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Carlos Robledo Puch es considerado como el mayor asesino en la historia del crimen del vecino país (eso descontando al presidente Videla). Fue capturado en 1972 y hasta hoy sigue encerrado en la prisión de máxima seguridad de Sierra Chica, en la provincia de Buenos Aires.
Desde que fue capturado, su caso captó la atención de los medios, que le pusieron el apodo de “El Ángel”, por su juventud, con el pelo largo con rulos. Mucho se escribió desde entonces sobre el ladrón asesino, así como los canales de TV le han dedicado mucha pantalla. Con Luis Ortega, y con el apoyo de la productora El Deseo de los hermanos Pedro y Agustín Almódovar, la historia llega a la pantalla grande.
Ortega ha dotado de un glamour setentoso a la película sobre dicho asesino, con un cuidadoso diseño de arte, tanto en el vestuario como en la reconstrucción de época, así como una banda sonora llena de temas del rock y del pop argentinos de los primeros 70. Con muchas licencias, traza el retrato de un sociópata que mata sin expresar emociones. Es un chico malcriado, con unos padres pusilánimes, que roba por gusto, sin codicia, porque su libido está puesta en el robo en sí y no en el botín. Es como el lado oscuro de esa juventud que se desataba en esos años. Mientras que el paradigma era buscar la paz y el amor, Robledo Puch encarna el desprecio por la vida y la sociedad, pero con un aire carente de maldad. No hay resentimiento ni rabia en el Robledo Puch de Ortega.
Pero este retrato es presentado en clave de humor negro, con el benevolente manto de la nostalgia. Realmente, no fue tan divertido como lo pintan en la pantalla. Inclusive, algunos crímenes han sido ignorados o suavizados en la película
Eso sí. El gran acierto del filme es su reparto, con Lorenzo Ferro y el Chino Darín a la cabeza.