Nicaragua está hundida en una economía fundada en ideología

El 11,4% del Producto Interno Bruto de Nicaragua aportan las remesas enviadas por trabajadores que están fuera del país. El aporte familiar casi duplica las exportaciones anuales. Esta debacle económica es resultado de años de corrupción y de una visión ideológica de la economía del Estado. Lo que sucede en Nicaragua es una lección histórica para el Paraguay.

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Los datos que reflejan la situación económica de Nicaragua son pavorosos: las remesas familiares que llegan desde el anterior casi duplican el total de exportaciones del país. Cada año, 2.000.000 de nicaragüenses salen temporalmente del país para trabajar, siendo Costa Rica el principal receptor de mano de obra.


Este país recibe 1.500.000 trabajadores temporales para la cosecha de café, banano y la industria de la construcción; sigue Estados Unidos, con 500.000 nicaragüenses; y otro tanto suman El Salvador, Guatemala, México y Canadá.

La exportación de mano de obra barata se convirtió en política de gobierno, de allí que la prioridad de los gobernantes de turno es negociar con los países de la región cupos para los trabajadores temporales y pagos por jornal.


No se trata simplemente de nicaragüenses que salen del país en procura de ganarse la vida, sino del Estado asumiendo una política de exportación de trabajadores. El dinero que traen al país aporta el 11,4% al Producto Interno Bruto total, llegando a alcanzar US$ 1.300 millones al año, superando en un 68% los US$ 755 millones que generan las exportaciones totales de Nicaragua.

¡Qué fácil la revolución cuando la gente sale del país a trabajar!
Si el Frente Sandinista de Liberación Nacional heredó de la familia Somoza un país en quiebra, 28 años de liderazgo en la política criolla terminaron por hundir a esta pobre nación. Nicaragua es un país social, política y económicamente desarticulado. No tiene ni siquiera un agarradero que le permita salir del atolladero, por eso recurre al único bien de exportación existente: su propio pueblo.


En 1980, el comandante Daniel Ortega tomó el poder de Nicaragua. Al caer la dictadura de Anastasio Somoza, ejerció la presidencia a lo largo de 10 años, lapso en que la economía del país terminó por derrumbarse. La primera determinación fue la erradicación de la propiedad privada, el Estado asumió la titularidad de la tierra e inició una reforma agraria.


Los campesinos recibieron la tierra, pero no los títulos porque solo el Estado podía ser propietario. Se partía de la base de que el trabajo comunitario era suficiente para lograr el desarrollo social. No existió titularidad ni transferencia de tecnología. El campesino nicaragüense seguía siendo tan bruto e ignorante como en tiempos de Somoza.


Lo mismo sucedió con las propiedades urbanas, que fueron confiscadas y saqueadas en nombre del poder popular ¿Poder del pueblo? Ninguna de las viviendas tomadas por el Frente Sandinista se encuentra en este momento al servicio de los nicaragüenses. Hoy forman parte de la propiedad privada de los antiguos comandantes, entre ellos el mismo presidente Daniel Ortega.

Nueva oligarquía

Los comandantes del Frente Sandinista llegaron al poder como guerrilleros y ahora constituyen el principal poder económico de Nicaragua. El frente, como nucleación política, es propietario de las principales empresas comerciales del país. Los negocios se convirtieron en sociedades anónimas y los dirigentes políticos que controlan el frente hacen lo mismo con los negocios.


¿Revolución? ¿Qué revolución? El sandinismo no es otra cosa sino una gran fachada para mantener privilegios en la nueva casta económica que gobierna a Nicaragua. Y para colmo son tan inútiles que deben apelar al recurso de exportar mano de obra para generar divisas al país.


Desde 1990, año en que Violeta Chamorro asumió la presidencia del país hasta enero de 2007, en que Daniel Ortega volvió a la titularidad del Poder Ejecutivo, el poder real lo mantuvo el Frente Sandinista mediante el control de los sindicatos.


Resulta obvio que los dirigentes izquierdistas del Frente Sandinista se sienten muy cómodos en el capitalismo, lo malo es que no extienden a sus conciudadanos los beneficios de una vida mejor. Siguen con el discurso de los “pobres al poder”, “latifundio no” y otros eslóganes que en la década de 1960 reflejaban el ideal de una sociedad más justa.


Lo que está sucediendo en Nicaragua es una lección histórica para los países de nuestra región y muy especialmente para el Paraguay. Hace un par de semanas el dirigente izquierdista Camilo Soares expresó que “tumbarán las alambradas” ¿Y por qué? ¿Acaso se puede desarrollar un país con ideología política? ¿Y mientras se destruyen las alambradas quién trabajará?
Los dirigentes políticos extremistas son tan peligrosos como los caudillos corruptos. En Paraguay ya tenemos bastante con el saqueo descarado de los fondos públicos, situación que vuelve cada vez más difícil la convivencia en el país; si sumamos la posibilidad de que un gobierno administre la economía del Estado desde una óptica ideológica, las alternativas de desarrollo real son escasas.


Y no estaremos lejos de los días que le toca vivir a Nicaragua en este momento.
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