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Casi todos los grandes nombres de la industria automotriz y de la tecnología se han lanzado desde hace varios años en una veloz carrera para ver cuál pone en el mercado el primer vehículo autónomo. La mayoría de los grandes fabricantes promete las primeras producciones en serie desde 2020/2021. Incluso el entusiasmo de la industria parece recibir el apoyo de los poderes públicos. A fines de junio, los países del G7 se comprometieron a “eliminar posibles obstáculos en la reglamentación a la introducción de tecnologías de conducción automatizada y conectada, tanto a nivel internacional como nacional”.
“Debemos detener la comedia de hacer creer que los autos completamente autónomos son para mañana”, enfatiza el analista Bob O’Donnell, de la firma TECHnalysis, calculando que la espera será mayor.
Desde “las preocupaciones por la seguridad frente a la falta de infraestructura” informática que permita una comunicación fluida entre los vehículos y los servidores, y entre los propios vehículos, hasta “los altos costos y la incertidumbre legal (...), son muchas las preocupaciones legítimas que impiden imaginar vehículos verdaderamente autónomos a corto plazo” en las calles, sostiene O’Donnell. El experto menciona además los problemas relacionados con las responsabilidades y los seguros.
Y por último está el tema de la ética: en caso de accidente inevitable, ¿un automóvil autónomo sacrificaría a su pasajero para evitar el atropellamiento de varios peatones?