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Tras hallarlo culpable de 10 cargos penales, la justicia estadounidense y el FBI lo convirtieron en informante para ingresar al submundo del fútbol. Armado de cámaras y grabadores de audio ocultos en su cuerpo, el “topo” Chuck Blazer, quien tenía libre acceso a las más altas esferas del fútbol mundial por ser directivo de la Concacaf, desnudó el mayor escándalo de corrupción jamás conocido en la FIFA, denominado FIFAgate.
Colosales negociados como la compra de votos para elegir las sedes de los Mundiales y el pago de millonarias coimas o sobornos por parte de grandes empresas de marketing y TV a dirigentes para alzarse subrepticiamente con los derechos del fútbol, principalmente en la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) y en la Confederación Centroamericana (Concacaf), fueron descubiertos a través de las evidencias que Blazer pudo aportar a la investigación del FBI.
“Chuck” quien, entre otras excentricidades tenía una tarjeta de la Concacaf con US$ 29 millones de línea de crédito y pagaba alquiler de US$ 6.000 por un departamento para sus gatos, permitió la detención de una treintena de dirigentes de fútbol, entre ellos los paraguayos Nicolás Leoz y Juan Ángel Napout, ambos expresidentes de la Conmebol, como también de una docena de grandes empresarios.
Nacido el 26 de abril de 1945 en Nueva York (EE.UU.), el “topo” Blazer fue pieza clave para desenmascarar toda la mafia empotrada por décadas en la FIFA, UEFA, Conmebol y Concacaf, AFC, CAF y OFC.
Sin embargo, la muerte de Chuck Blazer, aparentemente aquejado de un cáncer, no ha espantado a los “fantasmas” de la corrupción que todavía deambulan por los pasillos de estas organizaciones, especialmente de la Conmebol, cuyo actual presidente Alejandro Domínguez, por ejemplo, mantiene a las mismas empresas acusadas en el caso FIFAgate, llámese DATISA, Full Play, TyC, T&T (FOX International), entre otras anomalías.
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