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Este torneo del primer semestre del año adquiere un sabor muy especial para los profesionales técnicos compatriotas. Y, de manera muy puntual, el caso de Roberto Torres, quien junto a Gustavo Florentín, llevaron al éxito a un equipo como el azulgrana, con serios problemas en el arranque de la temporada. Eliminado tempranamente de la precopa Libertadores, con tropiezos en el Apertura, culmina la crisis con el defenestramiento del argentino Leonardo Astrada. Interina el cargo Torres con la espada de Damocles sobre el cuello a modo de valor agregado, si tenemos en cuenta la tremenda presión que implica tácitamente dirigir a un grande como Cerro Porteño . Partido a partido y peldaño a peldaño fue construyendo un derrotero de éxitos que culminó con la obtención del título de campeón. Las cifras son tan impresionantes como irrefutables, de diez y seis partidos ganó trece y empató tres. Terminó invicto su responsabilidad de reorientar un barco que había perdido la brújula en altamar.
El éxito de Roberto Torres conoce de un efecto multiplicador positivo. El aspecto más importante: recuperar la credibilidad en el profesional paraguayo. Sin caer en el chauvinismo barato, si hubiese sido un extranjero ya saldríamos a la calle en manifestación pidiendo que dirija la selección nacional. Lo sostengo sin un ápice de exageración. Cerro Porteño, Olimpia y Libertad volvieron a manos de técnicos paraguayos. Signo alentador y realidad irrefutable. Es cierto, el talento no tiene nacionalidad, pero prioricemos la mano de obra nacional para que también el fútbol consuma lo que el Paraguay produce. ¿ No les parece?
bmartinez@abc.com.py