Militancia agnóstica

Dejando por hoy las preguntas sobre su sentido, o su falta de sentido, ¿qué es, en términos científicos, la vida? ¿Qué es “vivir”? ¿Cuál es la frontera que delimita el universo de lo viviente? O, dicho de forma aún más acotada, ¿qué es un ser vivo?

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No es un punto exento de controversia, lo cual significa que no lo sabemos con certeza. Fuera de la matemática y la lógica, que son perfectas y no admiten penumbra, en las ciencias hay más zonas de sombra que de luz u oscuridad completas; las ciencias son tentativas, y sus problemas a veces son parte incluso de sus propias definiciones: por ejemplo, los virus, que se replican, pero no tienen metabolismo autónomo, están vivos considerando lo primero, y no lo están considerando lo segundo.

Y eso no es todo. Ni siquiera sabemos en realidad por qué hace miles de años aparecieron las primeras células: cuál fue el comienzo, el detonante, la chispa que incendió la pradera. Ni tampoco sabemos si la vida empezó en la Tierra, o en otro planeta. Ni si, en el segundo caso, de haber llegado del exterior, llegó ya en forma de sistemas vivos o solo como series de moléculas y si, dado lo segundo, fue al mezclarse las moléculas alienígenas con las terrícolas que surgió aquí la vida. Ni sabemos tampoco si la historia y los sueños, los dioses y los hombres, las ideas y las rocas, el sol y las hormigas y cuanto conocemos y aún podamos descubrir es mero efecto de una serie de casualidades que, del mismo modo caprichoso en que se produjeron, podrían nunca haberse producido.

Tampoco hay consenso en esto. Para el biólogo francés Jacques Monod, fue puro azar; para el químico estadounidense Robert Shapiro, el azar es insuficiente para explicar procesos tan complejos y que requieren tanto tiempo. Por citar solo a un par de ilustres.

Pero incluso que no haya consenso es en el fondo indiferente, ya que, aun cuando se llegara a un consenso en la comunidad científica sobre este punto, o sobre cualquier otro, no sería más que provisorio. Y no solo lo sería, finalmente, porque –como lo ilustra la famosa, cruel y glotona falacia navideña del pavo inductivista del muy bromista lord Russell–, siempre puede aparecer el contraejemplo de cualquier teoría, sino porque, aun si los contraejemplos no aparecieran nunca, todo consenso en ciencia es, en sí mismo y por definición, incierto.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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