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«UN PENSAMIENTO MUY MOLESTO»
A los 19 años, Oscar Varsavsky (Buenos Aires, 1920-1976) comenzó la carrera de Química en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires para doctorarse con la primera tesis de mecánica cuántica escrita en Argentina. Primer desplazamiento de intereses (de la Química a la Física), pero no último: la Matemática pura le interesa cada vez más (enseña en 1954 en el Instituto de Matemática de la Universidad de Cuyo y elabora el plan de licenciatura en Matemática de la Universidad Nacional del Sur) y en la década de 1960 pasa de la pura a la aplicada, y de las dos a su relación con el contexto (la sociología de la ciencia lo tiene entre sus adelantados en esta parte del globo).
Su carrera científica comienza en el Laboratorio de Investigaciones Radiotécnicas que Philips lleva a Argentina en la Segunda Guerra Mundial, durante la ocupación nazi de Holanda; Varsavsky, que había estudiado Teoría de Circuitos, eje de investigación en el laboratorio, se suma al equipo armado por el matemático Alberto González Domínguez, el físico Andrea Levialdi y el ingeniero radiotécnico Humberto Ciancaglini.
Concluida la guerra, Philips levanta el campamento y Varvasky pasa a la Facultad de Ciencias Exactas como auxiliar de laboratorio de Física, jefe de prácticas de Análisis Matemático y profesor de Álgebra y Topología, y es encargado del correo de lectores en la revista de ciencia ficción Más allá, traductor en Editorial Abril y editor de una enciclopedia que quedó en proyecto, y en la que participaron otros científicos, también opositores a Perón y que también se tenían que ganar la vida en esos años difíciles.
En 1958 es miembro del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y se dedica a perfeccionar la enseñanza de las Matemáticas. En 1960 dirige los equipos de Economía Matemática e Investigación Operativa Instituto de Cálculo y desarrolla una técnica nueva de procesamiento de estadísticas por computadora y, además, el MEIC-0 y el MEIC-1, Modelos Económicos del Instituto de Cálculo: el 0 prescinde del sector financiero, y el 1 lo incluye (es, por ello, uno de los primeros especialistas en la elaboración de modelos matemáticos aplicados a las ciencias sociales en el mundo).
En una entrevista con Página 12, dice Pablo Kreimer, prologuista de la reedición de Ciencia, política y cientificismo: «[Varsavsky cuestiona] el paradigma que relacionaba desarrollo capitalista con ciencia exitosa [tanto como] la visión de la ciencia del marxismo [que también] es conservadora [...] Varsavsky expresa algo que provoca malestar en mucha gente [...] Varsavsky expresa un pensamiento muy molesto» (de: «La recuperación de un texto importante del pensamiento argentino», en Página 12, miércoles 29 de diciembre del 2010).
ANNUS MIRABILIS
En 1969, Michel Foucault publica en París La arqueología del saber, y Oscar Varsavsky, en Buenos Aires, Ciencia, política y cientificismo: libros que se vuelven jóvenes con los años. Hoy, cuando empiezan a oírse cada vez más voces de científicos en disidencia con el culto ingenuo y acrítico a la ciencia, el de Varsavsky es extrañamente actual. Varsavsky murió joven y no llegó a ver el siglo XXI; sí vio los vínculos entre industria y ciencia, la homogeneización del consumo como requisito de su expansión global y su necesidad económica –asociada así al prestigio «indiscutible» de la ciencia– de una «altísima productividad industrial, con rápida obsolescencia de equipos por la continua aparición de nuevos productos. Esto requiere una tecnología física muy sofisticada, que a su vez se basa en el desarrollo rápido de un cierto tipo de ciencia que tiene como ejemplo y líder a la Física». Su análisis del discurso de la ciencia como fenómeno histórico y sociocultural revela los procesos que subyacen a la idealización masiva del saber científico y el papel que cumplen la prensa y los «divulgadores» en general al alimentar el entusiasmo popular:
«Los medios de difusión de nuestra sociedad ensalzan estas virtudes de la ciencia a su manera, destacando su infalibilidad, su universalidad, presentando a las ciencias físicas como arquetipo [...]. Su historia se nos presenta como un desarrollo unilineal [...] con etapas que se dieron en un orden natural y espontáneo y desembocaron forzosamente en la ciencia actual, heredera indiscutible de todo lo hecho, cuya evolución futura es impredecible pero seguramente grandiosa, con tal de que nadie interfiera con su motor fundamental: la libertad de investigación (esto último dicho en tono muy solemne).
