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El autor, nacido el 16 de diciembre de 1917 en Minehead (Inglaterra), visitó por primera vez el país isleño en 1954 para bucear y se enamoró del lugar de tal forma que dos años más tarde se trasladaría a la que sería su residencia hasta su muerte el 19 de marzo de 2008.
Un siglo después de su nacimiento y pasada una década de su muerte, su ayudante Nalaka Gunawardene recuerda a Efe a un Clarke con una curiosidad infinita y un sentido del humor sin parangón.
Gunawardene lo conoció cuando tenía 18 años al recibir de sus manos un certificado de participación en un programa científico, y poco después acabaría trabajando para él. Ayudó a Clarke en la investigación para su obra “2061: Odisea 3” (1987), lo que dio comienzo a una relación laboral de 21 años.
“Tenía la curiosidad de un niño de 10 años, incluso cuando tenía 70 y 80 años (...) Hacía un montón de preguntas y nos animaba a que hiciésemos lo mismo”, relata. Y recuerda que el escritor hacía bromas sobre todo e incluso tenía un arsenal de chistes que repetía a sus visitantes sin cesar.
En una ocasión, cuando tenía unos 80 años, una revista estadounidense publicó una esquela anunciando su muerte. ¿Qué hizo Clarke? Reírse y escribir a la publicación para avisar del error. Lo que sí se tomaba “muy en serio” era su trabajo, al que dedicaba varias horas al día, casi tantas como a la lectura.
Gunwardene describe a Clarke como un autor perfeccionista –capaz de escribir hasta cuatro borradores de una misma obra– y amante de transcribir su propio material –salvo las cartas, que las dictaba–.
Clarke, además de ciencia ficción, escribió más de 100 obras científicas y filosóficas. Pero se le recuerda sobre todo por la adaptación al cine de su relato “El Centinela” (1951), un guión coescrito con el director estadounidense Stanley Kubrick que se convertiría en la ya célebre “2001: Una odisea del espacio” (1968).
El éxito fue tan grande que Clarke debió convertir el cuento en una novela que se llamó igual que la película.
Considerado un “profeta” de la era espacial, mucho de lo que él imaginó es hoy una realidad, como la idea de que los satélites geoestacionarios podían ser centros de telecomunicaciones.
“Se consideraba a sí mismo un ‘extrapolador de las ideas futuristas’, siempre basándose en las leyes de la física pero empujando la imaginación tan lejos como esta pudiese ir”, afirma su ayudante, al agregar que estaba “emocionado” de ver algunas de sus ideas hacerse realidad tan pronto.
En su relación con los fans, Clarke, afirma, siempre permitía a cualquiera que se acercase a su casa para pedir un autógrafo y una foto, una máxima que mantuvo hasta su muerte.
Suchetha Wijenayake es una prueba viviente de ello. Según relata a Efe, cuando tenía unos 19 años y el científico unos 75, se acercó y le pidió jugar una partida de tenis de mesa.
“Aceptó jugar conmigo (...) Tenía un alcance enorme y en un par de partidas me dio una paliza”, recuerda, divertido.