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El estadio de Sajonia estaba repleto de bote en bote, y por “La Voz del Estadio” resonaban las notas de “Adelante albirroja, adelante”, compuesto especialmente para esa ocasión.
El árbitro colombiano Omar Delgado dirigió el partido y por Paraguay jugaron: Sixto Lionel Bareiro (SL); Alicio Solalinde (RP), reemplazado cuando faltaban 10 minutos, entró Peíto Rodríguez (CP), Eudoro Ríos (SL), Pedro Medina (L) y Secundino Aifuch (12 de Octubre VA); Juvencio Osorio (CP), Tito Ramón Correa (O) y Arecio Colmán (L); Cristóbal Maldonado (L), Carlos Diarte (O) y Osvaldo Aquino (SSL), a quien sustituyó Roberto Cino, a los 15’ del segundo tiempo.
Aquella fue una noche inolvidable, de esas que perduran en todos los recuerdos y que reviven año tras año. La lejanía ni el paso del tiempo –hace ya 43 años–, no han logrado borrar las emociones encontradas ni la explosión de alegría de cuantos fueron testigos presenciales de aquel memorable partido. Es que al final, Paraguay se convirtió en ¡campeón! del Juventud de América. Fue larga la noche y prolongada la angustia a medida que se acercaba el final del encuentro y el gol no llegaba.
Fue uno de esos extraños partidos de los que se suelen decir que el gol no quiere entrar. ¡Tantas veces se acercó Paraguay al arco rival, que hasta parecía embrujado! Dos uruguayos por poco amargan la noche al mejor equipo del campeonato: el golero, Garate, que atajó todo, hasta el viento… como también se dice. Y el otro, el único delantero: Islas, porque Uruguay apostó todo al contragolpe. Y así, con Paraguay atacando intensamente, se fue el primer tiempo. Quedaban como recuerdos los tiros en los palos, las pelotas apenas desviadas y las sensacionales atajadas de Garate.
Nada se había perdido. El empate nos hacía campeones. Pero en el segundo tiempo, de tanto errar en el arco rival, el gol llegó en el propio. Un largo saque de Garate, Islas que se adelanta a los centrales, encara el arco y vence a Bareiro, que se puede decir que no tocó una pelota durante todo el partido… Y de pronto cayó la noche. Ahora hacía falta solo un gol. Sí, uno, nada más que uno, porque a los 21 minutos del segundo tiempo un partido que teníamos controlado, se convirtió en una pesadilla.
Y comenzaron las lamentaciones, como siempre ocurre. Todo el mundo estaba nervioso, menos don “Benja”; ya había llamado a Cino, antes del gol y pese a que este habilidoso puntero solense le volvía loco a su defensor, los grandotes del medio, no acertaban el arco o sus remates quedaban en las manos de Garate.
Después del gol mandó a la cancha a “Peíto” Rodríguez en vez de un cansado Solalinde que, con Cino, causaban estragos por la derecha. Y “Peíto” se olvidó de la defensa y se sumó al ataque, cruzando centros, lo mismo que Aiffuch, Osorio o “Neni” Colmán.
La figura de Garate ya era monumental. Era el único responsable de ese marcador mentiroso, pues Paraguay había hecho méritos sobrados para consagrarse vencedor. A los 30 minutos, Diarte quedó mano a mano con el golero, pero el charrúa le birló la pelota. Dos minutos después, “Neni” Colmán entró solo y fue derribado en el área, pero no hubo penal. A los 40’, Maldonado cabeceó fuera desde buena posición.
Paraguay era puro corazón. Atacaba una y otra vez y rebotaba, pero insistía con una garra extraordinaria. Ya muchos se habían retirado del estadio, cuando a los 44 minutos del segundo tiempo, un centro más cayó sobre el área, saltó Maldonado pero no cabeceó; Diarte alcanzó la pelota a medias; el balón quedó picando frente al arco sin arquero y Roberto Cino pasó a la historia mandando a dormir la pelota hasta la red. Y la euforia estalló, Paraguay campeón fue el grito atronador que convirtió aquella noche de marzo, en una de las más brillantes de la historia de nuestro fútbol.