Daniel Ferreira Caballero nació en Asunción el 25 de setiembre de 1982. “Mi familia se compone por mi padre Jorge Daniel, argentino que jugó en Racing, Olimpia, Luqueño, Colegiales, entre otros y mi madre Eleuteria. Tengo dos hermanos, Jorge y Betiana. Mis hijos son Nicolás, de 18 años y Gael, de 9”.
Carrera. “Mi etapa como jugador de primera empezó en 2002 debutando en Olimpia. De ahí fui a préstamo a Sport Colombia y en 2003 pasé a Luqueño, con el que jugaría más partidos en Primera y donde marcaría más cantidad de goles. Es el club con el cual más me identifiqué. También en el ámbito local defendí la camiseta de 12 de Octubre de Itauguá, Tacuary y General Díaz.
A nivel internacional. “Mis experiencias en el extranjero. Jugué en el fútbol chileno en Deportes Copiapó, tuve tres años en Perú, en Garcilaso, hoy Cusco FC, en Pacífico, Sport Victoria y San Simón. Pasé por el fútbol ecuatoriano, en el Barcelona de Guayaquil”.
Ingresos. “Compré mi casa con la plata que gane en el fútbol. Fue algo muy importante para mí invertir mi plata en eso en su momento. Tampoco fui un futbolista que amasó fortuna, pero lo poco que gané traté de darle buen uso, me permitió adquirir además terreno e invertir en negocios”.
Estudios. “Cuando militaba en nuestro país seguí la carrera de veterinaria en la Universidad Nacional y me recibí en el 2013. Tengo el título de doctor en ciencias veterinarias. No fue fácil, pero pude lograrlo. Por el momento no ejerzo la profesión porque me dedico al comercio, pero siempre es una opción que esta latente para hacer”.
La rama. “Seguí veterinaria porque me gustaba la medicina. En principio me hubiese gustado seguir traumatología pero me era muy difícil con el fútbol la medicina humana, pero también me gustaban los animales y me incliné a eso”.
Deporte y estudio. “La combinación es difícil en realidad, requiere mucho sacrificio, pero se puede. Siempre la parte de la formación personal debe ir acompañado de la formación académica. Eso es algo que me enseñó mi viejo”.
Anécdota. “Era la final del Sudamericano Sub 17 en el Centenario de Montevideo contra Brasil (1999). Ya nos alistábamos para ir. Estábamos todos en el bus ya con toda la comitiva policial que requieren esos eventos. Me doy cuenta que me olvidé algo en la habitación, me bajo para ir a buscar y cuando vuelvo a bajar la delegación ha había partido rumbo al estadio. Me dejaron en el hotel y le digo a la recepcionista me llame un taxi. Mientras estaba esperando vuelve el bus a buscarme porque se dieron cuenta que faltaba uno. Me fui de nuevo con ellos porque habían pegado la vuelta”.
De terror. “Otra anécdota ya no tan simpática fue la que vivimos con Tacuary, en el vuelo de retorno de Ciudad del Este luego de un partido con 3 de Febrero, en el 2008. Era como a la medianoche y no se veía nada. Nos despistamos en el aterrizaje y yo estaba en la puerta de emergencia y tuve que abrir para salir y superar ese complicado momento. El tren delantero de la aeronave sufre un desperfecto y va a los matorrales, parecía que iba a volcar, se movía de lado a lado. Como era una unidad de la Fuerza Aérea también se usaba para que los militares practiquen paracaidismo, no contaba con todos los asientos y algunos viajábamos parados y justo me encontraba en la puerta de emergencia la abro y salto. Ahí viene la cargada que me tiré del avión. Fue una experiencia muy fea que nos tocó vivir”.
El Sportivo Luqueño. “Es un club hermoso que te hace vivir muchas sensaciones y obviamente no es fácil para jugar, para trabajar ni manejar en el aspecto dirigencial, pero tiene gente muy apasionada a esos colores que lo hace diferente. Cuando era jugador allí, Ramón González Daher siempre se comportó bien conmigo y me orientó para mis salidas al exterior y debo darle el reconocimiento”.
El fútbol. “Me dio muchas cosas. De hecho no veo que me haya sacado, más bien me ha dado todo. Y cuando me dejé, Luqueño me dio la oportunidad de seguir otro camino que es la gerencia deportiva”.
Fuera de casa. “Las cosas normales que conlleva este deporte son las concentraciones los fines de semana, sin la familia, pero después uno aprende a sobrellevarlo. A veces vivir en el extranjero, lejos de la familia, son cosas que te saca el fútbol, pero creo que te lo devuelve con creces después”.
El sobrenombre. “Me lo pusieron en las inferiores de Olimpia cuando tenía 13, 14 años. El técnico Silverio Troche, un gran formador del que aprendí mucho, antes de empezar los entrenamiento nos hacía pasar al frente a contar un chiste, porque decía que había que empezar con alegría. Mis chistes no eran tan buenos creo y de ahí vino el apodo. ‘Va contar un chiste ‘Boby’ anunciaba y... quedó”.