Un cuento de hadas al estilo Tarantino

MADRID (EFE). El escritor colombiano Jorge Franco ha ganado, por mayoría, la XVII edición del Premio Alfaguara con “El mundo de afuera”, una novela sobre el amor y la muerte, “que comienza como un cuento de hadas y termina a lo Tarantino”.

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Basada en un secuestro que conmocionó a Medellín (Colombia) en 1971 y que supuso el comienzo de la violencia que luego invadiría la ciudad, la novela ganadora combina de forma original “elementos de fábula y cuento de hadas, y rasgos expresivos de un momento de violencia y crisis”, dijo, al hacer público el fallo, la presidenta del jurado, la escritora colombiana Laura Restrepo.

“La genialidad de esta novela –destacó Restrepo– es que mezcla de manera magistral el humor, un secuestro y la realidad colombiana. Es un relato con visos de hiperrealismo que deriva hacia el surrealismo”.

Cuatro años ha tardado, según confesó Franco (1962) en videoconferencia desde Bogotá, en escribir esta novela, a partir de una vieja historia de su infancia, ocurrida cuando Medellín era una tranquila ciudad de provincias, antes, por tanto, de que resultara invadida por la violencia del narcotráfico.

“Me he tomado muchas licencias para crear la historia que narro en la novela. El secuestro fue real y acabó con la muerte del secuestrado, pero a mi imaginación pertenece la relación entre los personajes y la atmósfera que he creado en el libro”, decía el escritor, nacido en Medellín, en una entrevista telefónica con Efe.

“Muy contento y feliz” por haber ganado este premio “tan importante”, dijo Franco y señaló que la novela refleja “un Medellín idílico, tranquilo, en el que se podía jugar en la calle y que empezó a cambiar a raíz del secuestro” que se recrea en la novela.

En la vida real, la familia del escritor era vecina de la de Diego Echevarría (don Diego en la novela), un mecenas que vivía “en un castillo, mezcla de gótico y medieval, que se trasladaba en limusina, la única que había en la ciudad. Tenía un paje como criado y vivía de forma anacrónica”.

Todo eso “nos llamaba poderosamente la atención. Para los niños, era una aventura ver pasar a don Diego en su carro, o verlo en su jardín tomando el té. De pronto, se produjo su secuestro”, rememora el autor.

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