«Es natural, pues, que todo aspirante a científico mire con reverencia a esa Meca [el autor se refiere, por lo que dice párrafos atrás, con «Meca» a «Estados Unidos, Europa, la URSS»], crea que cualquier dirección que allí se indique es progresista [...] Elige alguno de los temas allí en boga y cree que eso es libertad de investigación, como algunos creen que poder elegir entre media docena de diarios es libertad de prensa».
ANNUS HORRIBILIS
¿Por qué, se pregunta Varsavsky, tantos científicos argentinos de su época parecen incapaces de dudar, cuestionar, pensar críticamente su institución, la ciencia? Que los divulgadores y el gran público aplaudan lo que, sensu stricto, aunque crean entender, no entienden, no es raro: de nociones formadas e informadas a medias se compone la opinión pública en la sociedad de masas. Pero ¿por qué los científicos forman «un grupo social homogéneo, casi monolítico, con estrictos rituales de ingreso y ascenso, y lealtad completa –como el ejército o la iglesia– pero basada en una fuerza más poderosa que la militar o la religiosa: la ‘verdad’, la ‘razón’»? ¿Cómo se imponen paradojas tan irracionales y anticientíficas como el culto a la razón y la fe en la ciencia? «El prestigio de la Ciencia –sobre todo de la ciencia física, máximo exponente de este sistema social– es tan aplastante que parece herejía tratar de analizarla en su conjunto con espíritu crítico, dudar de su carácter universal, absoluto y objetivo», escribe Varsavsky. «El sistema no fuerza: presiona. Tenemos ya todos los elementos para comprender cómo: la élite del grupo, la necesidad de fondos, la motivación de los trabajos, el prestigio de la ciencia universal». Pese a su aroma epocal en algunos puntos, los problemas que toca –el tema, hoy candente, de los ‘papers’, las agendas de investigación, los patrocinios– son los temas de los científicos rebeldes del escenario cultural contemporáneo, ante cuyos mitos se alzan ya voces como las de los colectivos de académicos e intelectuales europeos agrupados en torno al Manifiesto Slow-Science –«Nosotros, científicos, no podemos decir continuamente qué significa lo que hacemos, ni qué aplicaciones puede tener, ni para qué sirve» (The Slow-Science Manifesto, Berlín, 2010)– o a la Charte de la désexcellence, etcétera.
La ciencia acaba de pasar probablemente (ojalá) un año revolucionario, por terrible. No terrible (como teme la hilarante naiveté conservadora) porque la «postruth» esconda el «cuco» del «posmodernismo» (sea lo que sea eso que la gente llama «posmodernismo», además de un generador de memes), sino porque la propia comunidad científica ha tenido que enfrentar y reconocer lo que ya cuestionaban los científicos honestos que denunciaron fraudes sin tener la repercusión debida, los científicos críticos que impugnaron el modelo de organización y valoración de la actividad científica sin alcanzar el impacto merecido.
El 2016 ha destapado escándalos que salpican a instituciones cuya autoridad es, para la mayoría de la gente, indudable, desde universidades como Harvard hasta el Nobel de Medicina, escándalos que suponen amenazas a la seguridad y la salud de todas las personas y que la prensa y los divulgadores tradicionales –y, detrás de ellos, los gobiernos y las empresas– ya están tratando de que empieces a olvidar, lector. Que no te hagan olvidar ni un solo dato, porque esto te afecta directamente a ti, y de modos que tal vez aún no imaginas.
La línea de análisis trazada por científicos autocríticos como Varsavsky prolifera hoy día en desarrollos contemporáneos mientras la prensa dirige al público contra las «seudociencias», etcétera, soslayando el complejo y profundo peligro, mucho más grave (y mucho más riesgoso de investigar) de la «bad science», de la «mala ciencia», que se ampara en la penumbra de sus relaciones –a esclarecer– con diversos sectores de poder e influencia al interior de la comunidad científica. Adiós, pues, 2016, Annus Horribilis, sí, pero, sobre todo, año crítico, y sin olvidar que las crisis, como decía Albert Einstein, son las más grandes de las bendiciones, porque traen cambios. Que vengan.
montserrat.alvarez@abc.com.py