Una de las décadas más violentas de la historia

ABC Color y El Lector preparan otro libro, que aparecerá el domingo 3 de febrero con la edición de nuestro diario. Se trata de “Las guerras civiles entre 1870 y 1880”, una de las décadas más violentas que vivió nuestro país tras el genocidio que nos trajo la Triple Alianza. Es una obra del joven historiador Erasmo González, doctor en Historia por la Universidad Nacional.

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Las luchas registradas en este período no abarcaron un espacio lejano a la gran Asunción; sino que se dieron en localidades vecinas y en ciudades que actualmente pertenecen a los departamentos de Cordillera, Paraguarí y Ñeembucú.

Uno de los principales objetivos de los rebeldes fue siempre la toma del ferrocarril, único medio de transporte que podía trasladar a una gran cantidad de hombres a la capital.

Los hechos de sangre registrados, como el asesinato de Juan Bautista Gill y Cirilo A. Rivarola, representan la falta de noción de legalidad de soldados que desconocían sus funciones constitucionales. El exterminio de los presos políticos en la cárcel fue una de las acciones desmedidas de las fuerzas del orden, víctima de la manipulación de los caudillos.

La cooperación de países vecinos en las distintas empresas revolucionarias fue el reflejo de la injerencia de los vencedores del 70 en los asuntos de Gobierno, además de la debilidad de aquellos personajes que recurrieron a su auxilio.

Ambiciones destructivas

Aquella realidad de la sociedad de posguerra, de inmadura visión de Estado de derecho, fue víctima de ambiciones destructivas que sembraron en los soldados la creencia de que las tropas no obedecen a la orden de la legalidad; huestes indisciplinadas que se enceguecieron ante el oportunismo de cabecillas y se mostraron incapaces de desligarse de los mandos de la alianza. Esa generación se encargó de pagar el duro castigo de cinco años de guerra, también se la castigó con soportar las terribles consecuencias de esa contienda genocida que cosechó los frutos de la faena anárquica y la desparramó por parte de la geografía nacional.

Los sucesos expuestos nos demuestran cómo muchos gobiernos del pasado se han abocado a la subordinación del ejército a sus fines partidarios y no a la formación profesional del mismo.

Las revoluciones tienen su razón de ser; el estudio de las mismas debe servir de lección principalmente a las figuras ligadas a la actividad política del Estado como forma de evitar que los trastornos del pasado sean frecuentes y acarreen más fratricidios, como lo sucedido en la década siguiente al genocidio de 1870.

En la conclusión de su trabajo historiográfico, Erasmo González expresa que nuestra historia nos relata tantas experiencias que deben servir de ejemplo para trazar nuevos horizontes en la construcción de proyectos cívicos que alienten el adelanto cultural, político y social.

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