Azúcar, la muerte dulce: así sobornó la industria a científicos de Harvard

Después del escándalo que ha caído sobre el premio Nobel la semana pasada, ahora una investigación salpica a la Universidad de Harvard.

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Anteayer, martes, el prestigioso Journal of the American Medical Association (JAMA) publicó un análisis histórico de los mecanismos de la industria y sus lazos con el fraude científico: «Sugar Industry and Coronary Heart Disease Research Early». Tras investigar informes y debates, documentos internos de la Sugar Research Foundation (SRF) y correspondencia entre esta y reconocidos científicos –como Roger Adams, presidente de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, editora de Science, y Mark Hegsted, profesor de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard–, los autores han revelado que el vínculo entre enfermedad coronaria y sacarosa se conoce desde los años 50, pero que, debido a los estudios que en las décadas siguientes señalaron al colesterol y la grasa de la dieta como causas de enfermedad coronaria y restaron importancia al consumo de sacarosa, en los años 80 la mayoría de los especialistas había olvidado que alguna vez fisiólogos tan eminentes como el inglés John Yudkin identificaron la sacarosa como agente primario. La SRF definió el objetivo de ese vasto programa de investigación y lo financió; ni el propósito de las investigaciones ni el origen de la financiación fueron revelados. La SRF invirtió varios miles de dólares para «enseñar a la gente que nunca ha seguido un curso de bioquímica que el azúcar la mantiene viva y con energía para enfrentar los problemas cotidianos» («to teach... people who had never had a course in biochemistry… that sugar is what keeps every human being alive and with energy to face our daily problems», Proceedings of the American Society of Sugar Beet Technologists, Denver, Colorado, 1954, p. 22).

En los 60 la SRF llamó a Fredrick Stare, jefe de la Escuela de Salud Pública de Harvard, para integrar su comité asesor científico. En julio de 1965 miembros de la SRF visitaron a Mark Hegsted, profesor de la Universidad de Harvard que había publicado artículos sobre azúcar y riesgo cardiovascular, para ofrecerle dinero por hacer una revisión de la literatura científica sobre el tema enviando a la SRF todos los estudios que relacionaran el azúcar con las enfermedades coronarias. En su correspondencia con la SRF Hegsted escribe: «Conscientes de su interés en los carbohidratos, lo cubriremos tan bien como podamos». La revisión realizada por el científico de Harvard fue publicada –solo después de que la SRF la aprobó (como revela el artículo aparecido en JAMA)– en The New England Journal of Medicine el 27 de julio de 1967, incluyendo la conclusión de que reducir el colesterol y sustituir la grasa poliinsaturada por saturada era la única medida para prevenir enfermedades coronarias. La influencia de ese estudio en las investigaciones de las décadas siguientes fue tal que mucho de lo que a usted le recomiende hoy su médico puede ser el resultado del dinero invertido en la «ciencia» por la industria azucarera. Y ello a pesar de que, desde que las guías dietéticas estadounidenses recomendaran en los 80 reducir el consumo de grasas para mantener a raya el colesterol, la incidencia de enfermedades cardiovasculares no ha remitido: ha aumentado.

Uno de los autores del artículo publicado este martes en JAMA es el doctor Stanton Glantz.

En mayo de 1994 el doctor Glantz encontró en su oficina de la Universidad de California un paquete con más de 4.000 páginas: 30 años de documentos secretos de las industrias tabacaleras, sobre todo Brown & Williamson (B&W).

El remitente sigue anónimo, pero dice una leyenda urbana que fue el bioquímico Jeffrey Wigand.

«Estoy cansado de esconderme en un hotel y de vivir como un animal. Quiero ir a casa», clamaba el doctor Wigand en el escalofriante reportaje de Marie Brenner «The Man Who Knew Too Much» (Vanity Fair, mayo de 1996). Poco antes era respetado y rico. Pero también era un científico, y B&W, la empresa en la que trabajaba, añadía químicos al tabaco para causar adicción y aumentar sus ganancias. Discutió. Fue despedido. Y, pese a su contrato de confidencialidad con B&W (que le prohibía hablar, so pena de demanda judicial y pérdida de la indemnización y del seguro médico que cubría la enfermedad crónica de su hija), habló.

Habló con Lowell Bergman, periodista y productor del programa de la CBS 60 minutos. Y pasó a vivir en el infierno. Su esposa lo echó de casa al encontrar en el buzón una amenaza de muerte y una bala. «¡Nos has puesto en peligro!», lo acusó. El doctor Wigand tuvo que registrarse en un hotel con un nombre falso. «Si logran arruinar mi reputación, nadie se atreverá a hablar después», comentaba a Brenner en 1996. Él y el doctor Stan Glantz, uno de los autores, como dijimos, del artículo aparecido anteayer, martes, en JAMA, son dos de los investigadores que han osado enfrentarse al poder en nombre de la ciencia.

Por el contrario, el culto a la ciencia, es decir, el crédito acrítico que recibe todo lo que se presenta como tal –culto promovido no solo por los medios masivos de comunicación, sino incluso, en ocasiones, por instituciones y autoridades, aun académicas–, más que un mero e inocente error de razonamiento, parece en ciertos casos un útil acierto.

Que dicho culto es útil le consta a cualquier publicista. Y cuando se utiliza, por ejemplo, para vender pasta dental –lo que, sabido es, necesariamente exige incluir afirmaciones del tipo: «Avalada por odontólogos»–, parece inocuo.

Solo lo parece.

El doctor Stan Glantz también es uno de los autores de otro artículo, aparecido a principios del año pasado: «Sugar Industry Influence on the Scientific Agenda of the National Institute of Dental Research’s 1971 National Caries Program» (Plos Medicine, 10 de marzo del 2015). Artículo que revela cómo las empresas estadounidenses influyeron en las políticas públicas de prevención de la caries para que no se recomendase reducir el consumo de azúcar, y se promoviese, en cambio, la investigación de soluciones científicas al problema... tales como la pasta dental con fluoruro. Más dinero. Más industria. Más «avances». Más culto a la «ciencia». Menos ciencia.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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