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Monumentos abandonados
Es notable y lamentable el desinterés por nuestros monumentos, reliquias y ruinas que tienen un inmenso valor histórico. La situación de emergencia que afecta a las ruinas de la Iglesia de San Carlos Borromeo, en Humaitá (Ñeembucú) trae al tapete lo poco o nada que se hace en Paraguay por conservar la memoria de un pasado, que bueno o malo, hace a nuestra nación.
Un monumento es esa obra de valor artístico, histórico o social, que forma parte de un legado heredado o presente. Si existe es porque se quiere ensalzar la memoria de un personaje o de un acontecimiento relevante.
Lo tenemos en áreas urbanas y en el interior, y es demostración de un mensaje espiritual pasado convertido en testimonio vivo de tradiciones de siglos.
Según Alois Riegl, en “El culto moderno a los monumentos”, el valor histórico de los monumentos radica en su contradicción: por una parte, son objeto de reconocimiento por provenir y sobrevivir a una época pasada, quizá muy remota, pero, a la vez, este carácter implica un cuidado mayor a otras construcciones, por lo que son cuidados de forma especial. Como ejemplos cita las pirámides de México o Egipto que son resguardadas y constituyen un indudable atractivo turístico.
En nuestro país hemos sufrido en el pasado dos grandes guerras internacionales que lógicamente dejaron rastros imborrables. Hay escenarios naturales y pequeños monumentos recordatorios de esas contiendas bélicas totalmente abandonados. No solo Humaitá está en la situación de SOS, hay otros sitios donde las autoridades y la ciudadanía deberían poner mayor atención.
Causa verdadera envidia ir al exterior y ver cómo son cuidadas las obras arquitectónicas y reliquias históricas, donde los gobiernos locales destinan importantes rubros presupuestarios para su conservación. Urge que se haga algo, ya mismo, para que no perdamos esas expresiones de nuestra historia que están en peligro.
Ronaldo Cabañas
Cooperativa
Este emprendimiento financiero sin fines de lucro tiene suficiente cuerda que desenredar si quiere cumplir acabadamente su rol ante sus socios-propietarios. El Incoop, indiferente ante tantos casos latentes, tiene la ineludible obligación de defender a los cooperativistas en los intrincados temas presentádole y no resueltos positivamente a favor de los socios sino esquivando responsabilidades.
Para el presidente del Incoop se elige en asamblea de presidentes de las cooperativas que luego se eleva al Presidente de la República una terna para su asignación. Por tanto, viene y vuelve a la cooperativa al finalizar su mandato. De ahí surge su paquidérmica y dudosa actuación en vez de dignificar su cargo cumpliendo acabadamente su trabajo de supervisión y control.
La informática todo lo hace en un flash. Al 31 de diciembre de cada año se cierra el ejercicio con los ajustes necesarios. Al 15 de enero ya debe llamarse a asamblea de socios para estudio y consideración del balance. Los socios ya lo deben tener en su poder antes de dicha asamblea en la que, normalmente, se lo aprueba con el monto de excedente que repartir de inmediato. A mayo/14 todavía algunas cooperativas no han procedido a ese pago porque no existe determinación de plazo.
Este punto, entre otros, el Incoop debe ser el contralor de su cumplimiento. Por resolución del Incoop debe determinar tiempo máximo de pago poniendo orden administrativo.
Tratándose de pequeños ahorristas, ese excedente debe llegar al socio antes del inicio del año escolar para paliar, en algo, ingentes gastos familiares –repartiéndose proporcionalmente entre todos los socios promocionando el ahorro con buena tasa y no alentando endeudamiento en créditos directos y tarjetas donde se genera cuantioso atraso afectando negativamente al excedente y previsionando de acuerdo al tiempo transcurrido de cada obligación–.
La ley de creación del Incoop se encuentra desfasada. ¿Por qué tanta espera de trabajar ya en la actualización de los diferentes artículos claroscuros adecuándolos a la época actual? Esa modificación debe contemplar para presidente a persona ajena a las cooperativas, previa selección de méritos y aptitudes. La modorra a nada conduce. La República del Paraguay, mi país, precisa de hijos que abran bien sus ojos de manera a expandir sus amplios conocimientos con transparencia y eficiencia para progreso y bienestar propios y de nuestro país. En resumen, el Incoop es inoperante y su mundo es la cooperativa.
José Julian Valenzuela