Adecuación al tiempo y al mercado mantiene vigente a antigua dulcería

La señora Irma de Giménez inició en 1960 la dulcería La Caacupeña, con una producción casera de mermelada de guayaba. Hoy, luego de 46 años, esuna SRL que elabora, en volumen industrial, variados sabores con calidad de exportación y con presencia en todo el país mediante una conocida empresa distribuidora. La vigencia del emprendimiento se debe, entre otras cosas, al apoyo de su hija María Luisa y del esposo de esta, Edgar Rodríguez.

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Hasta Caacupé nos trasladamos para entrevistar a Edgar Rodríguez y a María Luisa Giménez, directivos del mencionado emprendimiento, quienes recientemente recibieron el galardón de microempresarios exitosos de la Asociación de Empresarios Cristianos (ADEC), al igual que la fundadora, Irma de Giménez.

- ¿A qué atribuye el éxito de su microempresa?

- Edgar Rodríguez (ER): A la colaboración de toda la familia; cada uno aporta lo suyo. El mérito grande lo tiene mi suegra, doña Irma, quien con su esfuerzo y dedicación inició la dulcería en 1960 y desarrolló la producción acorde con los tiempos, primeramente mermeladas de guayaba para vender en su barrio, luego armó un equipo de alrededor de 80 vendedoras para llegar hasta Asunción con las variedades de batata, leche, naranja, mamón, entre otros. En 1972 los dulces La Caacupeña ya se comercializaban en los supermercados que había en ese tiempo en nuestra capital: El País, La Negrita, el Trébol, La Patrona, entre otros. Yo me integré a la dulcería recién en 1984, luego de casarme con María Luisa, y en 1987 junté muestras de productos y fui hasta Casa Módiga, empresa que desde ese tiempo tiene la exclusividad en la distribución de nuestra marca.

-¿Por qué cree que el consumidor debería comprar su producto y no otro nacional o alguna marca extranjera?

- ER: Porque se trata de un producto de alta calidad, en recipientes de primer uso; no utilizamos envases reciclados como lo hacen otras marcas. Nuestra calidad artesanal es superior a los dulces industriales importados de distintos lugares; además, la alta calidad la mantenemos en todos y cada uno de nuestros productos. La constancia en la calidad del contenido como también del contenedor, sea vidrio, plástico o enlatado hermético, es decir, uso de recipientes vírgenes, fueron algunas de las exigencias que nos impuso Casa Módiga para la distribución. Nuestro sistema de elaboración se realiza con calor indirecto, a vapor.

-¿Por qué destaca el uso de los recipientes de primer uso o vírgenes?

- ER: Porque algunas marcas nacionales todavía cargan sus dulces en recipientes reciclados, los cuales son de dudoso origen, muchos de ellos adquiridos en Cateura, lo que representa un verdadero peligro para la salubridad del producto que en él se comercializa. Lo peligroso para la salud humana es que los envases reciclados de nescafé, mayonesa y otros rubros podrían provenir de muestras de análisis clínicos, o haber servido incluso para almacenar veneno, entre otras cosas, aspecto que el consumidor no tiene en cuenta. Muchas veces se mira solo el precio y el peso neto.

-¿La microempresa tuvo ayuda financiera?

-ER: Sí, tuvimos créditos del Banco Nacional de Fomento (BNF), entre otros, un préstamo en 1972, de alrededor de G. 3 millones para infraestructura, que en esa época era mucho dinero y, posteriormente, otro monto menor, destinado a capital operativo. Los plazos fueron de cinco años para el primer caso, y de doce meses para el segundo. En el 1987 obtuvimos otra ayuda del BNF, unos 25 millones para mejoramiento de equipamientos e infraestructura.

-¿Pasaron situaciones difíciles?, ¿cuándo?

- ER: La dulcería tuvo una época de mucho crecimiento en 1987, que coincide con el tiempo que contactamos con Casa Módiga; sin embargo, desde 1998, la acelerada devaluación que tuvo nuestra moneda nos afectó sobremanera. Tuvimos muchas esperanzas en el Mercosur, pero ese acuerdo regional, antes que servir a nuestro país para exportar más, sirvió para que crecieran las importaciones, porque, aunque produzcamos mayor calidad, no podemos competir en precio con las grandes industrias de Brasil y de Argentina. A partir de entonces, somos más cautelosos en realizar inversiones arriesgadas, y lo que nos permite hoy mantenernos en el sitial donde estamos es justamente el ser conservadores.

- ¿A cuánta gente dan ocupación?

- ER: En forma directa a tres, quienes trabajan como empleados en la producción, pero en forma indirecta a unas 35 familias, que nos proveen de las materias primas, ya sean de guayabas, frutillas, mamones, naranjas, batatas, entre otros.

- ¿Por qué no producen su propia materia prima?

- Lo intentamos una vez; iniciamos tres hectáreas de cultivo de guayaba, pero comprobamos que adquirir las materias primas de productores de la zona nos resultaba más barato. La abundancia de guayaba en la zona de La Cordillera es grande, crece hasta en forma silvestre. Además, las guayabas criollas, no las mejoradas, son las mejores para hacer la mermelada.

-¿Cómo hacen para mantener la calidad si la materia prima proviene de distintos productores?

-ER: Porque las frutas son estacionales, razón por la cual son adquiridas en una sola época; en cada caso, se procesa totalmente y se logra una pasta única que se conserva en las debidas condiciones, para ir utilizando durante el año. La cantidad de materia prima la adquirimos teniendo en cuenta el volumen de venta del año anterior, pero siempre tratando de ir creciendo poco a poco.

-¿Cómo presentan sus productos?

-ER: El dulce en envase de vidrio es el producto premium, mientras que el que viene en plástico tiene menor precio; el intermedio es el enlatado; y el más económico, el que viene en pan. En vidrio ofrecemos contenidos de 450 gramos y 1 kilogramo; los potes de plástico contienen 250, 500 y 900 gramos, mientras que los enlatados, solo 700 gramos. En la presentación en pan, pesan 400 y 800 gramos, y 5 kg para uso en repostería.

- ¿Qué volumen producen?

-ER: Actualmente producimos alrededor de 8.000 kilogramos mensuales de dulce. Cuando se inició, doña Irma elaboraba alrededor de 30 kilogramos por día, solo cuando había fruta, lo que pasó a unos 300 kilogramos diarios cuando se empezó a surtir a los pequeños supermercados, allá por 1972.
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