Moscú, una experiencia religiosa

MOSCÚ (Federico Arias, especial). Mágica, cosmopolita, encantadora desde su costado medieval, alucinante desde su modernidad digna de un primer mundo en serio. Así la percibimos a la mítica Moscú en estos días finales de la Copa del Mundo, captando la certeza de que el torneo fue una gran excusa para recibir a gente que nunca se habría animado a venir de no ser por el fútbol, pero que tranquilamente mantendrá el ritmo infernal de turismo, una vez que este gran mundial sea un recuerdo.

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A veintinueve años de la caída del muro de Berlín, quedan muy pocos restos visibles de aquella Unión Soviética austera y aislada de la pomposidad occidental, ya que los grandes centros de compras, restaurantes y cafés, propios de París, Nueva York o Londres, inundan esta alocada masa de cemento y gente que aparece desde todos lados.

En el círculo compuesto por el Kremlin, la Plaza Roja y la Catedral de San Basilio, eje de esta gran ciudad, podemos ver conviviendo a una veintena de ingleses ebrios cantando sin parar, mostrando alegría y ahogando sin parar las penas de la derrota ante los croatas, grandes grupos de argentinos y brasileños que habrán planeado llegar a las finales y decidieron quedarse a pesar del retorno de sus selecciones.

No le van en zaga los mexicanos y colombianos, inundando con el color verde y amarillo gran parte de este epicentro moscovita.

Los que permanecen ausentes al fútbol, pero es imposible no divisarlos, son los grandes contingentes de japoneses, asombrados por las maravillas de esta ciudad y fotografiando a todo lo que esté a su paso.

Cocina internacional, con largas filas para ingresar a los restaurantes de nivel y también a las cadenas estadounidenses de comida rápida que se instalaron exitosamente tras la perestroika.

Cerveza barata, puestos de venta de helados a cada paso y para variar, largas filas para ingresar a las tiendas de souvenirs, ya sean del mundial o de referencias históricas o modernas de este gran país.

Llaman la atención la cantidad de remeras que caricaturan al líder Putin como un auténtico superhéroe a la altura de Rambo, Rocky y el propio Terminator, demostrando el gran respaldo popular del que goza el líder del Kremlin.

La seguridad es perfecta y los agentes no tienen la necesidad de actuar porque lo tienen todo controlado, los lugares históricos y los estadios están perfectamente diseñados para que la multitud no se atasque, ya que desde donde se entró, no se puede salir, formando un circuito perfecto y fluido.

Tan controlado está el tema, que para acceder el bendito wifi, hay que registrarse con el pasaporte, es decir, reciben todos los datos de quienes utilizan la red para evitar su mal uso.

La atención se debate entre la simpatía, la parquedad y la desconfianza; los más jóvenes atienden con sonrisas y hasta se animan a un diálogo en inglés, los mayores son muy poco expresivos y miran de reojo como desnudando que en un pasado vivieron en un mundo muy diferente al actual.

Las motos de alta cilindrada, los vehículos de procedencia alemana, la casi nula presencia de mendigos en las calles, nos muestran una ciudad acorde al poder económico del que ostenta esta gran nación reconstruida para situarse como una real potencia mundial.

Situados en el shopping Gum, el más fashion de Moscú, observamos diez autos negros con la estrella alemana, más varias patrulleras y ambulancias, escoltando a la familia del líder iraní, de visita por aquí como vocero de Palestina, que habían visitado en tren de compras un recinto que nada tiene que envidiar a las galerías Lafayette de París.

Siguiendo con los shoppings, en cada ingreso están los guardias con detectores de metales y la revisión de cada persona que ingrese a los mismos.

No todo es perfecto, ya que viajar en taxi puede convertirse en un real abuso a la hora de pagar la tarifa final, y hasta tuvimos la experiencia que a la hora de negociar el precio con un conductor, fuimos rodeados por sus colegas con la actitud de ver que “todo estaba bien”. Los taxis, un capítulo aparte.

El horario nos sigue costando, ya que es muy difícil dormir antes de las dos de la madrugada, y a las cuatro el sol ya está en el firmamento, presagiando un largo día.

Moscú, su gente, sus edificios históricos y sus construcciones ultramodernas, el metro subterráneo que te deposita en distancias lejanas solo en minutos, el orden, el asfalto mezclado con parques repletos de flores, el río Moscú oxigenando esta urbe con el sonido de grandes campanarios, una experiencia inolvidable, casi religiosa a la que esta religión llamada fútbol nos permitió acceder, la tierra de los zares que dentro del fútbol mañana impulsará un nuevo zar, veremos si es francés o croata, lo que solo será una anécdota dentro de un mundial inolvidable por su gran organización y sus grandes historias.

Inolvidables para todos los que vinieron, vivieron y gozaron de este gran acontecimiento, entre ellos, por supuesto nosotros, con imágenes y momentos que quedarán por y para siempre, en esta experiencia religiosa.

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