi pinta, de pronto, otros paraguayos, al escucharme hablar el “paraguayoite”, hasta con palabras en guaraní, me reconozcan como uno de los suyos.
Mi familia emigró al Paraguay en la década del 60. Papá no se va a ir nunca de Paraguay; con 85 años, está superbién; vive en Caacupé.
–No obstante, tu nacionalidad, legal, es norteamericana.
–Tres legales: la norteamericana, por el lado de papá; la suiza, por el lado mamá, y la mexicana por nacimiento; y tengo la residencia paraguaya desde que tengo un año, y la mantengo, porque vengo con mucha frecuencia, hago actividades. Algún día me gustaría ser ciudadano paraguayo también, completar todo. Yo me identifico como paraguayo, y la prueba máxima está en el fútbol. Si me preguntan cuál es la selección que me conmueve cuando gana o pierde, respondo ineludiblemente la paraguaya.
–¿El bachillerato terminaste en Paraguay?
–Sí. Yo quería estudiar política, y en la época de Stroessner no había Ciencias Políticas. Entonces, al no existir esa carrera aquí y sí en la Universidad de Minnesota, el Estado de mi papá, nos era mucho más barata la matrícula, y nos fuimos, de cabeza, los tres hermanos.
–¿Cuándo comenzaste a escribir sobre Paraguay?
–Estudiaba en Minnesota, pero pensaba en Paraguay, en escribir sobre Paraguay. Estudiaba sobre América Latina, pero estaba pendiente de Paraguay. Tanto fue así, que mi tesis de honor de licenciatura se convirtió en un libro aquí: “El papel de la Iglesia en la caída de Stroessner”. Lo publicó Rafael Peroni (RP Ediciones).
–Tus hijos nacieron en aquí?
–Nacieron en Washington, pero también ellos tienen múltiple ciudadanía, pero hablan el castellano.
–Y el entusiasmo por investigar sobre Itaipú, en tu caso, ¿cuándo comenzó?
–Es mucho más reciente. Siempre acompañé desde muy lejos el tema. Me informaba, sabía medianamente el tema, pero intuía –creo que la mayoría de la gente intuye acá– que al Paraguay no le salió bien el arreglo que hicieron en Itaipú, que no fue un tratado favorable. Pero la gente no maneja mucha información; tampoco yo manejaba mucha información, hasta que me pidieron hacer un trabajo sobre Paraguay-Brasil.
–¿Quiénes te pidieron?
–La Universidad Nacional de Australia, que me invitó porque tenían una conferencia sobre la creciente hegemonía, el impacto del Brasil en la región. Eso fue en el 2012; recuerdo que acababa de caer Lugo (Fernando), y estuvimos discutiendo ese tema…
–También salió el “Informe Sachs”…
–No, el informe Sachs salió después, en el 2013. Entonces ya tenía una buena colección de libros sobre Itaipú, entre 10 y 12, los que leí desde la primera hasta la última página, y empecé a darme cuenta de los detalles del Tratado, cómo se manejó. De eso hice una síntesis, dentro de una exposición más amplia, y sobre las relaciones paraguayo-brasileñas hice un apartado sobre Itaipú. Hice una primera estimación de lo que el Paraguay había perdido, porque ya estaba muy interesado en esa pregunta: cuánto perdió el Paraguay.
–En qué momento decidís profundizar el estudio sobre Itaipú?
–No solo profundizarlo, sino también convertirlo en un libro...
–Vos y ¿quiénes más?
–Con Sean Burgess, el que me invitó a la conferencia en Australia. Un canadiense, profesor de la universidad, director del Instituto de Estudios Latinoamericanos, con quien nos conocimos cuando estudiaba en Oxford, donde hice el posdoctorado. El conocía Paraguay y le tenía mucha simpatía, y cuando escuchó mi ponencia me dijo: “Miguel, nadie hizo lo que hiciste vos. Deberíamos hacer algo en forma conjunta”. Pero quedó ahí, flotando, la idea. Dos años después me invitó a presentar un libro que yo había sacado sobre el tema agrario en el Brasil. Hago la presentación en Camberra, en Melbourne, etc., con apoyo de esta universidad. Es en esa ocasión que me planteó que hiciéramos un libro: “así vamos a dividir los capítulos”, etc.; y yo me quedé con el capítulo de Itaipú.
–Los datos que tenías no eran suficientes...
–Repasé los datos que tenía, y me di cuenta de que faltaba algo, que no podía conseguir todos los números, que estos no cuajaban con los que ya tenía, etc. Además, ya había salido el estudio de Sachs, que se limitaba al 2012; y mi pretensión era ampliar el panorama, completarlo.
–¿Cómo te planteaste la recolección de datos?
–La idea era trabajar con datos oficiales, formales. O sea, si algo iba a estimar, era porque ya no había informes disponibles. Hay varias formas de hacerlo, pero lo tenés que hacer, porque no hay un dato real de lo que pasó. Entonces recurrí a fuentes como la propia Itaipú, a la Agencia Nacional de Energía Eléctrica del Brasil (ANEEL), a la Cámara de Comercio, al Instituto de Investigación del gobierno federal del Brasil, al BCP. Para otros cálculos, datos del Banco Mundial, Unesco, etc., y en algunos casos, cuando ya no había más datos, por ejemplo, el mercado mayorista en Brasil, que comienza en 1998. Antes no había mercado mayorista, porque el sistema eléctrico estaba regulado por el Estado. Luego del gobierno de (Henrique) Cardoso se liberaliza el mercado eléctrico, y entonces surge el precio del mercado mayorista, que es el PLD. Entonces hicimos una estimación razonable, vimos el promedio de los precios de los últimos diez años, del 98 hasta el 2007, y de ese promedio hicimos el cálculo con base en la depreciación del dólar.
Sachs fue para mí la gran inspiración, pero después en la forma en que hicimos el estudio, le aplicamos un elemento de rigor fuerte: conseguir los datos, trabajar con los datos oficiales. El otro aspecto que debe rescatarse es que, en vez de un año, hicimos de 34 años.
–En marzo de 2018 exponías que Paraguay, en esos 34 años, dejó de ingresar US$ 57,7 millones, en promedio.
–Que ahora cambió, porque el BCP hizo un cambio en sus cuentas nacionales, y eso cambió todo; incluso afecta los datos anteriores, porque el indexador que teníamos estaba hecho sobre la base del anterior sistema de cuentas nacionales, que tenía como año base 1994 y que ahora pasó al 2014 y el PIB creció 30%. Al cambiarse el indexador, todos mis valores cambiaron. Por lo tanto, con estos ajustes concluimos que Paraguay perdió hasta el 2018 US$ 75,4 mil millones.
–¿Es siempre el promedio de cinco mercados brasileños de energía? O sea, del mayorista, industrial, petrolero, hidroeléctrico y residencial.
–Mantuve eso. Esa pérdida equivale a los cuatro últimos PIB del Paraguay. Además, de la riqueza generada: 86% fue al Brasil y solo 14% quedó para el Paraguay.
rcasco@abc.com.py